Alcides, Tato y Doroteo fueron el sábado pasado a las Ventas. Pagó las entradas Doro, eligió los sitios Alcides, llevó los cigarros Tato. La casualidad hizo que se sentaran al lado del crítico Jacinto María Ricopollo Beltrán, primo lejano (por los Beltrán por supuesto) de Doroteo. Por cortesía del crítico Ricopollo, reproducimos a continuación su reseña de la corrida.
"Fuimos ayer a los toros. Antes de dar cuatro pinceladas de lo que nos pareció, volvamos un poco los ojos atrás, porque muchas otras tardes de mayo como la de ayer ha habido: de airón, grisura y amenazando lluvia. Esto es lo que nos cuenta José Gutiérrez Solana (Pepe para los amigos):
“(…) En una de las casas empezadas a derribar, que tiene por delante vallas de tablones viejos para no dejar libres las entradas al interior, entre las rendijas se ven los patios y portales llenos de cascote; en uno de ellos está instalado el despacho de billetes para ir a la Plaza de Toros, y los carteles anuncian la corrida, encargándose de dar muerte a los toros José Redondo (Chiclanero), Cayetano Sanz y Julián Casas (Salamanquino); la gente se estruja para tomar las entradas, y se habla del buen trapío y romana de los toros, que traen mucha leña en la cabeza, y todos señalan al toro “Hurón” como el más temible de los que se van a lidiar, y que han visto en los corrales de la Plaza; este toro es retinto, bragao, salpicao y con dos grandes cuernos. (…) Como no les interesa para nada la corrida, hablan del sol, del tiempo y del agua clara y fresca; junto a éstos unos señores con altas chisteras, levitas y pantalones claros, que han tomado entrada para la corrida, miran al cielo, pues una nube grande se va ensanchando amenazadora; discurren los guardas municipales, con pantalón blanco; pasan los chulos con sombrero calañés, chaqueta corta y pantalón amarillo; los vendedores de fósforos caminan, llevando una caja colgada del cuello por una correa, y atada a ella el paraguas para resguardarse del sol; estos vendedores usan también el calañés.”
Después de este largo párrafo de don José es un poco arriesgado lanzarse a escribir. Nos han llamado la atención dos cosas de las que comenta: la expectativa ante la corrida de toros y la amenaza de la nube oscura en el cielo, en la que se fijan los señores con chistera que han comprado entrada. Son dos elementos que se dieron también ayer, cuando nos acercamos a la plaza, gracias a la generosa invitación de un buen amigo, viejo lobo de mar reciclado en gran aficionado a la cosa taurina.
Se presentaba Alejandro Talavante, como único espada, frente a seis toros de la ganadería de Victorino Martín. La expectativa era enorme, el gesto por parte del torero también. Salirse de la comodidad del pequeño grupo de toreros llamados figuras, que limitan sus actuaciones a determinadas ganaderías, y atreverse con los Victorinos. El gesto y la gesta eran enormes en lo propiamente taurino, sólo con seis toros y no con ganaderías descastadas (como otro hizo en Nimes), pero también por el paso adelante respecto a la fiesta. Como diciendo: no se puede ser un gran torero sin enfrentarse a toda clase de ganaderías. Y como diciendo: torear no son los cuarenta pases, es otra cosa. De ahí la enorme expectativa, el enorme apoyo al gesto del torero: plaza llena hasta la bandera, lleno de no hay billetes desde hace semanas y enorme ovación durante el paseíllo y al terminarlo, que obligó al torero a salir al tercio a saludar.
De la estampa de Gutiérrez Solana un segundo elemento hizo su aparición, como saltando del papel a la tarde: el aire, el frío, el nubarrón. No llegó a llover, pero antes de salir el primer toro ya estaba la tarde cuesta arriba, y fue una verdadera pena. El tiempo no quiso acompañar y el viento hizo su aparición, molestando al torero. La plaza estaba helada, pero dicha sea la verdad deseando calentarse a base de aplausos a la primera ocasión. Pero no fue posible.
Desde el principio, tal vez por el aire, tal vez por la tarde helada las faenas no arrancan, el torero, desconfiado, en ningún momento parece encontrarse a gusto. No transmite apenas, empeñado en elegir los terrenos dónde más fuerte sopla el aire. Una cosa que nos sorprende es que pensábamos que venía preparado, que conocía el ganado, que lo había tentado y probado en casa del ganadero. Sin embargo hay que pensar que no debió de ser suficiente o que no es lo mismo aquello, vacas o algún novillo en el campo, que una tarde de toros en Las Ventas y con seis. Lo decimos porque vemos que deja la muleta atrás, con el cuerpo descubierto, que no mantiene la muleta en la cara del toro a la salida del pase y entonces el toro le mira, hace por él, y claro no liga y se suceden los pasos, los pasillos, el correteo y el público se enfría. Sólo cuando corrige esto, en el tercero, se produce por fin la faena, le cita presentando la muleta con suavidad como debe hacerse con estos toros, sin toques y sin brusquedad, lo hace cruzándose, metiéndose en los terrenos del toro, el toro humilla, repite, serie a una mano y a otra. Algunos dicen que es porque por fin hay toro. El eterno dilema. Por lo que nosotros vimos casi todos los toros tenían son, humillaban e iban a la muleta sin dudarlo repitiendo codiciosos, pegadizos. En menor medida tal vez el primero muy parado y el último al que no quiso el torero probar, ya totalmente desanimado. Los toros debían ir prendidos de la muleta, con la mano adelantada, delante, tapando al torero, y así se arrancaban con codicia.
Vimos una lidia que podía haberse mejorado y al menos dos toros muy mal picados, sin que en ninguno de los seis destacara el tercio de varas. ¡Cómo les costaba mover los caballos! Parte del público pitó al ganado reprochándole tamaño, falta de peso, diciendo que eso era una novillada. No entendimos esto. Hemos visto corridas del ganadero de algo más de trapío, pero siendo Saltillo Santa Coloma parece que no se puede pedir más tamaño ni peso. Y los toros nos parecieron bien hechos, rematados. ¿Tal vez proviniera la queja de los pitones? No sabemos. De nuevo, a nosotros los toros no nos disgustaron y lo que creemos sobre todo es que no se supieron lidiar y que por esa razón no pudimos verlos y que cuando el torero lo intentó respondieron. Es verdad que tal vez no con la transmisión ni con la vibración de la corrida que vimos en esta misma plaza el año pasado en junio, y que teníamos en mente recordando las dos faenas de Albero Aguilar a sus dos toros.
Volviendo a ayer, después del tercer toro, perdida la oreja que parecía segura por la espada (mató muy mal toda la tarde) ya no hubo corrida. El siete, al que tantas veces defendemos, estuvo pesado, protestando cuando no había ya nada que hacer, con el torero desfondado, superado por los toros, monótono, repitiendo cada vez los mismos terrenos, la misma lidia, el sol huido, la tarde fría. Hasta que despachó al sexto toro sin querer verlo y estalló la bronca, justificada por este gesto final de abatimiento, desánimo o falta de voluntad que sonó un poco a desprecio. ¡Pues para eso no se encierre usted con seis toros oiga! parecía reprocharle la plaza, más enfadado por la decepción y no haber podido lanzar las ovaciones que tenía preparadas que con el torero.
Cuando el torero se retiraba nosotros aplaudimos. Nos preguntó una amiga y pariente, buena conocedora del asunto, que a que aplaudíamos y contestamos que al gesto, que a la valentía de haberlo intentado. Y sentimos de verdad mucho el fracaso rotundo cosechado por este hombre que ha intentado romper con la monotonía en la fiesta, con el monoencaste, con las supuestas figuras que sólo torean lo mismo, tarde tras tarde, atreviéndose él con toros que no se caen, con toros que no abren la boca ni muertos.
En fin. Los toros como la vida misma, ya se sabe. Tras una alegría el garrotazo, con las buenas intenciones de cabeza al infierno, y a la viceversa claro, claro."
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