Calvino de Liposthey rara vez encontraba resistencia a su labor de cronista
local. Se dedicaba a recabar los pequeños hechos de la localidad, a retratar a
sus habitantes y a profundizar en la vida de los más egregios, en particular en
la personalidad sin par y obra singular del gran Alcides Bergamota, eximio
polígrafo. Contaba para ello con los papeles del escritor y con el archivo de
Doroteo, de una riqueza inexplorada, dónde podían encontrarse las más variadas
noticias sobre Nava de Goliardos, la villa y sus habitantes. Pero como en toda
labor surge siempre un pero, la hormiga amanuense que era Liposthey, armado de
plumín y libreta, mitones y bufanda, encontraba resistencia tenaz, evasivas y
silencios, al arrimar su curiosidad a la Fundación Tato para Varones
Desahuciados. Era consciente de no poder acceder a la documentación clínica de
los pacientes, ni al listado de los que en algún momento habían ingresado para
tratarse de ofensas, humillaciones, persecuciones y vejaciones de todo orden. Pero
sabía de la existencia de una suerte de diario, una especie de cuaderno de
bitácora, dónde, de manera constante y puntillosa Tato consignaba el día a día
de la Fundación, lo que incluía no pocas referencias, al parecer, a los
distintos casos que por allí pasaban. Eso aseguraban al menos las fuentes que
discretamente informaban a Liposthey, sin por ello traicionar la confianza de
Tato ni su deber de lealtad con la Fundación. En realidad se habían limitado a
comentar que, efectivamente, todas las tardes entre semana, a la hora en que se
hacía el cambio de turno y llegaba el personal de guardia, Tato se recogía en
su despacho provisto de un pequeño paquete de caramelos de violeta. Eran esos
caramelos, al parecer, el indicio de que se disponía a escribir, pues avanzaba
por el pasillo hacia el despacho chupando un puñado con fruición y despidiendo
sólo con un gesto breve a los que se iban, al no poder articular palabra. El
hecho de llevar bajo el brazo cierto particular cuaderno, grueso, de buena
encuadernación, con nervuras doradas, con aire de haber sido encargado a
medida, era también indicio de que se acercaba el momento de escribir. Eso
apuntaba al menos el informador más sagaz.
Tato se instalaba en su gran mesa y se reconcentraba sobre el
cuaderno, rascando página tras página. Para poder atender a los imprevistos que
pudieran surgir, la puerta quedaba entreabierta y Tato a disposición del
personal, aunque por la hora reinaba por lo general un gran silencio únicamente
turbado por Paqui la asistenta que barría, recogía papeleras, fregaba los
suelos y, a la menor oportunidad, daba todo el palique posible al personal de
guardia.
La puerta entreabierta era también una medida de seguridad impuesta
por el patronato de la Fundación, después de realizar una sesuda y muy cara
consulta a un conocido despacho de abogados para determinar las normas de
régimen interno más convenientes. G. Provecto, Migraña & Sinclair Abogados,
S.L.P. había recomendado expresamente, y pese a la descripción que se les había
facilitado de Paqui, que se evitara que el personal de dirección o los
patronos, quedaran encerrados en un despacho con cualquier subordinado,
empleado o colaborador de la Fundación. La jurisprudencia más reciente
consideraba esa situación, el encierro sin testigos, como la ocasión que pintan
calva, como el momento propicio para dar rienda suelta a los mayores abusos,
las más sórdidas tentaciones, la más desenfrenada y vil lujuria
- ¿Pero
incluso con Paqui, con lo decrépita que está?
- Por
supuesto, que tendrá que ver la decrepitud con el abuso y el ánimo lujurioso.
- ¿Pero oiga
por quien me toma?
- No se
irrite, que el consejo es genérico, nada personal. Usted verá.
Se aseguraba que, al abstraerse sobre el cuaderno con la boca llena de
caramelos de violeta, Tato se reconcentraba de tal manera al anotar los casos
que pasaban por la Fundación que se le escapaba, al describir los más fuertes,
un hilo de baba morada. Un hilo cárdeno a veces, una pequeña mancha violácea
otras. Todo lo absorbía sin dificultad el grueso papel del gran cuaderno
secreto, de sin par calidad, la baba de violeta y las narraciones de Tato.
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