Le vimos
torear muchas veces. Por el fuimos a menudo a la plaza. Por lo que hacía, por
su actitud, por lo que intentaba. Recordábamos su gran temporada, aquella feria
de otoño, el desafío de los seis toros, la salida por la puerta grande de
Madrid, una tarde en Guadalajara… Y hace un rato mirábamos los carteles de una
plaza del norte y seguíamos buscando su nombre entre los toreros anunciados. Ni
siquiera sabemos ahora como titular esto. ¿Recuerdo, memoria, desahogo?
¿Utilizar el latinajo In memoriam?
Lo hemos dejado en eso, Toros. Desde que supimos lo que había pasado, llevamos unos días en un silencio
interior. Y muchos aficionados están así, aunque parezca increíble, de luto. Sí,
llevando un luto silencioso que en nuestro caso ha consistido en callar unos
días, hasta que la noticia se ha posado en el fondo; el hecho ha tomado cuerpo
definitivamente, pétreo e inamovible. No nos lo podíamos creer cuando nos
avisaron el sábado por la noche. Pero ahora… Ahora, lo que era vago, improbable,
lo que tal vez era un error, ahora es inapelable, fatal. La muerte del torero, en el
ruedo, herido por el toro. Aunque no llevemos signos exteriores de pena, hay
por dentro una aflicción, un duelo muy hondos. Y esto se conlleva con la
renovada consciencia que al aficionado se impone, de que lo sucedido forma
parte de lo que en la Fiesta, como en la vida, puede suceder. La impresión y el
dolor tienen que ir inevitablemente acompañados de la plena aceptación de la
fiesta de los toros, la del toro íntegro, la de los toros que hicieron grande a
Ivan Fandiño. La fiesta en su totalidad, completa, sin mermas, sin disfraz ni
recursos impropios, sin parodias, que es la forma de honrar la memoria de Iván
Fandiño y de los toreros que como él perdieron la vida en el ruedo. Como
comentábamos hace poco con otro aficionado, los toros son hoy, en puridad, una
forma de resistencia moral. En la Europa de los minutos de silencio, que nada
significan, rezamos por el eterno descanso de Iván Fandiño, por su familia –sus
padres, su mujer, su hija-, por su cuadrilla. Para que encuentren el consuelo
necesario e imprescindible en la Fe –hay vida después de la muerte-, y en la
memoria de los días juntos.
AB el G, para el Diaro de N.
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