domingo, 24 de noviembre de 2013

COMENTARIO Y PEINETA

Han sido muy numerosas las críticas que ha recibido el pobre compilador de estas crónicas Bergamotianas. Se le ha reprochado un lenguaje crudo y soez, un recrearse en las cuestiones más bajas de esta vida. Sin embargo ninguna culpa tiene el cronista que en realidad no lo es. Pues lo cierto es que se ha limitado a ordenar un archivo viejo, legajos polvorientos que a nadie interesaban y por los que tal vez sólo sienta un poco de curiosidad este amanuense que con paciencia y tronchándose de la risa algunas veces, sonriendo otras, los transcribe. Ya saben ustedes, es lo que tantas veces sucede en la vida real y tantísimas en la literatura: escritos, borradores, apuntes, el esbozo de un texto, fragmentos dispersos encontrados en una caja, en un cartapacio, sujetos con un cordel, o como diría Tato, con un cacho cuerda, a veces con un cordón de bota desparejada. El amanuense no va a ser menos. Pues además es consciente de que con la electrónica desaparece todo esto, al menos bajo la forma tradicional de cartapacio, polvo y cordel. Aunque no hace literatura ni lo pretende, el amanuense dirá que pasaron los papeles a sus manos entregados por quien seguramente consiguió una de las cajas pacientemente reunidas por Calvino de Liposthey, que seguramente recibió el contenido de Doroteo. Como ya hemos dicho eran vecinos. Podemos hasta decir que son vecinos, ambos castellanos del castillo, habitantes de los luminosos palacios de Nava de Goliardos. Y no podemos descartar que recibamos, más adelante, nuevos textos, más fragmentos de ese libro inacabado al que en comandita dieron principio un día Doroteo y Tato, glosadores de las aventuras del Gran Bergamota, sin decidirse nunca a acabar la tarea, faltos de un editor. Renuentes en realidad a poner orden, concierto y cronologías a una aventura que sigue viva. En efecto, ha llegado el invierno a Nava de Goliardos, que a veces es Puebla de Goliardos, no se asombren, y los amigos del que esto escribe están vivitos y coleando y siguen trotando de aquí para allá, olisquean y se revuelcan en la nieve. Varias semanas de un otoño cálido y luminoso, de una luz limpia y transparente, de atardeceres húmedos, de mañanas de sol, han dado súbitamente paso a la nieve y se han encendido las chimeneas. Todo hace pensar que pronto se reanudaran las largas tertulias al amor de la lumbre, los convites de Doroteo, tal vez alguna conferencia del maestro, las meriendas organizadas por Tato que ayer se tiró cinco horas por los pinares y volvió a casa con siete kilos de nícalos. Ya explicaremos porque no hay ese. No se azoren los cazadores de erratas.
Una larga tapia -piedra, parches de ladrillo y bardas amarillas- divide los jardines de ambas casas. Un portillo de madera cubierta de verdín permite cruzar de uno a otro. No se cierra nunca y las visitas son frecuentes, las bibliotecas dan al Este, para que entre el sol a primera hora de la mañana, los salones al sur. Así que seguirá la charla, cruzarán los mensajes, el papel, se prestarán libros, se discutirá, se fumará un poco cuando los catarros y la gripe lo permitan, y para acelerar la recuperación de los enfermos, de Doroteo siempre tan delicado, se libarán dedillos de armagnac o de brandy del marco de Jerez o de aguardente velha, en pequeños balones del más fino cristal. Mientras aparece nuevo material seguiremos transcribiendo el que nos vaya llegando, sin censura ni edulcoración. Van a continuación unas notas en torno a la vestimenta. No encontrará el lector nada nuevo, vueltas alrededor de un mismo asunto, aire suave de pausados giros y un príncipe de Golconda catarroso y gruñón. Y antes de transcribir el texto meticulosamente reconstituido, les hacemos por escrito el gesto de la peineta, lo que antes se decía, hacerles la higa, sólo a los más críticos y currutacos.

El Güito

Güito.

1. m. Hueso de una fruta, especialmente de albaricoque, con que juegan los niños.
2. m. coloq. sombrero.
3. m. pl. Juego que se hace con aquellos huesos.

-          Llevar corbata con un jersey de cuello de pico debajo de la chaqueta es hoy en día ingresar en la cofradía de la carcumbre, una proclamación de anarquismo, un desprecio a las normas de convivencia, un envite a la chancleta, un desafío, una higa al mundo que nos rodea – proclamaba en voz alta Doroteo.
-          Mire Doroteo, menos gestos y más aterrizar. Mire, hay que ser un poco moderno, aterrizar, vivir al nivel de los tiempos. ¿Por qué siempre encerrado en la torre?
-          Mire usted, lo que no se puede aguantar son los zapatos en punta, los mocasines con los talones comidos, el zapato de plástico, el hombro tatuado, los hierros en el careto, las argollas en las narices.
-          ¡El que tiene que abrir los ojos es usted, abrirse, desvestirse, quitarse la coraza, trotar por los prados en pelota picada, fundido en la naturaleza!
-          Menos bromas Alcides, que hay medio metro de nieve ahí fuera.
-          Ya me entiendes Doro, déjate ya de historias, no se puede estar siempre jugando a ser otra cosa, deja el entallado, pásate a la ropa desestructurada, chilaba, babucha, cómo la tortilla de patata que ahora se bebe.
-          Alcides, yo llevo sobre los hombros el peso de la Europa que se fue con la primera guerra mundial, soy un bastión, el último, he hecho de la cortesía mi razón de ser, y eso incluye la cortesía en el vestir. La mayoría de lo que la gente enseña es indecoroso, de una fealdad extrema. No le hablo ya del verano y sus miserias. Pero ahora mismo, ¿no es una atención para el prójimo disimular esos cuellos de pollo, esas nueces saltonas, esas papadas que tienen vida propia, con una corbata bien anudada, de hermosos colores, que se lleve los ojos a la tela y los separe de esas carnes color de hollín?
-          Yo lo que digo es que usted tiene que modernizar el vestuario: un vaquero ceñidito, cargando a la izquierda como don Amadeo, un poco raído, una camiseta sin mangas, una superposición de ropa sin lavar, una mezcla de chándal y lana, de cuero y plástico, un taladro aquí, un pelado allá, un número a la espalda, el careto de alguna estrella del rock por delante, unas converse caras, Doroteo, anímate hombre, ya verás.
-          En fin, lo pensaré, tal vez un poco de color en el cinturón. Pero ojo, que estamos mezclando los tratamientos, un poco de cuidado por favor. Y además, ¡oh gran Bergamota! ¡gran capador de puercos! ¡no te rías tanto no te vayan a dar cuatro palos!

Se hacía tarde. Alcides hecho un vistazo rápido a la hora sacando del bolsillo del chaleco el reloj de su abuelo. La cadena que lo sujetaba al ceñido chaleco de rica y hermosa tela produjo un delicado sonido argentino. Doroteo se estaba calentando un poquito, no convenía abusar.

-          Me voy querido, piensa lo que te he dicho. No podemos convertirnos en la parodia del señor o del señorito de otra época, no podemos jugar a ser personajes de una novela inglesa que en todo nos es ajena, imitando a unos personajes hace mucho extinguidos, con la sangría de la primera guerra como usted dice, no podemos jugar a ser el marco dorado para un lienzo en blanco. El mundo se mueve y la frivolidad no puede ser nuestro guía.
-          Alcides querido, haré como que no he oído nada. Peso cien kilos y tengo piernas como columnas de crucero de catedral para cargar el peso que llevo sobre los hombros sin apenas ayuda. Como dijo el poeta: yo soy las afueras de una ciudad inexistente. Recuerdos a tu tía Celedonia cuando la veas, y hasta más ver.

Bergamota, sin replicar y satisfecho de su perorata abotonó la chaqueta cruzada de su traje príncipe de gales, palpo discretamente el nudo de la corbata para asegurarse de que seguía en su sitio y con ligereza y prestancia se echó sobre los hombros la capa española que le había traído Dominga. Le dio las gracias con una sonrisa y cogiendo el sombrero que ella le tendía con amable paciencia salió a la calle. Dio media vuelta, se caló el güito cuya copa redonda y negra contrastaba con la blancura de la nieve que caía espesa, y con un corto y rápido gesto del bastón saludó a Doroteo que le había acompañado hasta la puerta.

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