Asomarse a la prensa europea es sumergirse en un lodazal de corrupción política. Esa corrupción de los que mandan y lideran acaba siendo la corrupción de toda la sociedad. Las pruebas son tantas que resulta innecesario aportar una lista de ejemplos. Al final del proceso lo único que se consigue es destruir la sociedad, unas poco a poco y lentamente, otras mucho más rápido, cada una en función de su solidez.
Decir que el sistema de partidos que opera en la inmensa mayoría de las llamadas democracias europeas hace aguas desde hace décadas no es decir demasiado ni aportar mucho pero si conviene resaltar lo que parece obvio ya que de no hacerlo podemos caer en la complacencia de que nos encontramos ante "usos inevitables del sistema" o "mal menor".
Entiendo que los políticos y las gentes colocadas bajo la sombra del poder justifiquen todo lo injustificable e intenten que el vulgo comulgue con ruedas de molino. Lo que no entiendo ni puedo compartir es que el resto de eso que se llama "ciudadanía" nos traguemos el aceite de ricino sin tan siquiera esbozar una mueca.
Ningún país se libra de esta plaga por la sencilla razón de que todos, con más o menos color local, han asumido con borreguismo de posguerra el mantra de la democracia de partidos y han elevado al político profesional a una categoría que nunca antes había tenido.
A lo largo de la Historia han sido innumerables los hombres de todas las culturas, razas y religiones que han robado y han tratado de abusar del presupuesto. Por ello cuando la sociedad estaba poblada por gentes de más calidad se trataban de evitar esos desmanes con serios castigos y mediante la interposición de figuras que censuraran el gasto y limitaran la exacción.
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial se ha ido construyendo un modelo que se encamina justamente en la dirección opuesta.
Este modelo en la mejor de sus versiones no pasa de ser una utopía peligrosa ya que se ha demostrado que algo denominado "buen gobernante profesional" es tan escaso y raro en la materia humana como las trufas blancas en los bosques.
El servicio público debe ser justamente eso, un servicio, y por tanto se debe prestar con gratuidad y a tiempo limitado.Es un esfuerzo, un sacrificio "pro patria" no una gabela ni menos aún una posición vitalicia desde la que ejercer, sin ninguna clase de control, el pillaje y el abuso.
Se ha pasado de una Europa en la que los reyes y ministros viajaban en tren y se hospedaban en balnearios a una Europa en la que un consejero regional o un directivo autonómico de segundo nivel viajan con un séquito digno de un rajá indio.
Hace no mucho un director general de seguridad viajaba de Madrid a Barcelona en tren a vérselas con los anarquistas y demás ralea y hoy Garzón que ha operado abiertamente contra todo orden y razón disponía de dieciocho escoltas a cargo del presupuesto.
Hasta ayer por la tarde, los consejos de ministros de media Europa paseaban por las calles del brazo de sus mujeres y desayunaban en los cafés leyendo el periódico o tertulieaban fumándose un tabardo.
Hoy día cualquier enano viaja en avión oficial y mantiene una superestructura de gente enchufada. Y esto sucede de Bruselas a Estrasburgo, de París a Berlín y de Madrid a Hospitalet del Llobregat.
Lo que no deja de ser curioso e interesante es proceso mediante el cual el ciudadano medio europeo ha aceptado ese cambio sin oponer resistencia. Al final esos desmanes los pagamos los contribuyentes, unos sujetos que, a menudo, en su vida privada son mirados con el dinero y diligentes administradores.
Lo interesante es estudiar el porqué la vieja Europa ha ido pasando de una cierta austeridad reflejo de una forma de pensar y de un carácter a una situación en la que los políticos profesionales tienen una condición intocable.
Esta respuesta no es tan simple cómo parece. Contamos con intuiciones y visiones parciales pero no disponemos de un modelo acabado que explique este cambio en su totalidad.
Lo que si sabemos y podemos concluir es que la aceptación del modelo e incluso su apoyo entusiasta desde los estamentos cuya única razón de ser es operar como guías de la sociedad. Este hecho nos hace pensar que una de las causas fundamentales es la propia corrupción de esos estamentos que a medida que han ido degenerando han ido igualmente perdiendo su capacidad de influencia en una sociedad que pese a su descomposición mantiene un mínimo de capacidad crítica.
La solución es compleja y pasa por una regeneración que llegará algún día, probablemente tras una catarsis cuya forma y tiempo no alcanzamos a imaginar.
Está claro que el sistema actual se modificará, lo malo es que como siempre en los procesos históricos dejará en el camino un buen número de desastres y víctimas y que a los que nos ha atrapado durante nuestro tiempo histórico nos está haciendo la vida mucho más desagradable de lo que hubiera sido necesario.
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