El pobre Mariano, o el memo de Mariano, según se quiera abordar la cuestión, no deja de ser un Zapatero, sin la pluma, pero un Zapatero al fin y a cabo, aunque sin el aire femenil y cretinoide. Al menos de puertas afuera y mientras tiene la boca cerrada, escondida tras la barba. Cuando la abre, vuelve Bambi, porque en rigor el discurso viene a ser el mismo, es decir nada. La nada. Sus palabras producen una succión de la materia que deja tras de sí el vacío, el desierto, el fin de occidente, la pura masa sin forma alguna. Cuesta creer que alguien pueda tener la cabeza tan hueca o tanta falta de vergüenza, tanto cinismo. La oquedad bajo la tapa del cráneo es tan inmensa que se oye retumbar el eco sin encontrar obstáculo: no hay una convicción, ni un principio, ni una idea, ni una creencia. Oiga usted, mire usted, a mí me parece, yo creo que he sido justo… Nada. Ausencia de discurso, todo es falso menos un poco, y las mismas falacias lógicas que utiliza el que me pone el café en el bar por la mañana, para defender a su equipo de fútbol: le han roto la pierna cuando iba a meter gol, pero eso no tiene nada que ver… He incumplido todas mis promesas pero he cumplido con mi deber... ¿? En fin. No merece la pena.
Retrocedamos unos años. 1547. Algunos progretones nos niegan, niegan a España, nada ha existido. La historia militar no tiene buena prensa por aquí, pero es interesante, porque al sumergirnos en un acontecimiento tan concreto como una batalla o una campaña militar nos facilita fotografías de ese instante, descripciones exactas de quienes estaban presentes cuando fue disparada la instantánea. Y así, en la campaña que llevo a cabo Carlos V contra la liga de Esmalcalda, y que acabó con su victoria en Mühlberg, resulta curioso comprobar, al examinar la fotografía, cuantos de sus protagonistas son españoles. Así puede verse al maestre de campo Álvaro de Sande, al mando del tercio formado por soldados reclutados en gran parte en Hungría, los cuales, poco amigos de los alemanes y por tanto del Imperio, entran en la batallada al grito de “¡España, España!”. En las escaramuzas que preceden a la gran batalla, Álvaro de Sande encabezaba una encamisada llevada a cabo por unos mil arcabuceros españoles que atacan el campamento enemigo sembrando el pánico. Luis de Ávila y Zúñiga dejó escrita una crónica de la campaña en la que participó activamente: de la guerra de Alemaña hecha de Carlo V Máximo Emperador Romano Rey de España. Está fechada en Venecia al año siguiente de Mühlberg, en 1548. El duque de Alba era el principal comandante del ejército imperial, directo asesor del emperador. El cruce del río Elba por el ejército de Carlos V fue posible gracias a la hazaña de once soldados españoles quienes, con las espadas en la boca, cruzaron a nado el rió para apoderarse de los pontones retirados por el ejército protestante que mandaba el grueso Juan Federico, príncipe elector de Sajonia. Se montaron un poco más lejos, río abajo, y permitieron cruzarlo. Una vez derrotados los protestantes y capturado el grueso elector, su custodia fue confiada a Alonso Vivas, maestre de campo del tercio de Nápoles, es decir, de un tercio de infantería española. El lugar dónde al terminar la batalla acampó el emperador, ya de madrugada, fue denominado por la población local Spennsberg, versión dialectal de Spanierberg o monte de los españoles. Más tarde, una de las condiciones de la capitulación de la ciudad de Wittemberg fue que en ella sólo entraran tropas alemanas del Emperador, pero no las españolas. En la campaña de Mühlberg participaron los tercios de Hungría, Nápoles y Lombardía, también conocidos, como era habitual en aquella época, por el nombre de sus comandantes, respectivamente los tres maestres de campo, Sande, Vivas y Arce. En fin, hasta aquí, un poco de color español, en su versión más limpia y positiva.
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