A
continuación el texto de Andrés Amorós haciendo balance de San Isidro 2012.
El balance lo hace un crítico que es todo mesura, pero que bajo su aparente falta de mordacidad, no ha perdido la capacidad de ver y de analizar. En medios oficiales creo que es el único y esto le honra. Modestia aparte, mucho de lo que dice viene a coincidir con
algunas cosas ya comentadas en la extraordinaria gacetilla Cepo Gordo en su
número de marzo del 2010. Reproduciremos en la entrada siguiente el
artículo que en su día Tato no firmó porque no quiso y que se refería a estas
cuestiones, ¡ya entonces![1].
La clave de la decadencia de la Fiesta, una de las principales al menos, está en la pésima calidad de la
afición que asiste a un espectáculo sin saber nada y por lo tanto sin entender
nada ni preguntarse por lo que ve, buscando extasiarse ante no se sabe que
pasmo artístico, tan paleta y cursi como la horrible carpa Hemingway instalada
delante de la plaza de las Ventas, que con palabras de Galdós viene a ser el
“alcázar de la grosería”, con un vehículo marca Porsche presidiendo. Y la gente
se aburre claro, porque busca figuras cuando en España, hoy, figuras del toreo
no hay, y va a los toros, sin saber una palabra de lo que es un toro, sin saber
ni siquiera que toros se lidiarán en la tarde para la que lleva el billete en
el bolsillo, a que encaste pertenecen, como deberían comportarse, que
dificultades presentan, etc. Acuden a los toros como quien abre un grueso tomo
de literatura sin saber leer. Tiene que producirse un milagro para que salga
bien la cosa. Les han dicho que ante el tomazo hay que extasiarse si el torero
se estira mucho, en plan lago de los cisnes y esto es lo que esperan para caer
rendidos. En fin, no repitamos el artículo de don Andrés que viene a
continuación y es más moderado.
Tato
La decadencia de la casta brava,
por Andrés Amorós
(ABC Digital 10 de junio del
2012).
En
esta España nuestra, tan dividida, pocas cuestiones suscitan tanta unanimidad
como ésta: la Feria de San Isidro ha sido mala. En este punto, no hay derechas
ni izquierdas, «progres» ni «carcas», del Madrid o del Barcelona. Todos, de
acuerdo.
En
un terreno en el que las pasiones son tan extremadas, intentemos señalar las
causas del pesimismo.
La
bravura, a la baja
La
decadencia de la casta es la madre del cordero, la raíz de todos los problemas.
Los que acuden ocasionalmente a la Plaza preguntan, ingenuamente: ¿por qué se
eligen estos toros, que impiden el triunfo? Se resume en una cadena muy clara:
el número de aficionados cada vez es menor. (La sociedad española se ha hecho urbana,
ha perdido la conexión con el campo, con la realidad del toro bravo).
Consecuencia: los espectadores sólo acuden a las corridas en las Ferias, por el
factor social que eso supone. (Fuera de Feria, son una ruina). Compran su
entrada, la mayoría, sin saber qué toros se van a lidiar, atraídos sólo por los
nombres de algunos diestros.
Mandan
los toreros
Esos
toreros exigen elegir la ganadería que van a torear. Buscan, lógicamente, el
que propicie su triunfo. Pero eso ha derivado en la comodidad: un tipo de toro
que no moleste demasiado; que, si sale bueno, facilite el éxito; y, si sale
malo, no cree muchos problemas... Por su parte, los ganaderos necesitan vender
sus productos, cuya crianza les ha supuesto un gasto importante; si no, se
arruinarían... Y los empresarios compran los toros que los toreros quieren,
para que accedan a torear en una Plaza incómoda, para ellos, como es Las
Ventas... El círculo se ha cerrado. No mandan en la Fiesta los ganaderos ni los
empresarios sino los toreros famosos; o, mejor, sus apoderados.
Una
anécdota lo puede resumir. En Sevilla, en una conferencia, hice un canto a
«Bastonito», de Baltasar Ibán: un toro bravo, fiero, que creó dificultades y
consagró a César Rincón. Un ilustre ganadero me contestó: «Si le sale otro tan
bravo como “Bastonito”, el ganadero tendrá que mandar al matadero toda su
ganadería». Yo me limité a apostillar: «Así estamos..» Y así seguimos.
Selección
del toro artista
La
decadencia general de la casta brava es un hecho indudable y lamentable. Desde
hace años, se ha seguido un camino equivocado: buscar el toro suave, dócil,
manejable, en vez del bravo, fiero, poderoso, que ha sido siempre la base de
esta Fiesta, lo que le da su grandeza heroica. ¿Cómo se consigue esto?
Naturalmente, con la selección de las vacas y los sementales que pueden ir en
esta línea.
El
lenguaje no es inocente, revela una mentalidad. Ha sido nefasta la expresión
del «toro artista»: el único artista es el diestro, que somete, domina, a un
animal arrogante, feroz, y, con este material tan peligroso, es capaz de crear
belleza. Lo denunció Ortega: el esteticismo es el riesgo que amenaza a la
Tauromaquia y la conduce a un manierismo decadente.
Se
ha buscado la «toreabilidad» del toro. ¿Cómo puede ser esa cursilería? Nunca he
oído hablar de la «jamoneidad» del jamón: todos son jamones, buenos o malos.
Hay que buscar toros bravos, nada más.
Una
comparación mil veces repetida: se ha echado demasiada agua al vino de la
casta. ¿Quién puede separarla? Sencillamente, se han pasado. Recuperar la casta
perdida es tarea difícil (pero no imposible). Más arduo es cambiar la
mentalidad de los diestros y de los públicos...
Los
toros rechazados
Los
rechazos, en el reconocimiento previo, de corridas completas —o casi íntegras—
han sido otra de las malas noticias de este San Isidro. ¿Tan mal presentadas
venían? Suponemos que sí. ¿Quién tiene la culpa? No lo sabemos: ¿los ganaderos;
los veedores de la empresa o de las figuras; los veterinarios; los presidentes?
¿Ha influido la crisis económica en la escasa alimentación del ganado?
El
trapío de Las Ventas
Al
fondo está una cuestión peliaguda: ¿cuál es el trapío exigible en Madrid? ¿Qué
remate deben tener los toros? Es algo decisivo pero, inevitablememente,
subjetivo. Habría que intentar un cierto consenso entre aficionados y
profesionales; si no, Las Ventas puede llegar a convertirse en una casa de
orates. A veces, lo parece. La seriedad del toro, el trapío, no se mide por la
tablilla ni siquiera por el tamaño. Dentro de límites razonables, importan
mucho más la integridad, la pujanza, la casta, la movilidad, la sensación de
peligro, la emoción... Un ejemplo claro: el citado «Bastonito», paradigma de
toro bravo, fue pitado de salida por chico...
Los
veterinarios
En
Sevilla se han puesto en marcha dos iniciativas razonables. Los veterinarios
hacen un primer reconocimiento de los toros elegidos, en el campo. A propuesta
de los abonados, se han hecho públicos lo informes veterinarios sobre los toros
de la Feria. Las dos cosas podrían implantarse en Madrid: lo primero, evitaría
rechazos; lo segundo, añadiría trasparencia.
Las
figuras no quieren venir a Madrid
Toda
la vida, torear en Madrid ha supuesto un trago duro: «En Madrid, que
atoree San Isidro», sentenció El Guerra. Pero eso es lo que ha dado
siempre categoría (y dinero) a las figuras. Actuar en las grandes Ferias
(Madrid, Sevilla, Bilbao, Valencia, Pamplona) suponía una obligación. Además,
el público exigía que mostraran su maestría con toros de ganaderías
presuntamente «duras», junto a otros, menos exigentes.
El
empresario de Las Ventas ha declarado que las figuras sólo querían venir una
tarde; con gran esfuerzo, consiguió que vinieran dos... Desde el punto de vista
de la comodidad, es lógico: en Madrid se les exige mucho y, a veces, con
injusticia. Desde el punto de vista de la grandeza de la Fiesta, no.
Monoencaste
Domecq
Las
figuras exigen no salirse de un reducidísimo grupo de ganaderías: Núñez del
Cuvillo, Victoriano del Río, Juan Pedro Domecq, Garcigrande, Zalduendo... El
predominio del «monoencaste» Domecq es abrumador.
Manolete,
máxima figura, acepta torear miuras en Linares. En 1942, Antonio Bienvenida
toma la alternativa en Madrid, con toros de Miura, de manos de su
hermano Pepe; al inutilizarse, se niegan a matar reses de otra divisa y pasan a
la cárcel. (Comentario obvio: ¿qué figura de hoy iría a la cárcel por empeñarse
en matar toros de Miura?). Luis Miguel y Ordóñez matan con frecuencia toros de
Conde de la Corte, de Pablo Romero, de Palha. Paco Camino tiene predilección
por los de encaste Santa Coloma...
El
público no hubiera tolerado, antes, que las figuras se hubieran limitado a los
toros presuntamente más «cómodos». En las grandes Ferias, tenían que matar de
los dos grupos, para confirmar su categoría. Eran otros tiempos... Por eso la
Fiesta estaba más viva, suscitaba más pasión.
Si
no cambia todo esto; sobre todo, si no se recupera la casta brava, seguiremos
aburriéndonos, muchas tardes, y el público acudirá cada vez menos a las Plazas:
la Fiesta estará herida de muerte.
[1] El original de la gacetilla es hoy una rara avis cotizadísima en el
mercado del libro viejo, de la polilla aficionada al folio escrito.
El original de la gacetilla que yo tenía lo utilice en febrero para encender la chimenea y luego de combustible. Quemé toda la porquería que había en casa, la gacetilla, trapos, zapatos viejos, ¡¡Como tragaba el fuego!!
ResponderEliminarEs una pena que no saltaras tu también a la pira, PELELE...
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