La Guardia Civil en la puerta del colegio electoral. A ella le queda
el uniforme como si fuera un barrendero. Desfila el cuerpo electoral. Un gran
número de ancianos decrépitos, oigo que dice un concejal. Dos viejas con bastón
bastante despiertas; un matrimonio con sombrero de explorador él; dos gorditos
de la mano, él tiene gran picota y pelo lacio, ella es eslava y grandota o al
revés, grandota y eslava, y habla español con la boca encogida; una familia con
dos niños, él tiene los pies diminutos, torcidos y girados hacia arriba, ella
se queja mucho, es lógico. Un gordo y viejo comunista lo mira todo con aires
exterminadores. Una abuelilla arrastra los pies, la mano pecosa sujeta un
bastón con el que se mueve con agilidad. El apoderado rojillo es el de aire más
presuntuoso y arrogante, con camiseta de marca rotulada en inglés y greñas de
permanente. Un chándal, otro chándal, una muslera con un chor (short) que sólo
tapa media nalga, la otra mitad vibra al aire. La chica guapa –que no es la del
chor- vuelve porque se ha dejado algo. Una panza viene a votar y a lo lejos, detrás,
una cabeza pequeña parece dirigirla. Una rémora quiere entrar con un San
Bernardo gigantesco, señora por favor que no puede ser. Avalancha de abuelitas
precedida de una señora con dos niñas pequeñas, cuidado que hay un escalón.
Pasadas las doce se supera el diez por ciento de participación con la horda de
jóvenes que vienen a votar, camisas negras, si negras, camisetas, sudaderas
horribles, y de repente un personaje engominado y al rato las dos primeras
corbatas. Y un señor delgado como un pájaro, otro que gira el cuello a derecha
e izquierda sin parar, una mujer prácticamente desnuda, unos papás de los de
mucho sentimiento, de esos que crean monstruos, quieren que sea el nene el que
meta la papeleta, pero les dicen que de eso nada y se ofuscan. Luego dos cojos,
a la vez, un loquito que habla sólo y mira para todas partes después de reír,
la tontalpacma que nunca falta, mas chores de todos los colores. Casi a la hora
de comer: él gran nariz de porreta y potente belfo sobre metro cincuenta, ella
busca una cola en la que poder ordenarse. Un señor pregunta que por qué en la
lista del censo que maneja la mesa electoral se raya el nombre de los que han
votado, que él no piensa votar pero quiere una raya sobre su nombre y que exige
una explicación. Ancianísima venerable con nariz de alcotán conducida por digan
nieta, hay dudas sobre si podrá levantar la papeleta, pero al final lo logra
sin el inadmisible concurso de la nieta. Melón de la Huerta, Arcadio, ha
votado. Sonrisilla del interventor, nervios en un vocal, la presidenta
superpotra principia un alarido histérico que logra contener. Dos pavas
electrónicas piden papeletas del partido verde. Un marido acompañado de una
loca pintarrajeada que es su mujer. El hombre, a todas luces sojuzgado y
disminuido, sonríe como pidiendo perdón. Dos vocales le miran y luego uno hace
al otro con dos dedos el gesto de la tijera cortando. Un presidente de mesa, en
la misma sala, que había comenzado la jornada con mucha compostura, henchido de
sentido del deber y traje de tres piezas, parece que por las entretelas
escondía una petaca con aguardiente, por lo menos. Ya se oye perfectamente
cuando en lugar del ¡ha votado! de rigor afirma con voz catarrosa que ¡aquí
dejan votar a cualquiera!
Encerrados
ya desde hace horas para el escrutinio, sólo nos falta el Ángel exterminador.
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