Nos
informa Maupassant del baile de Mabille, fundado por un bailarín que se
apellidada de esa manera y era por tanto Monsieur Mabille. Tuvo un éxito
extraordinario durante la llamada monarquía de julio y el segundo imperio, en
los años centrales del silgo XIX
parisino, hasta que cerró en 1875. En este lugar se bailó por primera vez el
“can can”, no les digo más. Debió de ser un antro de perdición, no cabe duda.
Nos hubiera encantado ir por lo menos una vez. En él triunfaban Celèste
Mogador, Rose Pompon y Rigolboche… Debía de ser todo finura y comedimiento. La
sala de baile se encontraba cerca de los campos Elíseos, en el paseo de las
viudas, actual avenida Montaigne. ¡¡El paseo de las Viudas!! Mejor no pensar en
ello ni tratar de sacarle puntada alguna, pues es materia más para un Villon,
para nuestro siglo de oro o para un Cunqueiro.
El
cepogordista no se va a tirar el farol a lo Baroja, dándoselas de hombre un
tanto limitado, sencillo y aldeano, diestro con la cachaba y de pocas palabras.
Baroja podía darse ese lujo, pero no vaya a ser en que el caso del cepogordista
los demás acaben por estar de plenamente de acuerdo.
Que
bien se está de la mano de Vita[1],
dejándose conducir por su mirada, por la viveza y profundidad con que la posa
sobre todas las cosas. Los ojos del cepogordista se abren y de repente se fijan
con ella en esa flor entre dos rocas del altiplano asiático, al pie de las
infinitas montañas dominadas por el monte Elbruz… Como le gustaría al
cepogordista una hora de paseo con ella por un jardín persa, una jornada de
viaje por esa región de Asia, el techo del mundo, o tal vez por algún jardín
secreto de España. Pero claro, el cepogordista que no pierde del todo la lucidez
en medio de sus ensoñaciones se dice que a él si que le gustaría, pero que tal
vez a Vita un poco menos. Teme nuestro amigo enmudecer, y hacerse para ella,
transparente, como el aire de las altas cumbres. Así que meditando un poco
decide cambiar su condición de acompañante, de interlocutor improbable de Vita,
por un año de peón jardinero en Sissinghurst, de primavera a primavera, seguro de
que ella, dueña y artífice todo poderosa de ese jardín del edén inglés, no se
opondría… “Pero que no pode las rosas…”
Recuerda
el que escribe las ensoñaciones de su amigo Alcides, el conocido polígrafo,
cuando delante de la jardinera de su piso en la ciudad provinciana dónde vive, explica
con entusiasmo al visitante sus proyectos de jardinería: “Aquí la rosaleda,
después de los parterres, los arriates cuidadísimos a lo largo de las tapias,
los setos de boj o de mirto, todavía no sé…”. El visitante mira atónito pero
con discreción a derecha e izquierda, sin comprender. Ve algunos tiestos en la
terraza cubierta. Un único rosal en la jardinera tapa con su frondosidad
primaveral, falto de poda, un lirio que aparece todos los años, y al levantar
la vista, un poco más lejos, enseguida los tejados de la catedral, piedra gris,
teja roja, y las agujas apuntando a un cielo límpido y helado, que anuncia como
todos los años que la primavera no se atreve del todo todavía….
[1] Vita Sackville-West
Pasajera a Teherán
Traducción de
Carlos Mayor
Paisajes narrados,
40
ISBN:
978-84-95587-64-0
Primera edición:
2010
Páginas: 357
Precio con IVA:
18,50 €
Si claro. Plagio,pLAGIO y na mas que chupando del bote.
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