- ¡Mu-mu, mueran los señoritos!
- ¿Oiga pero que es ese grito? – exclamó Regino Heno Herrera dando un respingo.
- Pues muy sencillo. Es Lentini Spotti, la pústula de los Abruzzos, que de vez en cuando le da una propina para que el pobre grite esas cosas.
- ¿Y se lo trae desde Nava?
- Con tal de fastidiar es capaz de todo. En cuanto se ha enterado de que habría la casa para la temporada ha empezado con las intrigas. Lo de que mueran los señoritos le chifla – dio una nueva calada al gran cigarro que descubría un poco más de esa ceniza compacta de un gris espléndido, ¡un verso de Mallarmé!
- Pues a mí no me gusta nada eso de las amenazas, aunque las grite un tonto.
- Oiga Regino, no se haga el fino que lo del grito no va con usted, usted de señorito ya sabemos que nada.
Con gesto breve de la mano libre el Amigo Pulardo atajó un principio de protesta de Regino Heno, que venía ese día tan compuesto; con corbata y traje claro, la raya en medio, los cuatro pelos sujetos con un poquito de gomina y bastante riego de un agua de colonia como infantil que a él le parecía que hacía inglés. Porque Regino Heno es culturalmente un inocente, un alma cándida que cree que hacer el inglés le da realce y elegancia, que es una pose adecuada porque aquello, ya sabe usted, no se puede comparar, es superior. Y suelta a veces un plis, por please, y un zenquiu por thank you y hasta un zans por thanks.
Regino se había servido otra palometa. El Amigo Pulardo está bien surtido y para la tertulia con Regino tiene dos marcas de anís, Anís Tenis y la Cordobesa. Porque a Regino que es muy inglés, como él dice, al final le tira más Monforte del Cid que los brandys de Jerez, el vino de oporto o los licores franceses del aparador del Amigo Pulardo.
- ¡Déjeme hombre, que el verbo es de lo poco que nos queda! Así que como le decía, a los de la coleta ni arrimarse. Remato ahora el argumento.
- Pues se le agradece que vaya al grano, sí.
- Hombre, pero que exagerado es usted. Y un tanto cenizo en su análisis. Y además, que quiere que le diga, de esa sociedad que usted describe en tonos tan negros sale el público que va hoy a los toros – y al decir esto, como para darse un premio Regino Heno remató la segunda palometa.
Regino Heno era como el Amigo Pulardo buen aficionado y se unía a la tertulia que él llamaba “de los de Nava” cuando estos acudían a Madrid a los toros. Llevaba tiempo preocupado por lo que el calificaba, refiriéndose a la Plaza de las Ventas, como la desorientación general de público, diestros y empresas. El cigarrón del Amigo Pulardo seguía ardiendo con pausada y constante lentitud, sereno aromático, y subían hacia los cielos del pequeño salón de altísimos techos, volutas de humo azul. Metiendo dos dedos regordillos en el bolsillo del chaleco para consultar el reloj de cadena, apreciadísima joya familiar, se dio cuenta de que era ya hora de partir hacia la plaza.
- Pues mire Regino, tampoco le falta a usted razón. ¿No se dice que los toros son como un reflejo, un resumen, del estado de la sociedad española? Por ahí va su comentario me parece. Todo esto hay que pulirlo bien, matizarlo como conviene porque, por una vez, no hay contradicción entre las alabanzas al espectáculo y la condición del público que acude cada tarde a presenciarlo. Porque al menos ese público sigue acudiendo a las tardes de toros, y aunque lo haga desnortado y a veces en estado calamitoso, sigue interesándose por algo que está por encima de la media y que no es una simple recreación de la cultura muerta de épocas pretéritas.
- Vamos que no llegamos – dijo Regino poniendo punto final a la amigable charleta.
- ¿Oiga pero que es ese grito? – exclamó Regino Heno Herrera dando un respingo.
- No se preocupe Regino. Ese es Pablillo el tonto de
Nava con lo suyo – contestó el Amigo Pulardo sin inmutarse. Dio luego una
plácida calada a un habano largo, inmenso, una verdadera cachiporra de tabaco.
- ¿Pero que hace por aquí? Regino al hablar se había
removido inquieto en el butacón. Dio un sorbito a la palometa, apurando la
copilla de cristal con forma de dedal. - Pues muy sencillo. Es Lentini Spotti, la pústula de los Abruzzos, que de vez en cuando le da una propina para que el pobre grite esas cosas.
- ¿Y se lo trae desde Nava?
- Con tal de fastidiar es capaz de todo. En cuanto se ha enterado de que habría la casa para la temporada ha empezado con las intrigas. Lo de que mueran los señoritos le chifla – dio una nueva calada al gran cigarro que descubría un poco más de esa ceniza compacta de un gris espléndido, ¡un verso de Mallarmé!
- Pues a mí no me gusta nada eso de las amenazas, aunque las grite un tonto.
- Oiga Regino, no se haga el fino que lo del grito no va con usted, usted de señorito ya sabemos que nada.
Con gesto breve de la mano libre el Amigo Pulardo atajó un principio de protesta de Regino Heno, que venía ese día tan compuesto; con corbata y traje claro, la raya en medio, los cuatro pelos sujetos con un poquito de gomina y bastante riego de un agua de colonia como infantil que a él le parecía que hacía inglés. Porque Regino Heno es culturalmente un inocente, un alma cándida que cree que hacer el inglés le da realce y elegancia, que es una pose adecuada porque aquello, ya sabe usted, no se puede comparar, es superior. Y suelta a veces un plis, por please, y un zenquiu por thank you y hasta un zans por thanks.
Regino se había servido otra palometa. El Amigo Pulardo está bien surtido y para la tertulia con Regino tiene dos marcas de anís, Anís Tenis y la Cordobesa. Porque a Regino que es muy inglés, como él dice, al final le tira más Monforte del Cid que los brandys de Jerez, el vino de oporto o los licores franceses del aparador del Amigo Pulardo.
- Mire Regino deje que le explique, porque ya le he
dicho muchas veces que el asunto de los toros va siempre de contradicciones, de
todo orden y a todos los niveles. Mire, hace años era frecuente que una parte
de lo que podemos llamar la buena sociedad mirara con malos ojos la afición a
los toros y trataran por todo los medios de apartar a sus vástagos de la plaza.
Esto lo cuenta muy bien García Pavón en aquel libro estupendo que son Los
cuentos de mi tía. Cuando había toros en Tomelloso ¡prohibido salir de casa! Nada
de tentaciones. Paco Pavón –perdone la familiaridad- entonces niño en casa de
sus padres se asomaba al balcón a ver pasar a las cuadrillas a pie, a los matadores
en coche descubierto y a la muchedumbre que los seguía entusiasmada hacia la
plaza. Imagínese al niño mirando desde el primer piso, sujetando los montantes
del balcón con las dos manos, como un preso asido a la reja de la celda,
fascinado por el espectáculo. Al libro le remito para que vea que no me lo
invento. Para mucha gente de entonces en los toros anidaba escondida la
tentación de majeza y flamenquería, de tablaos y juergas, de chulería y taberna,
como dijo el poeta. ¡El miedo a que el jovencito de familia se perdiera en nocturnos
ejercicios venatorios por colmaos y tabernas, entre claveles y mantones de
Manila…!
- ¡Que barroco es usted Amigo Pulardo! -se atrevió a comentar
Regino ante la parrafada encendida que le acaban de soltar- pero no veo a dónde
quiere llegar.- ¡Déjeme hombre, que el verbo es de lo poco que nos queda! Así que como le decía, a los de la coleta ni arrimarse. Remato ahora el argumento.
- Pues se le agradece que vaya al grano, sí.
- Lo que quiero decirle es que en el estado actual de
derrumbamiento social, cuando la gran diversión, la más fina, es ver un partido
de futbol por la tele dando gritos y alaridos; cuando el hijo de familia es un
concepto que a la gente le da risa; cuando la única vertebración social y
probablemente familiar es ya la pasta gansa, no contando apenas todo lo demás,
pues resulta que una tarde de toros es algo de un refinamiento y de una belleza
únicos. Una belleza estética que está prácticamente ausente en el resto de
manifestaciones sociales a las que podemos asistir. La gente en lo que está es
en dotarse de medios económicos para llevar a cabo las cientos de actividades
que exige el frenesí social contemporáneo y aguantar el ritmo, ¡de los viajes
en chancletas y de todo lo demás!– al concluir la frase el Amigo Pulardo se
había puesto de pie de un brinco y agitaba toda su corpulencia, como sacudiéndose
el esfuerzo.
- Hombre, pero que exagerado es usted. Y un tanto cenizo en su análisis. Y además, que quiere que le diga, de esa sociedad que usted describe en tonos tan negros sale el público que va hoy a los toros – y al decir esto, como para darse un premio Regino Heno remató la segunda palometa.
Regino Heno era como el Amigo Pulardo buen aficionado y se unía a la tertulia que él llamaba “de los de Nava” cuando estos acudían a Madrid a los toros. Llevaba tiempo preocupado por lo que el calificaba, refiriéndose a la Plaza de las Ventas, como la desorientación general de público, diestros y empresas. El cigarrón del Amigo Pulardo seguía ardiendo con pausada y constante lentitud, sereno aromático, y subían hacia los cielos del pequeño salón de altísimos techos, volutas de humo azul. Metiendo dos dedos regordillos en el bolsillo del chaleco para consultar el reloj de cadena, apreciadísima joya familiar, se dio cuenta de que era ya hora de partir hacia la plaza.
- Pues mire Regino, tampoco le falta a usted razón. ¿No se dice que los toros son como un reflejo, un resumen, del estado de la sociedad española? Por ahí va su comentario me parece. Todo esto hay que pulirlo bien, matizarlo como conviene porque, por una vez, no hay contradicción entre las alabanzas al espectáculo y la condición del público que acude cada tarde a presenciarlo. Porque al menos ese público sigue acudiendo a las tardes de toros, y aunque lo haga desnortado y a veces en estado calamitoso, sigue interesándose por algo que está por encima de la media y que no es una simple recreación de la cultura muerta de épocas pretéritas.
- Vamos que no llegamos – dijo Regino poniendo punto final a la amigable charleta.
Al volver a leerlo con tranquilidad hemos detectado alguna falta de ortografía y concordancia. Ruego disculpen estos errores debidos a las contingencias de la vida moderna. La Redacción.
ResponderEliminar¡Genial!: " y subían hacia los cielos del pequeño salón de altísimos techos, volutas de humo azul". Muy adecuado: " Mire Regino deje que le explique", la gente a veces no dejan ni que les expliquen, si es necesaria una explicación, claro.
ResponderEliminar¡Tranquilito que está el Señor parece que no quiera nada con el mundo sólo con él mismo! Y por cierto muy elegante con su pajarita y chaqueta azul. ¡Ah, pero presumido no es el Señor, que conste!.
ResponderEliminarSe agradece al cepogordismo que nos tengan al tanto de las andanzas de Pulardo. ¡Pulardo nos chifla! con mas Pulardos esta sería otra España.Y que decir de Don Alcides Bergamota, ese genial polígrafo, ese dechado de virtudes y ánfora inagotable de ciencia. Alcides, la lectura de sus papeles nos hace mejores. Un abrazo a los amigos de Nava. Del que no sabemos nada es de Pomarada. ¿Qué pasa por la antigua y noble Vardulia?
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