Ha muerto Adolfo Suárez, Dios lo acoja en su seno.
A escasos metros de mi despacho se agolpan miles de españoles en fila silenciosa.
En Madrid hace una tarde fría. El cielo amenaza lluvia, es una jornada desapacible de primavera en la que el sol no acierta a imponerse pese a los tímidos rayos que a ratos iluminan el granito del Paseo del Prado.
Una larga fila de semblantes tristes, gente de edad madura, ancianos, algún joven, los menos.
Figuras que aguardan en silencio para rendir su homenaje al hombre, al político, al personaje público que fue Adolfo Suárez González.
Paso a su lado. La mayor parte de los españoles que se alinean forman parte de las generaciones que vieron, escucharon y probablemente votaron a Adolfo Suárez.
No se han cumplido todavía cuarenta años desde aquel histórico 1976 en el que Adolfo Suarez consiguió la aprobación de la Ley de Reforma Político, punto de partida de un "nuevo orden" cuyo siguiente gran hito fue la Constitución de 1978.
Dice Ricardo de la Cierva en su Historia total de España que la transición tuvo tres grandes protagonistas: el rey, la iglesia y el ejército y que el papel de Suárez no fue protagonista en cuanto decisivo ya que de no estar él otro hubiera se hubiera ocupado de su papel.
Estoy de acuerdo con Ricardo de la Cierva en cuanto al protagonismo indiscutible del rey, de la iglesia (lamentable papel) y del ejército (no menos triste) si bien discrepo un poco en cuanto a la figura de Adolfo Suárez ya que se me antoja que pocas personas han tenido en su vida la oportunidad de desempeñar un papel para el cual estuvieran mejor caracterizados.
El rey hizo lo que hizo asesorado por otros y en gran medida siguiendo un plan que le era conocido y querido desde muchos años atrás, cuando era aún el heredero por la gracia de Francisco Franco.
Adolfo Suárez fue el brazo ejecutor de los designios del rey, con el que estaba de acuerdo en muchos aspectos y con el que se entendía muy bien.
Adolfo Suárez era un hombre de acción. En sus "años de gloria" desplegó una actividad incansable y asumió muchos riesgos con una audacia rayana en la temeridad.
Adolfo Suárez no era un ideólogo ni un intelectual y sus grandes errores (que no fueron pocos) trajeron causa de su falta de conocimiento, primero de la Historia y luego de la condición humana.
Pienso que Adolfo Suárez actuó movido por buenas intenciones y que en su corazón abrigaba un sueño, quizá algo inmaduro, pero esencialmente noble.
Creyó sinceramente que era posible constituir un nuevo régimen que funcionase mediante un mecanismo democrático de corte parlamentario. Quizá aquí pecaba de desconocimiento acerca de la realidad práctica de las democracias de corte anglosajón.
También es posible que creyera sinceramente que los males causantes del desastre del 36 (muy vivos en 1978) quedarían conjurados bajo el influjo benéfico de la Constitución de 1978.
Lo que estoy seguro es que no esperaba que las fuerzas que se avinieron al consenso de la transición se comportaran con la terrible deslealtad y falta de honradez con la que se comportaron. Esa fue, y no otra, la causa de que la transición haya quedado incompleta.
Adolfo Suárez, una vez completado su papel de líder dinamizador del cambio de sistema fue apartado en una esquina con toda frialdad.
Sus intentos del CDS no resultaron sino un canto de cisne y al final se echó a un lado para vivir las últimas décadas de su vida peleando contra las terribles enfermedades que asolaron primero su casa y luego a su propia persona.
Sus intentos del CDS no resultaron sino un canto de cisne y al final se echó a un lado para vivir las últimas décadas de su vida peleando contra las terribles enfermedades que asolaron primero su casa y luego a su propia persona.
Considero que los errores de Suárez no fueron tanto por empecinamiento o mala fe cuanto por desconocimiento y muy mal asesoramiento por parte de una mayoría liberal y democristiana que más tarde, de manera individual y fragmentaria ha ido entonando el mea culpa en distintos foros y formas.
Las soluciones adoptadas en torno a los partidos políticos, el papel del ejército, la querella foral vascongada y navarra, el separatismo vasco y catalán y otros tantos asuntos que siguen hoy sin resolver se apostaron al caballo de la nueva constitución y se pusieron bajo el manto protector del consenso.
Grave error. Las autonomías se emplearon para subvertir el nuevo sistema desde dentro y los garantes del consenso se convirtieron en los primeros conculcadores del mismo.
¡Cuantos palos recibió Adolfo Suárez de sus compañeros de dentro y fuera del hemiciclo!
Muchos de los que hoy sueltan lágrimas de cocodrilo y cantan las alabanzas del líder difunto han sido Judas y Brutos.
Muchos de los que hoy sueltan lágrimas de cocodrilo y cantan las alabanzas del líder difunto han sido Judas y Brutos.
Pese a todo esto, la figura política de Adolfo Suárez sale muy reforzada después de casi cuarenta años de experiencia democrática. Los políticos que le han sucedido no le han llegado ni a la suela del zapato en cuanto a seriedad, compromiso, tesón y patriotismo. Aznar tuvo algunos momentos en que estuvo cerca, luego perdió el paso y se dejo llevar por sendas oscuras y triunfalismos horteras.
No deja de ser curioso que muchos de los errores de Aznar tuvieron las mismas causas que los de Suárez. Poco conocimiento de cómo está organizado el poder mundial, defectuosa calibración de los personajes que le rodeaban y visión muy parcial de la realidad de España.
El legado de Suárez ha tenido un impacto muy limitado en el tiempo y de muy escasa profundidad.
La responsabilidad esencial no fue del todo suya, ni mucho menos. Suárez lideró un cambio de sistema que requería unos políticos con altura de miras y capacidad de servicio y sacrificio. Sucedió todo lo contrario.
El PSOE hizo la revolución desde dentro y cambió España. Los mandatos combinados de Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero
han supuesto la más profunda y vertiginosa alteración sufrida por una nación occidental hasta la fecha. El papel del PP no ha ido más allá del de comparsa acomplejada.
La responsabilidad de los políticos autonómicos ha sido, igualmente, enorme. La ambición por el poder, la corrupción galopante, la falta de lealtad, la tergiversación han conducido a la situación actual.
El equilibrio en pro de un bien común por el que luchó Adolfo Suárez no se ha conseguido es por ello que sostengo que la transición quedó incompleta.
El régimen implantado para dirigir la Nación hacia nuevas cotas de desarrollo y progreso se ha utilizado para el enriquecimiento personal, la creación de sistemas clientelares que se han apropiado de los fondos públicos y la destrucción de la unidad.
Muchos de los problemas esenciales que enfrentaba la España post franquista siguen encima de la mesa. Lo grave no es que continúen sin solución sino que se han visto agravados por las sucesivas manipulaciones a las que se han visto sometidos.
Ayer escuché a un comentarista político decir que Adolfo Suárez, antes de que su enfermedad borrara su memoria, había dejado escritos unos cientos de folios con recuerdos, reflexiones y comentarios. No se si esta noticia es cierta y si esas reflexiones verán algún día la luz. Si es así, espero que haya dejado consignadas sus reflexiones acerca de lo sucedido desde su retirada hasta principios del nuevo siglo.
Quizá lo más interesante del legado de Adolfo Suárez sea su imagen de hombre apasionado, pues sin duda lo fue. A la vista de las tristes figuras políticas que pueblan los salones del poder en estos días, la imagen de un político valiente y apasionado resulta sumamente reconfortante.
Acertadada o equivocadamente, Adolfo Suárez intentó crear un marco nuevo.
Suárez tuvo fe en la capacidad de sus compatriotas para organizarse sin necesidad de recurrir a deidades tutelares laicas.
Quizá fue un soñador, quizá fue un inocente, quizá pecó de audaz y le faltó reflexión.
Es fácil juzgar en la distancia, a toro pasado, y muy difícil trabajar rodeado de intrigas, presiones y muerte. Es importante recordar que durante los gobiernos de Suárez se enterraron, proporcionalmente, a más víctimas de ETA que en todo el resto de ciclos políticos anteriores y posteriores (y eso que los "chicos de la capucha" eran unos luchadores antifranquistas...).
Descansé en paz Adolfo Suárez, un político muy español, un hombre de acción que colaboró con el rey para dar un giro a la Historia de España y cuyo legado político ha quedado sucio y roto en un rincón a la espera de que venga alguien decente a recomponer las piezas y volver a poner la maquinaria en marcha.
Sanglier.
Menuda verborrea. No lo he leido, no cabe en la pantalla de mi telefono. No interesa. Necrológicas y actualidad, blog para cuervos. PArece la hoja del cementerio. Por fvor espabile (n).
ResponderEliminarBonito y sorprendente artículo porque intenta un análisis desapasionado del personaje lo que es muy difícil sin duda. Intenta ver las cosas con equilibrio, serenidad y distancia y lo consigue. Enhorabuena. En cuanto al pájaro de cuenta autor del comentario anterior, no voy a ser tan desapasionado y sereno como Sanglier, a ver si le cabe la pantalla del teléfono, y el teléfono entero, y hasta un botijo que seguro que gasta, por el único ojo que seguro que usa con frecuencia, ya que los de la cara parece que le sirven de poca cosa.
ResponderEliminarEntiendo que escribe usted a toda mecha, pero debe evitar siempre y en todo caso la construcción "es por ello que", detestable galleguismo que pulula por doquier contaminándolo todo, y sustituirlo por la construcción correcta que es "es por ello por lo que". El "es por ello" que es una verdadera infección, un humor negro que destila una ponzoña que todo y a todos contagia, hinchándonos las pelotas, a tope.
ResponderEliminarPero hay que ir al grano. Buen artículo e interesante forma de acercarse a Adolfo Suarez, ahora que todos le lloran y aseguran su devoción los que le hicieron la vida imposible. Cuando se muere alguien en España la verdad es que da un poco de asquete.
ResponderEliminarEn cuanto se asoma la jeta le sacuden a uno. Hasta las narices de actualidad. A ver si inventan otra cosa.
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