Claro que
seguimos acudiendo a La Plaza. La Plaza con mayúsculas, pese a todos los
avatares. Y con nosotros el Amigo Pulardo, Tato, Bergamota el eximio polígrafo,
Doroteo y the Countess, cada vez más arrimados los dos últimos. Calvino de
Liposthey a menudo se une a la pequeña expedición que se monta desde Nava de
Goliardos, que también es Puebla de lo mismo. Lo que sea necesario para no
perder el hilo de sus crónicas.
El Amigo
Pulardo ha estado esta misma mañana husmeando por La Plaza, comprando alguna
entrada suelta, fisgando y observándolo todo desde su corta estatura, casi todo
el rato de puntillas sobre sus lustrosos botines de piel de potro, con sombrero
de jipijapa, pañuelo de algodón, corbata de lazo. El Amigo Pulardo se agita en
la cola de las taquillas, con poca gente que es muy pronto. Se le acerca un
reventa destentado: entradas para hoy. No gracias si tengo ya entradas, vengo
para otro día. Un abonado quiere colocar las suyas, son dos, porque el cartel
de por la tarde no le entusiasma del todo. Una entrada para el apartado oiga,
aquí tiene. Se dirige hacia el patio de caballos al trotecillo lento de su
piernas cortas aunque bien proporcionadas. Dos mejicanos piden un programa con
los carteles de San Isidro, que lo quieren llevar para Méjico de recuerdo. Se
les acerca un señor para explicarles que, por un euro, pueden ver el apartado
de la corrida de por la tarde, accediendo por el patio de caballos a los
corrales de la plaza. Se quedan como pensativos, asombrados del gesto amable en
su humildad de turista modesto, temeroso del engaño. ¿Un euro? Queda en el aire
el gesto amable. Mire, es que en los toros, como en la vida todo está en el
gesto.
El Amigo
Pulardo sube las escaleras despacio, enseguida resopla como un ternero cebado.
Va embutido en un terno magnifico, salido de las manos de un buen sastre. No ha
renunciado a eso. Los toreros se visten de plata y de oro. ¡El Amigo Pulardo se
viste también! Es su forma de hacer, a su manera, un gesto también. Para
mostrar respeto por los que pisan el ruedo, un respeto un poco trasnochado para
estos tiempos en que hasta la corbata cae y la gente no se viste ya ni para la
Misa del Gallo. El traje marca con precisión artesana su silueta canija,
elegante y oronda, llena de severo empaque. Pero se ha descuidado últimamente.
Teme que si resopla demasiado (resopla usted como una ballena oiga) salten las
costuras del traje y puedan asustarse los toros por el estallido, y la gente de
verle de repente en ropa interior, semi en cueros, como si de una performance
marrana se tratara. Así que se para en un peldaño y deja pasar a la gente, para
acompasar la respiración. Aquello está lleno de niños piensa con cierta alegría.
La cornamenta inmensa de uno de los bueyes de la parada de la plaza le recuerda
de inmediato a Fidelio Lentini Spotti, la pústula de los Abruzzos, el gran
cornudo. Se hace el silencio y desfilan los gruesos toros de los Espartales,
negros, ensillados. ¿Qué juego darán? Acodado en una barandilla repasa la
corrida a placer y ve moverse los toros con los ojillos encendidos.
Ya en el
museo taurino, saludos con el de las entradas. De usted me acuerdo caballero.
¿Les gustaron los toros de aquél día? El Amigo Pulardo va a tiro hecho. Lo que
quiere es leer de nuevo aquél poema conmovedor de Rafael Duyos, a la muerte de
su amigo Antonio Bienvenida. El sacerdote y el torero. Al Amigo Pulardo se le
va el sentido murmurando aquellos versos. También se acerca a ver el busto de
Ricardo Torres “Bombita”, y el retrato de Belmonte de Vázquez Diaz. Con los
billetes en el bolsillo se va a casa. Al salir del patio de caballos se cruza
con los dos turistas mejicanos que llevan en la mano las entradas del apartado
al que finalmente han asistido. ¡Por un euro, híjole!
¡Sos grande!
ResponderEliminarEste blog defiende cosas indefendibles. Tomo nota.
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