lunes, 3 de septiembre de 2012

CRÓNICAS DE DOROTEO

Recordamos al amable lector, si es que hay algún incauto, que el lenguaje de Doroteo es grueso y sin pulimento, sus conceptos son ásperos y rugosos, raspan, están sin desbastar. En ocasiones puede ser soez, a veces zafio. En cambio es claro y directo, sin melindres ni mariconadas…ya estamos. Ustedes verán.

Doroteo no se rasca sólo la panza antes de empezar a escribir. Lo hace a medio cocer, bien empapado. El oporto envejece en barricas de carvalho, como dicen nuestros vecinos portugueses, y Doroteo lo hace empapado en vino de oporto, y también del marco de Jeréz, y también con la ayuda y el consuelo de algunos destilados del vino, para los que no conoce fronteras: el aguardente velha portuguesa, el coñaque y el armañaque de nuestros vecinos de arriba, los brandies españoles, del sur, del centro, del este. No trabaja los licores de fruta centroeuropeos, demasiado azucarados, si no hay posibilidad de tirarse luego por la ventana del castillo sobre tres metros de nieve.

Paseaba Doroteo el otro día con el amigo Pulardo, a buen ritmo pese a todas las protuberancias. Las familias iban quedando atrás a medida que la cuesta entre los pinos se iba haciendo más recia, el aire más fino, la vista más amplia. Casi trotaban sin resuello, por mantener la honrilla, cuando por fin llegaron, al final del repecho, a terreno llano. El paseo de los frailes, mil veces andado por los del Monasterio cuya cúpula inmensa presidía el espléndido paisaje, invitaba a la confesión a media voz, como susurrada, mientras se calmaba la respiración. A lo lejos, Pelolechuga entretenía a las señoras como siempre.

- Yo voy de tabaco hasta las trancas. Un exceso, creo que la situación exige moderación durante una temporada. ¡¡Bendito contrabando!!
- Veo que no te moderas, Doroteo, nada en exceso, recuerda el viejo aforismo clásico, que eres un bala.
- Y conócete a ti mismo, no te jode, seguro que tú te conoces bien de tanto meneártela… Lo que no se puede es empezar una confesión cigarrera y que le salgan a uno con moralina… Desembucha de una vez, ¡Coño Pulardo!

Se detuvo la conversación por un momento. La brisa mecía las ramas de los pinos y llegaba el oleaje serrano, muy levemente, con una leve sonoridad como de cristal, anunciadora temprana del próximo cambio de estación. Caminaban por la senda desierta, parándose de vez en cuando para mirar atrás, y comprobar que les seguían a distancia pero a ritmo constante todos los demás. Parlanchina, la dueña, departía con don Juan Calabazas, mientras la enana Maribárbola caminaba serena con sus andares de bolo en equilibrio. Onofre Balilla seguía entreteniendo a las señoras, gesticulante y meloso, intentando pillar cacho después de una verano en barbecho, sin catar nada decente.

- Bueno, bueno, calma, pues los ahorros prácticamente enteros…
- ¡¡El bote!!
Cincuenta puros en un mes… pero es por culpa de la montaña y por la playa que al mesetario le trastornan, le incitan a todo, a la falta de moderación, Doroteo hijo.
- Pues como te decía, ¡Yo tengo en forma de habano hasta el nabo!
- Pues será una mierda puro, una perla o algo así, jiji… ¡Me lo has puesto a huevo Danilo!
- Ya estamos con lo de siempre, pues no señor, doble corona, pero no voy a entrar en detalles.

Habían apresurado el paso y ganado altura. El paisaje invitaba al silencio y callaron por un momento contemplando toda aquella extensión, dominada de nuevo por la inmensa cúpula del Monasterio, por detrás la planicie, el pantano, los encinares, el secarral de las estribaciones de la sierra y al fondo la ciudad señalada por las cuatro torres, como el tenedor pinchado en la tortilla, tortilla al aire, sin mampara.

Pulardo fue quien primero abrió el pico cuando ya descendían resbalando por la arenilla, sobre las chinas y los cantos deslizándose sobre la tierra seca, y dura. A lo lejos Maribárbola era una tachuela rodante, la aplastaría alguna de las vacas que pastaban por el camino.

- Hay que moderarse porque el buen habano gasta mucha energía – Doroteo asentía reservón a la prudentes razones del taimado amigo de los cincuenta puros- y si al día siguiente hay que trabajar, pues estas tieso.
- Hombre no siempre, depende del día. Si fumas con agua no pasa nada. Lo malo es el alcohol, Pulardo hombre que siempre bailas al son que más te conviene, después de fumados los cincuenta.
- Lo malo es que por la mañana estás tieso, luego llega la hora de comer, sales de la hura, das una vuelta a la manzana, lees una sentencia del Supremo y ya te vas despejando, y por la tarde la cosa mejora y llegas a casa, y claro, después de cenar cae otro y mejor y más grande, un nabo de mandingo y…
- ¡No empecemos con los nabos! – protestó Dorotero dando un respingo.
- Ya me entiendes, te animas, lo más grande que tengas en la tabaquera y si puede ser un Bolívar pues ya empal… Bueno lo dejo ahí.

Doroteo como siempre, esperaba turno para meter cuña, buscando una salida honrosa al embrollo de la moderación.

- A lo mejor tienes razón, te metes en la espiral de humo y acabas un día de bruces sobre la alfombra del salón, con los brazos en cruz y el hilillo de baba, hasta que te despiertas y consigues arrastrarte a la cama –dijo mirando a lo lejos antes de meterse por la calle a la que habían vuelto dejando el paseo de los frailes. Ya había gente, gentecilla, gentucilla, atuendos, pintas, poses, traumas, un par de familias, una loca corriendo con cascos en las orejas y como Dios la trajo al mundo, o casi, perros, muchos perros. Lo más digno, un galgo curvilíneo y cimbreante.
- Hombre, tampoco es eso - contestó Pantuflo un tanto dolido por su fácil triunfo.
Exagero un poco, pero viene a ser lo mismo- continúo el Doro-, pero la otra cara es el poder de concentración, el habano es un gran concentrador. ¡Qué momentos de lectura solitaria dónde nada existe más allá de las páginas del libro y del anillo de humo que rodea al lector! El humo azulón que lo envuelve viene a ser el soplo del dragón traído por Merlín desde el ciclo artúrico, duplica las fuerzas, dispara la lucidez, todo se hace claro y por momentos se adentra uno físicamente en lo que lee. En fin. Nada en exceso, no vaya a ser que un día se cierre el libro y nos quedemos dentro, atrapados por Bárbola, la hija de la panadera que nos obligará a hacer las bellaquerías detrás de la puerta, hasta el fin de los tiempos.

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