martes, 8 de mayo de 2012

A los toros con don Luis.


A la hora de pasear, casi con toda seguridad dejaría plantada a Vita por Luis Fernández Salcedo. Varios motivos: hombre de campo, sabría tanto de plantas, flores y árboles como Vita, al menos de las de España, que son las que me interesan más, porque son las que crecen dónde vivo. Además, estarían los toros y con ellos España, nuevamente. Sus libros reflejan uno y otro mundo de una manera extraordinaria, y como sin darse importancia y son sin embargo un precipitado de lo que somos. Con don Luis se podría pasear, se podría también ir a una corrida de toros, cosa imposible con Vita que nos daría el tostón, protestaría, se desmayaría y sería rebajada a la categoría de pelma, cayéndose del pedestal dónde la tenemos y de dónde no queremos, por nada del mundo, que baje. Así que a los toros con don Luis, mientras Vita transplanta los narcisos. Iríamos a la plaza despacio, comentando el programa, y sobre todo los toros, origen, encaste, comportamiento. Unas palabras sobre los toreros y otras sobre el público. El público de ayer, el de hoy. ¿Cómo será el de mañana? El público evoluciona como lo hacen las ganaderías, como lo hace el toreo y probablemente sea quien primero lo hace y determina el resto, a veces incluso por su propia ignorancia. Porque claro, le tiraríamos también alguna pulla, sobre todo a su falta de reflexión y curiosidad. Más a eso que a sus broncas. El público de los toros siempre ha sido bronco y además, debe serlo, lo que no está reñido con cualidades como el respeto o el aplauso. Pero la plaza no es un salón intelectual. Algunas personas reprochan hoy a la plaza de Las Ventas de Madrid su condición, las broncas, los gritos. Como si fuera algo nuevo que hubiera deteriorado un ambiente anterior mejor, más respetuoso y entendido. Sin embargo, creemos que este reproche no es justo. Por una parte, por lo dicho, la plaza siempre ha sido bronca y además, probablemente debe serlo. Gregorio Corrochano se refería a ese vecino de localidad, tan cansino, “para quien todos los toros son cojos”. Y es famosa la anécdota del Rafael el Gallo, después de una monumental bronca, diciéndole a otro de los espadas: “Ya los he dejao a tos roncos”. Por otra, porque su estado emocional actual refleja el enfado de una parte de la plaza, por la ignorancia del resto o, si no se acepta la afirmación anterior, por los gustos del resto, inclinados a las faenas largas, “de arte” (entrecomillado) y estiramientos sin fin, que sólo permite el “toro de carril” (entrecomillado también, porque pese a todo un toro es un toro), pero que esta parte del público, olvidada de lo que es lidiar, exige además en todos los casos, con todos los toros. Y el toro, el toro, rebajado, pierde a menudo la condición de espectáculo en sí mismo. Nos lo dice don Luis, el toro debe ser un espectáculo. También nos dice que los dos peligros para las corridas de toros son la paradoja y la monotonía. Otro día lo comentamos. 
Tato

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