El motivo del enfado tiene su origen en el insulto dirigido por un gacitellero local al buen Alcides Bergamota. El ilustre polígrafo ha sido calificado de "conejo pantuflero", en la tercera de la gaceta Saña, publicada hace unos días y de poca difusión, es cierto. Pero un número ha sido deslizado con nocturnidad por debajo de la puerta de la mansión de Alcides, en su exilio provinciano, para darle un soponcio a la hora del desayuno. Ya no hay caridad. El Sr. Bergamota podrá ser un algo conejil, pero nunca ha tenido pantuflas.
Uno está
en lo que está, la verdad, en cuanto a intereses, aficiones, lectura y demás.
Así son las cosas y será raro que por mucho lazo que nos tiren metamos la pata
para dejarnos coger por cuestiones del todo ajenas, que no linden al menos con
aquello en lo que estamos. Son cosas de la condición humana. Nos dirá el que
esto lea (probablemente “naides”), que parece mentira la inmensa falta de
curiosidad de la que nos vanagloriamos en pandilla Doroteo, Tato, Alcides,
Serapio y el resto de la cuadrilla. Y todos en coro le diremos que no, que al
revés, que lo que tenemos es una curiosidad enorme y por eso, no logrando
saciar apenas la propia, no podemos asumir además la ajena. Añadiremos a la
contestación, para que se deje oír por encima de la voz coral, algún insulto,
algún exabrupto, un ¡¡memo!! o cosa por el estilo. Añadiremos también, que la
curiosidad de nuestro interlocutor nos importa un pito, que su visión del mundo
menos y que su carapan nos da la risa. ¡¡Ea!!
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