Tato nos presentó a Carlos Barral hace unos años. Cosas de Tato, inexplicables. Y le llamaba Carlitos. Nosotros, ante aquel hombre de presencia única, ante aquellas barbas espléndidas, como de mitológico dios Pan y esa forma de fumar, sujetando el cigarrillo con una mano larga y tensa, que parecía esculpida en piedra, estábamos atónitos. Y por qué no decirlo, fascinados ante aquella complejidad, ante aquél atractivo, tan difícil de definir, tan peculiar. ¿Un algo pagado de sí mismo, como posando a lo intelectual o tal vez escondido tras la imagen; y de una ironía sutil, disimuladora de una sensibilidad difícilmente contenida por el juego de espejos? Pero Tato, Carlitos por aquí, Carlitos cuéntanos, Carlitos por allá. Cosas del inexplicable y misterioso Tato. Y durante toda la tarde estuvimos tirando de la lengua, si es que puede utilizarse esta expresión, a este hombre extraordinario que con amabilidad, brillantez y punto de altiva condescendencia, desplegaba ante nosotros con su verbo preciso, redondo y pétreo a un tiempo, con esa voz algo ronca tan única por española, su visión del mundo. No hemos vuelto oír a nadie hablar de esa forma, desprendiendo ese dominio del verbo hablado, con esa soltura y un halo de elegancia viril como mundana, como de salón de otro tiempo. Buscábamos a hurtadillas, a su alrededor, la flauta mitológica, que seguramente tocara por la noche, al despedirse de nosotros, para salir a correr los bosques, excesivo.
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SI QUIERE ECHAR SU CUARTO A ESPADAS, YA SABE AQUÍ. CONVIENE QUE MIENTRAS ESCRIBA ESTÉ USTED FUMANDO, CIGARRO O INCLUSO PIPA.