ABDERRAMAN III, SAN PELAYO Y PIO BAROJA.
Al hilo de lo que se trató en su última tertulia, apacible y grata como todas, con Don Pablo Quiñones y el Caballero de Gandía, el Escriba se ha esforzado en proclamar a los cuatro vientos que a él y a sus amigos el asunto del homosexualismo les trae completamente sin cuidado. Sin perjuicio de ello, añade el Escriba, nadie puede ignorarlo puesto que ha estado y sigue estando presente en todos los tiempos y en todas las culturas, de modo que a poco que rasque uno se lo encuentra donde menos lo espera.
Sin ir más lejos, dice el Escriba a sus contertulios, el domingo pasado estuvo oyendo misa en la parroquia de San Pelayo, en el pueblo vallisoletano de Olivares, en el corazón de la Ribera del Duero, D.O., que alberga uno de los retablos más espectaculares de los existentes en Castilla y León, “cumbre del renacimiento pictórico español”, según reza el folleto turístico que el Escriba exhibió sin rubor en apoyo de su tesis. La figura central del retablo es la del propio San Pelayo, niño gallego cuya peripecia vital vino a consistir, a grandes rasgos, en que, habiendo sido hecho prisionero en la campaña de Abderramán III sobre Galicia y residiendo por ello en Córdoba, el propio Califa se encaprichó con él y le requirió de amores, esto es, como ahora se diría, tener sexo con él, a cambio de grandes riquezas y honores. Pelayo, que contaba poco más de trece años, rechazó semejantes proposiciones y fue brutalmente torturado, descuartizado con tenazas y sus restos arrojados al río Guadalquivir, en el año 925. “Nada peor, dijo el Caballero de Gandía, que un amante despechado”.
Don Pablo Quiñones afirmó solemnemente que él nunca hubiera imaginado una cosa así del gran caudillo musulmán y que es necesario extremar el rigor en el análisis de las fuentes historiográficas. En este orden de cosas, prosiguió el jurista, espero tener dentro de pocos días un libro que sin duda aclarará muchos puntos oscuros. Se llama “Los reyes sodomitas”, editorial Antínoo, y a pesar de este título algo demasiado crudo, tengo entendido que se trata de un estudio serio y riguroso, de corte académico. Por lo pronto concluyó Don Pablo, su autor es una verdadera autoridad en la materia.
Convinieron los tres amigos en que sería prudente dejar esta cuestión en reposo (ninguno de ellos se atrevió a decir stand by) hasta haber leído el libro, y en tanto el Caballero de Gandía descorchaba su botella de fondillón (la misma de la tertulia anterior) el Escriba puso término a la sesión con una cita de Baroja que a todos les pareció muy apropiada: “Entre la juventud literaria del tiempo no vi mas que malas intenciones: la envidia y la tristeza del pequeño éxito ajeno, la acusación de plagio, la acusación de homosexualismo”.
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