Pajarería.
El cepogordista ha tenido un mal sueño. Algo difícil de describir, una especie pesadilla de metamorfosis. Gracias al cielo nada parecido a lo sucedido a Gregorio Samsa. Se ha visto a si mismo elegantemente vestido y puesto ante una elegante mesa bien ataviada. El sueño era algo confuso, borroso.
A los búhos les gusta proferir gritos, como a muchas personas. Su voz es inconfundible. Sin embargo, y al contrario de lo que sucede con muchas personas, de acuerdo con el fino oído de sus congéneres esos gritos nunca son escandalosos. En cambio, como decíamos, tener el oído fino por estos lares es claramente un defecto, un dolor, que se padece con resignación en esos lugares, cafeterías, restaurantes, todo de cristal y mármol dónde el griterío se multiplica de forma tal que más de una vez el cepogordista ha caído desmayado sobre la mesa, lo que ha tenido por efecto un redoblar de gritos. Sin embargo el cepogordista no es partidario de bajar el tono, del ridículo susurro, de esperar turno para hablar y esas bobadas. Sólo hay que buscar locales bien preparados, bien acondicionados, dónde abunde el lujo decimonónico de cortinajes, alfombras, sedas que amortigüen el ruido tragándose las ondas, y dónde se pueda hablar alto, accionando frenético, sin que sufra el tímpano y sin reprimir el ánimo. Un lugar donde el cepogordista pueda ser búho.
Aquellos búhos que cada año se aparean de nuevo (no establezcan aquí ninguna asociación con el cepogordista: Alcides escaldado, Doroteo enfrascado en su casona solariega, Tato de frenesí semanal, cuando no diario), en la época de celo dejan oír su retahíla de reclamos mantenidos largamente, como algunos conocidos del cepogordista que reclaman y reclaman. Por el contrario, los ejemplares emparejados de por vida denotan con un insignificante derroche de voz la llegada del tiempo del apareamiento. A este respecto, un antiguo conocido de Alcides decía siempre que a el el gin tonic le sabía siempre mejor fuera de casa… Si, la misma ginebra, la misma tónica, la misma rodaja de limón, pero no es lo mismo. Fuera de casa sabe mejor.
Miscelánea o escrito de materias inconexas. Ya se ha dicho: cuanta gente tiene cara de autillo. El autillo es diminuto y destaca por su maestría en esconderse, habilidad que con su plumaje difuminado en tonos pardos y grises lo hacen prácticamente invisible. Vean cómo avanza cauteloso, es prudente y circunspecto. Hemos puesto a una avutarda y no a un autillo, que se las apañe cada uno como pueda.
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