... y a P. que sabrá de que va esto cuando pueda leerlo sin forzar la vista.
A uno le vienen casi permanentemente las ganas de interpelar, incluso solo, en voz alta, usando siempre, sin cesar, como un estirado lamento, estas palabras, pero con un aire indefinible deslizado en la expresión: ¡¡Aaaay José Emilio…!! Había uno pensado en comentar la actualidad, pues nunca faltan cosas que comentar, y menos ahora. Si fuera un completo degenerado o un inmaduro intelectual de rápidas lecturas mal asimiladas, incapaz de conocer sus propias limitaciones, se marcaría un artículo regeneracionista, arbitrista – lo que le pasa a España – citando a Ortega. No puede faltar el pobre y sobado Ortega, siempre citado en la parte menos valiosa de su obra, para dar lustre al artículo sesgado, a las pócimas de aprendiz de brujo, para servir de argamasa al exabrupto de falacias lógicas, de trampas verbales, de sesgados atajos. Pobre España. Ortega, y un par de citas ilustres más, suelen servir un historiador local y un autor extranjero, son la guinda de una tarta de pisos montada al revés, lo más endeble en la base. Una conclusión floja, sentimental, intuida, infundada, más cercana al afecto por el equipo de fútbol que al raciocinio occidental, a la que se quiere por fuerza llegar, a la que todo ejercicio de reflexión quedará sometido. Si uno es gordo defenderá los gordos, sin uno fuma dirá que es bueno, si uno es de este pueblo o de aquél otro, dará argumentos a su favor y retorcerá la realidad todo lo necesario. El plumero no hay que esconderlo ya. Sobre esa base endeble, acaso inexistente, se irá montando el resto de la tarta, piso a piso. Cada vez más anchos, cada vez con menos pudor. Así proceden nuestros eruditos improvisados, nuestros divulgadores de ocurrencias, nuestros improvisados salvadores de la patria, que se hacen intelectuales y saltan hasta Ortega pero no saben nada de lo que sobre España se ha escrito desde hace más de cincuenta años, sobre la base de pacientes y laboriosos estudios, fundados, documentados. Nuestros eruditos, nuestros capitanes matamoros de la erudición, aplicando energía empresarial a la labor intelectual, exponen raudos y veloces poderosas soluciones en apretadas síntesis. Pero siguen anclados, cansinamente, en el problema de España, que se sabe que es algo que no existe ni ha existido nunca; en el norte en el sur, en el carácter nacional, que como también se sabe, si se quiere, es un burdo mito, útil y divertido para tertulias de eruditos a la violeta, para ponerle la mano en el muslo a la sueca de turno –España y yo somos así de encendidos señora Sigrid-, pero tan claramente refutado, tan carente de fundamento, como han explicado Julio Caro Baroja, José Antonio Maravall, Julián Marías. Y con esta forma de hacer las cosas, se siguen vendiendo libros y publicando artículos… ¡Aaaaaayyy José Emilio!
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