Perdónenme la frivolidad pero fumar un cigarro también nos recuerda la vanidad de la vida. Por la ceniza, que después de aguantar quieta cobijando la combustión, se desprende graciosa y en silencio, repartiéndose en partículas minúsculas un poco por todos lados. La ceniza. No hará falta que expliquemos más, ni adentrarnos en el simbolismo religioso. Por ello, porque es un símbolo y carece prácticamente de entidad corpórea, el buen fumador no debe tenerle miedo a la ceniza, no debe asustarse por verla caer inofensiva, callada y gris. Es una delicia ver como se posa por solapas, mangas, alfombras, cojines. No nos habíamos dado cuenta, perdidos en la ensoñación, y ya no está al extremo del cigarro. Como la nieve, se ha desplazado sin que podamos advertirlo más que con la mirada, un rato después.
Una vez, asistimos a la aparición de un amigo que salía del cuarto de fumar de una casona que todavía lo conservaba. Se levantaba del butacón cuando nosotros entrábamos y fue realmente una aparición. Surgió de entre el humo de cien habanos, enteramente recubierto de la más pura y gris ceniza de cigarro puro. Había encanecido súbitamente por obra del fumar, la vestimenta se había recubierto de la misma tonalidad, la barba parecía piedra y todo ello le daba una vaga apariencia de hombre de las nieves, ante la que titubeamos por un momento. Después del más efusivo y sereno de los saludos se alejó a la manera en que lo hacen las nubes cargadas de nieve en esos días gélidos y luminosos que son el regalo de Madrid en invierno.
¡Y pensar que esa ceniza, tan delicada y simbólica, desaparece sin el menor amago de resistencia ante un pobre cepillo para la ropa, que la aniquila con sus duras cerdas! A uno le entra como una congoja, al pensar que tal vez, también la vida, en fin… apuraremos la copilla con un asomo de vaga melancolía, recordando como lo hacía nuestra tía con su dedal de anís en las sobremesas. Algo reconfortados por el cobijo de los clásicos. Verdura de las eras, nieves de antaño. Y mejor con la tabaquera llena, claro. De lo contrario se interrumpe la producción de ceniza y con ella la reflexión trascendental (con lo que por lo visto nada se perdería, susurra el pérfido Doroteo).
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