En
San Miguel, frescos que veo de lejos, la gente que circula por toda la Iglesia
impide acercarse más. En el órgano, un medallón en el que aparece una mujer
tocando, mujer antigua, vestida en azules, pelo recogido, mangas amplias,
cerradas sobre las muñecas. Parece tocar, pero en silencio, sin que su gesto inmóvil provoque la menor nota de música, mientras la
vida de la Mallorca turística se agita a sus pies. En este calor sofocante, en
esta ciudad encarnación del Mediterráneo -de una belleza en su parte vieja serena
y clásica, palacios, iglesias, plazas- tomada al asalto por hordas de turistas
armados de videos, móviles, cámaras, la Iglesia sigue impertérrita impartiendo
los Sacramentos y proclamando el Evangelio. Pese a todos los avatares que se
quieran evocar. En San Miguel, bautizo colectivo, pese a todo, pese al calor
del estío, los turistas, la bohemia, las masas.
Agosto del 2008
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