Sabemos de donde venimos y nos tememos a donde vamos.
Una breve reflexion sobre el estado de la España actual
No puede decirse que en España hayamos comenzado el nuevo milenio con buen pie. Los errores y horrores que nos despidieron a fines del convulso siglo veinte se reproducen como las colas rotas de un gigantesco reptil venenoso. Se ataca a la vida; aborto, eutanasia, genética. Se ataca la libertad; expresión y opinión, educación, tabaco. Se ataca la propiedad; impuestos injustos, presupuestos abusivos etc...
La Historia de España en el siglo veinte ha sido la de una nación que perdió el rumbo, se vio abocada a una guerra civil (la peor de las guerras posibles), evito caer en las garras del comunismo y vio como un Movimiento en el que pocos creían pero del que muchos vivieron (y viven hoy todavía) fue degenerando en una suerte de quiste maligno cuyas propias células lo devoraron dejando un tejido infecto que ahora, a duras penas, cubre los huesos pelados de un ente amorfo, difícil de nombrar.
España, una vez mas esta en crisis, y al revisar la Historia de los últimos siglos uno piensa si ha dejado de estarlo en algún momento. Lo que hace particularmente desagradable la nueva ola de degeneración social es la atonía de los españoles, su inacción, su total falta de sangre para levantarse ante el cúmulo de desastres (los materiales son los menores) y desatinos con los que convivimos cada día.
Triste país, pobre sociedad la que nunca se levanta ante una injusticia. ¿Dónde están los genes de Fuenteovejuna?
No hay sociedad que pueda, en buena ley, reclamar una población formada en exclusiva por gigantes como Guzmán el Bueno y los héroes de Baler, pero tampoco puede llegarse al extremo de aceptar, como se acepta hoy día, una nación poblada de sombras mudas, de impositores silentes, de votantes ovinos, de consumidores convencidos.
En los últimos cinco años he asistido en compañía de un entrañable amigo a varias de las manifestaciones que han convocado a españoles de todo origen y condición en torno a cuestiones fundamentales; libertad, seguridad (lucha contra el terrorismo), libertad de expresión y defensa de la vida. En cada ocasión mi sensación ha sido la misma; ¿en que país vivimos y que sociedad conformamos que debe manifestarse para perseguir a un asesino? ¿Qué clase de gentes somos que hemos de reclamar el derecho a vivir o a recibir la educación conforme los principios que cada familia determine?
El que esto lea y sea amigo de la polémica podría argumentar en mi contra que si ha habido manifestaciones, mis diatribas ante el inmovilismo del rebaño hispánico son injustificadas.
Lamento adelantar a este posible polemista que las manifestaciones a las que me refiero han reunido a un número relevante pero insignificante en comparación de los muchísimos millones de silentes, cuando no claudicantes, conciudadanos.
Como uno duerme cada vez menos, piensa cada vez mas y lee por ahí lo que le deja la falta de tiempo y las obligaciones impositivas, últimamente me ha dado por repasar la Historia de nuestros infortunios patrios y en tal búsqueda he encontrado no se bien si el alivio o el horror al constatar que nuestra lamentable época, si bien particularmente siniestra, no presenta novedad alguna en cuanto al sanchopanzismo de nuestros conciudadanos.
Sirva de muestra un botón tomado de la pluma del genial don José Pla, el cual en una de sus desgarradoras crónicas de 1931, narra la primera jornada en la que ardieron las iglesias de Madrid. Con su inimitable y fácil pluma, el escritor ampurdanés describe la escena ante el edificio del convento de los jesuitas de la calle Floren llamas. El pueblo de Madrid (en sentido extenso y amplio del termino) reunido ante el fuego observa entretenido el incendio sin hacer ademán de sofocarlo ni protesta de horror o indignación, ante la afluencia cada vez mas numerosa de curiosos comienzan a reunirse los vendedores ambulantes de toda suerte de productos desde churros y buñuelos hasta cordones y retratos.
Hoy no se queman iglesias porque la izquierda radical ha aprendido mucho tras la caída del comunismo y la sinarquía sabe que vale mas la revolución silenciosa y eficaz a través del mercado, porque además les rinde pingues beneficios.
La peor herencia del actual gobierno no será la ruina económica (cuyos mimbres ya dejó plantados el anterior) sino su transformación de la sociedad en una suerte de poza hedionda donde el aborto se convierte en anticonceptivo, el terrorista recibe una pensión pública y la pareja gay adopta un niño a modo de juguete.
Mientras esto sucede, el pueblo español, que ha mudado los churros y los cordeles por la televisión de pago y la pizza a domicilio, contempla y paga en silencio, sin hacer ademán de sofocar el fuego y sin apenas protesta, excepto la de unos cuantos, muy pocos, los únicos que gracias a un milagro mantienen su condición de hombres libres y quieren vivir en una sociedad ordenada y no bajo la dictadura de la idiocia y el mal.
Sólo Dios sabe que dirán los historiadores del futuro de esta época lamentable, pero si existen y son serios, mucho me temo que nada bueno. Espero sinceramente que les sorprenda, como a mí, el grado de inacción y degeneración al que hemos llegado, esa será la prueba de que el bien al final vence, la luz se impone a la oscuridad y la esperanza en la victoria final de la vida es lo único que ningún gobierno, partido o sinarquía pueden arrebatarnos.
Para el lector de estas líneas que piense que el tenor del texto es excesivo y el autor escribe engolfado en alguna suerte de pesimismo rencoroso o bajo los efectos de un exceso de alcohol, le prescribo que abra el periódico impreso o digital que quiera y repase cuatro páginas al azar, con eso tendrá suficiente.
Sanglier.
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