A
la hora de pasear, casi con toda seguridad dejaría plantada a Vita por Luis
Fernández Salcedo. Varios motivos: hombre de campo, sabría tanto de plantas,
flores y árboles como Vita, al menos de las de España, que son las que me
interesan más, porque son las que crecen dónde vivo. Además, estarían los toros
y con ellos España, nuevamente. Sus libros reflejan uno y otro mundo de una manera
extraordinaria, y como sin darse importancia y son sin embargo un precipitado
de lo que somos. Con don Luis se podría pasear, se podría también ir a una
corrida de toros, cosa imposible con Vita que nos daría el tostón,
protestaría, se desmayaría y sería rebajada a la categoría de pelma, cayéndose
del pedestal dónde la tenemos y de dónde no queremos, por nada del mundo, que
baje. Así que a los toros con don Luis, mientras Vita transplanta los narcisos.
Iríamos a la plaza despacio, comentando el programa, y sobre todo los toros,
origen, encaste, comportamiento. Unas palabras sobre los toreros y otras sobre
el público. El público de ayer, el de hoy. ¿Cómo será el de mañana? El público
evoluciona como lo hacen las ganaderías, como lo hace el toreo y probablemente sea quien primero lo hace y determina el resto, a veces incluso por
su propia ignorancia. Porque claro, le tiraríamos también alguna pulla, sobre
todo a su falta de reflexión y curiosidad. Más a eso que a sus broncas. El
público de los toros siempre ha sido bronco y además, debe serlo, lo que no
está reñido con cualidades como el respeto o el aplauso. Pero la plaza no es un
salón intelectual. Algunas personas reprochan hoy a la plaza de Las Ventas de
Madrid su condición, las broncas, los gritos. Como si fuera algo nuevo que
hubiera deteriorado un ambiente anterior mejor, más respetuoso y entendido. Sin
embargo, creemos que este reproche no es justo. Por una parte, por lo dicho, la
plaza siempre ha sido bronca y además, probablemente debe serlo. Gregorio
Corrochano se refería a ese vecino de localidad, tan cansino, “para quien todos
los toros son cojos”. Y es famosa la anécdota del Rafael el Gallo, después de
una monumental bronca, diciéndole a otro de los espadas: “Ya los he dejao a tos roncos”. Por otra, porque su estado emocional actual refleja el enfado de
una parte de la plaza, por la ignorancia del resto o, si no se acepta la
afirmación anterior, por los gustos del resto, inclinados a las faenas largas, “de
arte” (entrecomillado) y estiramientos sin fin, que sólo permite el “toro de
carril” (entrecomillado también, porque pese a todo un toro es un toro), pero
que esta parte del público, olvidada de lo que es lidiar, exige además en todos
los casos, con todos los toros. Y el toro, el toro, rebajado, pierde a menudo
la condición de espectáculo en sí mismo. Nos lo dice don Luis, el toro debe ser
un espectáculo. También nos dice que los dos peligros para las corridas de
toros son la paradoja y la monotonía. Otro día lo comentamos.
Tato
Tato
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