No
tiene excesivo sentido reseñar un texto si es pésimo, salvo que sea
extraordinario en su imperfección y pese a ello reciba alabanzas diversas (cosa
bastante frecuente). Menos sentido tiene aún si uno no se dedica a las reseñas,
ni es crítico, ni nada que se le parezca. Si pese a ello se hace, la reseña es
entonces una protesta. La reseña protesta apenas si merece el esfuerzo de
ponerla en claro. Salvo por el gusto de la sátira, de zaherir ponzoñosamente.
No debemos dedicar demasiadas energías a eso, que no nos sobran.Pero
hay otros textos que son todo lo contrario. Uno querría animar a que se leyeran,
darlos a conocer. Como uno no es nadie y tiene nula capacidad de influir, se
hace la reseña por puro placer, por puro agradecimiento a lo leído, para uno
mismo. Estamos ante un caso así: La
tierra del grajo, de José Antonio Martínez Climent, publicado por la
editorial Verbum.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEirCiq8J2PVpobs3CP6kp4--dffJvWVQJKojxpvUhHWhqqyLsL9AwgwpgJsrG8svpGB1Wn6T-ggW64bieR-DVCsX0CY9-3tNykv_WSfqyjtrIO1YmkUTn00gIH-0HWmRu9Aq7f5e49TcPZ3ak1w_L3V3C7kn_dRTUGWJli-uscBaWY_CAoeGzorlM2q=s320)
El
título de la novela encierra varias claves que la lectura irá revelando. Tiene
relación con un cuadro del pintor ruso Alekséi Savrasov, titulado Los grajos
han vuelto, que ilustra la portada y del que se hablará en el relato. Savrasov
es un espléndido paisajista ruso de finales del XIX. Así que en el título
aparecen la tierra y la naturaleza, pero también, con la presencia de un pintor
ruso, la gran geografía que recorreremos al leer. Es un hermoso libro. Tanto
por la forma, un español hermoso, trabajado, rico, por momentos virtuoso, como
por la historia que cuenta, tratada de manera voluntariamente deslavazada, como
en escorzo, por un narrador que se sujeta y que claramente explica al lector
que ciertos detalles no son necesarios. Por momentos se puede tener la
impresión de que el hilo conductor se somete en realidad a los cuadros que al
autor le interesa trazar con su fina sensibilidad, con su sentido de la
observación, del detalle, con una prosa rica capaz de muy hermosas evocaciones.
Esto no incomoda, la narración continua, sin ruido, como si asistiéramos a todo
lo que se nos cuenta, sin estridencias, con el filtro de un velo ligero, que
flotando en el aire atenuara las cosas, el tiempo, los hechos.Octavio
es protagonista, y a ratos narrador, un salto que se produce en el texto con
naturalidad sin que la proeza técnica sea excesiva ni incomode. Está bien
tratado el mundo mercantil, espléndidas evocaciones de una Europa de los
balnearios, casinos y grandes hoteles, Venecia, Sicilia, el mediterráneo, el
levante español, los largos viajes en tren, las estepas del Este, una sociedad
internacional que se mueve a sus anchas por el continente con una galería de
personajes de fuerte personalidad que vistos desde nuestra uniformidad de hoy
parecen extraordinarios y variopintos. Y el amor, con ese personaje tan logrado
que es Claudia. “Para entonces, Claudia ya había aprendido el delicado arte
de dejarse mirar por los hombres."
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEjjH7bEHvPSkAtPZJHZc9ULSjp_dmV6meG81oRGItUZvcCHply7KienRGpx8E7EllgMWKGqVsaqwZ4VJAY-W_EXMbjzSWE_Q1PmobdIE4qefqpkZZ4RFrt7Kf2mXaIgM2ADvB8_UXUH-eIx2wRIQNTw6wxEUjjZxs4IkfbHEJLm-_Imu4uodHsi5hSc=s320)
Pero
no se trata de un elogio del cosmopolitismo, ni de una de esas evocaciones de
lujos pasados, de una belle époque de High life y Société, aunque varios personajes
pertenezcan a ese mundo o lo frecuenten. Afortunadamente no se queda en aquello
La tierra del grajo, sería alejarse extraordinariamente de su título y
de la pintura de Savrasov. Porque dónde más alto llega el libro, dónde resulta
más hermoso y casi diríamos que conmovedor es en su evocación de la vida en el
campo, de grandes casas y grandes familias, por una parte, y de la propia
naturaleza desnuda, por otra.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEgIqeuXm7dz3rastlaX60pZgpiW76ffWh5hykbB1DOw1SDwByqH2u1JsmS_nU_uMiTODZ2CDR7cK953MBmxJbUkSqGSgqcG20HNARI3B9Zmr-nDFIpBvGdX0q6WLgBciZV9G9r05D59JOpGq3b_ASSk3JlZf2xijTRB62I2uC6nAmIdGbaAVRRlY-NU=s320)
Se
trata de un mundo enraizado. La frase “Hirundina siempre se santiguaba cuando
tocaban a difunto” podría ser un ejemplo. El retrato de la vida de
provincias es magnífico. Dos breves muestras, que son solo eso, un ejemplo
entre páginas enteras que merecerían citarse: “Olía a manzanas cocidas con
canela, y a la hiriente lejía que Hirundina empleaba para limpiar el terrazo, (…).
En la mesita de noche se extinguían unos lirios (Tía Asuntina siempre los
repartía por toda la casa: en el recibido, en el salón, en las habitaciones…)”.
“Pero no vaya usted a creer que vivimos en el atraso o en el olvido. En S.V.
hay dos peñas taurinas, la de Lillo y la de Cantó, antagonistas en todo por
cuestión de gustos sobre encastes, pases, suertes y matadores, que suelen
acabar en grescas callejeras y hasta en enemistades familiares hereditarias.
Hay fábricas de cemento, cerámica, yeso, ocre, cuyo producto principal es el
polvo. (…)”. No faltan ni el sentido del humor ni la ironía como parte del
gran fresco que se nos ofrece. La descripción de los personajes puede llegar a
ser fantástica. Dejamos una muestra con la del ventrílocuo don Francisco Sanz:
“El don estaba representado por un hombrecillo vestido de chaqué, de aspecto
apocado, que incongruentemente fumaba un enorme habano, enredado en animada
conversación con un muñeco de hinchadas mejillas y enormes ojos fijos de
lunático (de la peor y más visionaria dolencia psíquica que se pueda concebir)”.
Algunas páginas en que se traza la vida de un torero un completo acierto.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEjqt4cRFx8W2wSxsWMrihClrjlhP9iDuFpFOH-7gmzwZfSVJSgTNS9g0KHXvg1whILnD1bsbFr4jpNWycIsOFmX7mrka9pVNlZMm4XamfuNsk1Ze6yh_OPyjDiV8PzA6cS7eAnpzFr54YKHSMK8DdvUJSzimj7dy8sVg87biqtSfit3R6DVgqxtxsoo=s320)
Y,
por otra parte, decíamos, la naturaleza en toda su belleza, pero también en su
crudeza, en su realidad rocosa, pétrea e inclemente, como auténtica
protagonista del libro. Hay pasajes realmente espléndidos que son además un
alarde de escritura. Nos referimos en particular, porque no dejan de estar
presentes por todo el libro, a la expedición de los protagonistas por las
sierras del Maestrazgo. “El caso es que, tanto en primavera como en verano,
a eso de media tarde y aún con sol, no hace muchos años, una fila de cabizbajas
y rojizas ovejas se desplazaba con la mayor lentitud por el fondo de un valle
circundado por picudas montañas, bajo las altas y ajedrezadas nubes, de un
claro a una espesura, de una espesura a un claro, mientras la suave brisa que
empezaba a moverse se llevaba su rítmico concierto de portentosas y saludables
pedorretas, lejos, más allá de los peñascales, sobre las blancas pedrizas,
pasados los bosques de encinas y robles, lejos…”. La sierra viva, desde que
nace y crece, como si fuera un personaje más, con una vida de miles de años,
hasta el presente. “Aquél es un páramo alto, creado durante los primeros
bostezos del Paleógeno. Las fallas que habían comenzado a abrir el valle por
dónde un día bajaría el Ferr, que hasta entonces se había limitado a la
protocolaria tarea de liberar las tensiones geológicas entre placas
antagonistas, invierten sus movimientos y se convierten en encabalgamientos
como resultado de la lenta pero constante compresión del macizo tauritano
contra el bloque castellonense. Así los materiales ordovícicos, más antiguos y
consolidados, emergen y se disponen sobre aluviones y estratos sedimentarios
cuaternarios, dejando a la vista en un par de millones de años unos suelos
oscuros y duros, poco susceptibles a la frivolidad de esa erosión cuaternaria que,
producida por el viento, o por la lluvia, o por el roce, allí se considera poco
menos que una falta de respeto. Sobre ese terreno hay un caserío, unos pocos
fuegos reunidos, más que en torno a un fuego o por causa de la historia, por el
temor secular a los lobos, cuya nómina de campesinos y viajeros muertos es
larga aquí, muy larga. El caserío en cuestión es Brugal de las Cuestas y, para
cuando te quieras dar cuenta el mulero te habrá dejado en una revuelta antes de
entrar, con tu morral tirado en el suelo mojado, y de él no verás nunca más que
los cuartos traseros de su mula bajando por las cuestas.”
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEjV9jb-NxV_8hTo1m6QK6aVRF7F5C8po0VodXDIBQ1IfSJ205rNefHVvB9Kt3oyMn5LxXZI6u0OZ5WV2wlaGPk0G8KBzAYi7zZYaN0uAOxc6rATlKM_bK_4LXKcTlYkUMaXq5_xcIiTF0-1ZmQbndqtOLdyDPkWpOvz21T22u1ff6jKkzKD9uVqjWRw=s320)
Claro que hay algún
elemento que no deja de ser una concesión a nuestro individualismo contemporáneo,
como cuando uno de los personajes -no damos más pistas a propósito- en
cumplimiento de su última voluntad, es arrojado, dentro de su ataúd, al río
dónde hace décadas murió la mujer que fue su gran amor. Un rasgo romántico,
novelesco sin duda, pero ante la muerte y ante el fondo de una Europa que
agoniza, excesivamente suelto, libre y por eso tal vez tópico. ¿No es ese
capricho postmortem una contribución al desmantelamiento del continente al que
se asiste? Hubiera asombrado un funeral lleno de latines y con el de profundis.
Y que en el ataúd se hubiera incluido tal vez, algún objeto de ella, como forma
de póstuma unión. Pero esto son cosas del que esto escribe quien, en el
magnífico libro que es La tierra del grajo, no pinta nada salvo como
admirado lector. ***