Se
llega a Toro desde Tordesillas en un momento. Nos alejamos del Duero con la
carretera, aunque volveremos a verlo al llegar, cuando nos asomemos a las
vistas desde el espolón, al lado de la colegiata. Toro se vende. Toro se vende entero,
y la impresión que esto produce tiene un punto desolador. El tirón de su vino
en los últimos años no ha sido suficiente. Mire dónde mire el paseante verá el
terrible cartel de SE VENDE: En la plaza mayor, sobre la puerta del palacio
viejo, vecino de la colegiata; en las bocacalles, colgado sobre los portones de
viejos palacios, o de casas nuevas, sobre solares arruinados o en edificios
nuevos, incluso delante de alguna de las pequeñas casuchas que hay en la cuesta
que sube del río. Es cierto que la ciudad sigue en pie y que tiene edificios
espléndidos, incluso edificios civiles, que es algo que llama la atención por
lo mucho que ha sufrido esta arquitectura a lo largo de los siglos XIX y XX
hasta la actualidad: Palacio de las Leyes, la Casa de la Nunciatura, en la
calle Judería, el palacio de los Marqueses de Alcañices dónde se celebraron las
bodas de la hija de Carlos I, doña Juana, con el príncipe de Portugal don Juan
Manuel, en 1552 y dónde murió el valido de Felipe IV, el conde-duque de
Olivares, tras ser desterrado por el monarca; el palacio Episcopal o del Obispo
fue prisión para el rey Pedro I "el Cruel" –volvemos a encontrarle-
hasta que consiguió escapar; el palacio de los Bustamante, dónde estuvo alojada
Santa Teresa de Jesús, la Casa de las Bolas, el palacio de los Condes de
Fuentesaúco, de los Valparaíso, de los condes de Requena, de los marqueses de
Castrillo, etc. Al visitante le gustaría volver a insuflar vida a la dormida
Toro, suficiente para que esos palacios no se deterioraran más, para que pudieran
quedar de eternos testigos de pasadas grandezas pero también acoger un presente
desahogado y digno, tal vez sin grandezas, pero ya sin ruinas. Está por ver que
eso sea posible. El visitante sueña con hacer suya una de esas grandes casonas
solariegas y darle nueva vida, llenándola de lugares incompresibles para el
satisfecho postmoderno: la gran biblioteca, un oratorio privado, distintos
salones, un comedor, un salón de fumar, otro de recreo, una galería de
pinturas. Mientras tanto Fidelio Lentini Spotti, más práctico, sueña con
rentables lupanares.
Desde
1900 Toro no supera los diez mil habitantes residentes, sólo lo consiguió en la
década de los sesenta del siglo XX y desde entonces la población ha ido
decreciendo lentamente. Y el visitante sabe que no hará nada por levantar Toro,
que no puede hacerlo, pero que si pudiera le faltarían ya vigor y voluntad… si
apenas logra una mediana glosa de lo visto. El visitante, detrás de sus
imaginaciones es, en el fondo, un pelagatos y se rasca la oreja satisfecho como
un minino dormilón.
Calle Mayor, al fondo la colegiata.
PALACIOS
AL FONDO LA VEGA, OASIS DE CASTILLA... (vaya usted a saber).
Qué buenos apuntes de viaje. Y qué melancolía de mundos perdidos para siempre donde eran protagonistas ésos palacios, cartujas y monasterios.
ResponderEliminarGdC
Doña Gerania, por favor, que estos no invitan ni a un café...
EliminarNo se engañe Gerania, usted sería una bella posadera, sometida al derecho de pernada del Conde o del Duque de turno. Viva la melancolía y la birra fría.
EliminarMe han censurado un coentario sobre la entrada de Fidel. Supongo que me discriminan. todos eso tíos están criando malvas.
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