UNA INVENCIBLE PASION NAUTICA
Una
buena mañana del año de gracia de 1962 el Escriba -ya por entonces enteco y
desmirriado pero todavía no tan renqueante y menesteroso como se nos presenta
ahora-, asistía junto con otros noventa o cien compañeros invariablemente
provistos de chaqueta y corbata y menos de una docena de compañeras ataviadas
con sumo recato, a la clase de Derecho del Trabajo que impartía, en tonos
grises, el catedrático titular de la asignatura, Don Gaspar Bayón Chacón.
En
la primera fila del aula se sentaba un joven de algo más edad que la mayoría de
sus compañeros, de muy buena estatura, rubio el cabello ligeramente rizoso,
ojos azules, y en su conjunto casi ofensivamente aristocrático. La llegada, ya
avanzado el curso, de aquel apuesto mozo había producido un enorme revuelo en
la facultad de Derecho de la Universidad Complutense. Grupos muy numerosos de individuos conocidos
con el nombre de “carlistas” y otros igualmente
nutridos de los denominados “falangistas”
(especies hoy en peligro de inminente extinción), colmaban el amplio
vestíbulo de la facultad y la galería que lo rodea en la planta superior y
recibieron al recién llegado con
banderas, pancartas y estruendosos gritos de hostilidad que su destinatario
acogió, todo hay que decirlo, con admirable serenidad y entereza.
En
aquella clase se produjo un hecho notable que entonces pasó casi desapercibido
pero que el Escriba no puede por menos de evocar ahora, con menos nostalgia que
oportunismo. Recuerda el Escriba que en cierto momento el catedrático comenzó a
dar muestras de un creciente nerviosismo. Vacilaba e interrumpía su exposición
con pausas prolongadas que extrañaban y desazonaban a sus alumnos. Parecía
esperar, de alguien, un gesto liberador, que sin embargo ese alguien no se dignó emitir. Al
fin el profesor, con voz alterada por la ira, declaró que la clase había
terminado; y todos los alumnos
abandonaron el aula, la mayoría de ellos sin
saber ni entender la razón de tan extraño comportamiento.
El
motivo no tardó en saberse: El joven
alto, rubio y de ojos azules, sentado en la primera fila del aula -como correspondía al Alto Destinado al que
había sido llamado- se había puesto a
jugar a los barcos -agua, tocado,
hundido- con su compañero de
pupitre; abstraído, se deduce, por el
disfrute de la afición náutica arraigada en la Dinastía, hasta el punto de no reparar
en el sofoco del profesor ni, menos aun, en las exigencias del propio decoro.
Ahora,
a toro pasado y cuando las cosas han llegado a un punto de difícil arreglo, al
Escriba se le ocurre preguntar qué habría pasado, que estaría pasando ahora en
este atribulado país, si en aquella mañana de la primavera de 1962 el digno
profesor Bayón Chacón hubiese superado
su comprensible temor reverencial, y expulsado de la clase, con el
debido respeto, a ese ilustre alumno, a él y a su adversario naval, pero sólo a
ellos dos y no al centenar de compañeros que no tenían porque pagar las culpas
de quien ya en tan temprana ocasión demostró ser un frívolo irresponsable. El
Escriba considera que de aquellos polvos vinieron estos lodos, porque siete
años después aquel apuesto joven fue nombrado Sucesor en la Jefatura del Estado
a título de Rey, y otros seis años mas tarde Rey de España.
Sin
perjuicio de todo lo cual el Escriba, siempre juicioso, reconoce la necesidad
de algunas importantes matizaciones.
Así que metiéndose con la corona, haciendo leña del arbol caído...Sus vais a enterar como os pesque... señoritos a mi, me los como a pares.
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