Hace unos días
me enseñaba un libro de la vieja biblioteca. Vieja, pero que por la curiosidad
del lector iba rejuveneciendo por días, a medida que avanzaba su exploración.
Se descubría un autor. Se encontraban los libros de otro, citado en un manual
de historia de reciente publicación, se iba espigando en aquel inmenso tapiz
que recubría toda una pared, verdadero mosaico de piezas móviles. En la portada
o anteportada del libro figuraba con letra menuda y limpia un comentario del propietario
anterior. Venía a ser una breve observación sobre la naturaleza poco edificante
del personaje protagonista del libro. Un hombre de la transición entre los
siglos XVIII y XIX. De alguna manera, el comportamiento del protagonista y de
su entorno le había sobrecogido moralmente y dejaba breve nota de ello.
¿Qué hubiera
dicho aquél lector de las dos novelillas que acabamos de soltar
apresuradamente, como si contaminar pudiera su contacto físico? El autor es de
sobra conocido y varias personas nos habían hablado de él. Un autor por otra
parte siempre presente en prensa y noticias. Muy premiado en su país de origen,
los Estados Unidos, traducido a múltiples idiomas, mundialmente conocido. Se
trata de Philip Roth, que como tal vez sepan murió en el mes de mayo pasado. No
habíamos leído nada de él y nos atrevimos con dos obras más bien breves. La
humillación (The Humbling), que escribió en 2009 y El lamento de Portnoy (Portnoy's
Complaint) publicado en 1969 y que le dio la fama. Tal vez sea ese el mérito
del autor, lo temprano de una escritura de transgresión tantas veces repetida
desde entonces y, tan asimilada por el cine y la literatura, que al leer
teníamos una impresión de déja vue tan
fuerte que se nos caía de las manos. Una nueva transgresión, un escalón más,
hacia abajo por supuesto. Leída cuarenta años después de su publicación, Portnoy's
Complaint es un texto que ha envejecido mal en su histérica suciedad. Incluso
muy mal. Será un mojón en los manuales de historia de la literatura, o de la historia
de su decadencia. Si hay rasgos de humor, de un humor que podríamos llamar
judío, basado en resaltar los absurdos o las excentricidades de la propia
condición, como cuando el niño pregunta a su madre: ¿Nosotros creemos en el
invierno? refiriéndose claro a los judíos y a su posición excéntrica respecto al
común norteamericano de la época. Algún rasgo de humor, y una completa ausencia
de belleza. Hemos tenido la impresión de que era como intentar una escritura a
la Céline, pero despojándola de todo lo grande y hermoso que tiene el Viaje al
final de la noche, dejando la parte brutalmente descarnada y cruda. Dijo al
parecer un rabino de los Estados Unidos que la escritura de Roth venía a ser
una llamada o incluso una justificación del antisemitismo. ¿Nos atreveremos a
decir que no le faltaba razón? En fin impresiones.
En cuanto a La
humillación, el primer humillado es el lector que no se merece tan triste
cúmulo de sordidez. Aquí ya ni siquiera ha llegado el humor yiddish, sustituido
por furiosas lesbianas, y todas las crudezas que puedan ustedes imaginar. ¿Es
un retrato acertado del mundo? ¿Es ese el fin de la literatura, retratar del
mundo, si es que tiene que tener un fin, un propósito? O se trata simplemente
de escribir lo que uno ve. Sin duda, escribió lo que veía. ¿Pero no es entonces
una visión limitada, de una desoladora pobreza? La cuestión es entonces ¿por
qué leerlo? ¿Por qué estos libros se han vendido a millones? Cualquier página
de Gutierrez Solana con su recrearse en las miserias del mundo tiene algo que la
salva, algo que no tiene todas las páginas de estos dos libros juntas. Son el
retrato de un mundo sin Dios, completamente entregado a sí mismo, sin limitación
alguna, retrato a estas alturas mil veces pintado. Tiene estructura, sólo
faltaba, y hasta cita de Chejov para encajar un suicidio, que no podía faltar. Me
dicen que a este Roth, que en paz descanse, hay que darle otra oportunidad, la
tercera. Nos parecen muchas.
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