El traje parece que destiñe, se mueve. Bajan los pantalones, desplegándose, como si creciera la tela. Es de un azul tan oscuro que se acerca al negro, es casi una mancha de tinta china, fresca, húmeda, derramándose. Desaparecen los zapatos, disuelta su forma por la negrura de la tinta, desaparecen los puños de la camisa, demasiado corta, tragados por las mangas negras, demasiado largas, como un borrón que se extiende cuanto más se corrige. Va difuminándose la cabeza, comida por la sombra que sube, color asfalto, superponiéndose traje y pavimento en una extraño abetunamiento, hasta tragarse definitivamente al infortunado.
Eso te pasa por no gastarte los cuartos. Tío rata. O por no ir en pantalones cortos, como todo el mundo. Es lo que se lleva ahora.
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