Anastasio
Cantaleta López Honduras regresó por fin de Cuba y trajo para los amigos un buen
mazo de tabacos de la Habana.
- Oiga, ¿y a que fue usted a Cuba, justo ahora en
primavera?
- No, a nada.- ¡Ah! Permítame otra pregunta, se lo ruego.
- Es usted un poquito pesado, pero si no hay más remedio...
- Esos puros que dicen que ha traído, ¿por lo menos serán Premium? Quiero decir, de alto lujo.
- Se perfectamente lo que quiere decir. Es usted un cantamañas.
Así, de manera
tan abrupta, concluía el diálogo entre Anastasio Cantaleta y Fidelio Lentini
Spotti, que se quedó con las ganas de más.
Le voy a decir
la verdad. Me equivoqué al encenderlo por la noche. La noche de un domingo
lluvioso en que no había logrado parar ni un momento. Los Currutacos se
instalaron y no había forma de largarlos. ¿Y quien son los Currutacos? Calle
hombre, ¿a usted que le importa? Sólo le diré para ponerle los dientes largos
que la Currutaca está un rato buena. ¡Pero oiga, por quien me toma! Bueno pues
enciendo. Exceclente tiro, combustión pareja, aroma y fuerza. Leo mientras
fumo. Silencio alrededor. Aparece como un cansancio. Llego a la mitad del
cigarro. El brazo que sujeta el libro – un pesado tomazo encuadernado en piel
de tortuga- va cediendo y de repente miro de reojo el cigarro. Pesa casi tanto
como el tomazo. Es un enorme chisme, aromático, intenso, descomunal. Con las
siguientes caladas llego al límite, se ha hecho tarde. Hay de repente como una
resistencia física al tabaco, aunque el ánimo es de seguir leyendo. Me voy a la
cama. Al tumbarme, noto como la mente está en realidad funcionando a toda
velocidad, con absoluta precisión, todos los sentidos disparados, perfecta
percepción del entorno, del exterior pero también del interior. El pensamiento
adopta forma de habitación estricta. ¿Cómo que estricta? ¿Pero usted que
pastillas toma, está pimplado? Pues eso estricta. He dicho que estricta y se
acabó. Eso. Trato de calmare y dormir, momento en que abro los ojos todo lo que
dan de si. Me levanto, abro una novela y aparece la historia de una gallina
loca, causa de la amistad final entre dos vaqueros fornidos. Gato encerrado en
todo el asunto, pero el autor pasa de puntillas. Pasada una hora, vuelvo al
catre y ya me duermo. Mejor dicho, me traslado a un sueño. Viajo en tren, tren
de mercancías con vagón de pasajeros, por el oeste. Un oeste de Walsh, de Ford,
de Hawks. Pero de repente el tren cruza por encima de una gigantesca carretera
moderna por la que circulan gigantescos vehículos norteamericanos, Ford,
Mustang, Chevrolet… Indignación. ¡Como se ha podido cometer semejante error! ¡La
escena arruinada, no se puede montar, hay que volver a rodar! ¡El director es
un gilipollas! Ha llegado el alba: no volver a encender un domingo por la noche
cigarro de los que trajo de Cuba Anastasio Cantaleta.
¡Simpático!: " pero el autor pasa de puntillas", a ver si está más atento el autor.
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