Mire
Bergamota, se lo vuelvo a decir. No olvidemos que vivimos en una sociedad en la
que la gente se hace una foto de la minga para convertirla en digital y que
circule por las redes. Así están las cosas y no hablamos de individuos
estrafalarios sino de, por ejemplo, los adolescentes. Alguno dirá que son cosas
de la edad. Seguramente, pero que se manifiestan y se canalizan de manera harto
distinta a como podía hacerse en el pasado. En el pasado, el señorito canalla
podía serlo pero sin salir de un orden de realidad y a una edad normalmente más
tardía. Y no lo hacía ahíto de pornografía que es dónde está el quid de la
cuestión.
Que
cosas dice, no me dé detalles por favor.
Volvía
de comer, bajo un sol de febrero incomprensible por su fuerza. Hasta el punto
de que llevaba puesto un sombrero de paja a modo de protección y a la vez una
bufanda. Al cruzar una rotonda se acercó a una de las iglesias del lugarejo. Se
podía ver, adosado a una de las paredes del atrio, una cruz alta, asomando con la perspectiva por encima de las vallas cerradas. Y sobre la cruz un cristo
crucificado. Y esa imagen resultaba de repente sorprendente, como desplazada o
incongruente con aquél día soleado y la satisfacción que producía la digestión
de una comida que había sido copiosa y excelente. Detuvo el paso quedándose
como absorto, tratando de recordar algo. Aquello representaba algo, era aquella
religión, aquél antiguo culto.
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