Terminamos ayer La España imaginaria, de Aquilino Duque, magnífica colección de artículos que resulta fascinante leída hoy, pues los primeros son de finales de los sesenta y el último de 1983. No he conseguido encontrar en ellos la expresión materialismo orgánico utilizada para definir al franquismo, aunque pensaba que la había leído en alguno de ellos.
En 1967 escribe, por ejemplo, lo siguiente:
“Por todo lo dicho, yo pienso que con lo único que cabrá equipar a la Sevilla del futuro será con el cementerio de Génova, derroche de mal gusto de las masas burguesas, o con la Exposición de realizaciones de Moscú, derroche de mal gusto de las masas burocráticas. Sin embargo, no es cosa de extremar nuestro rigor con los pobres nuevo ricos, con los humildes grupos de presión y otras criaturas del materialismo ambiente, más o menos dialéctico, cuando lo cierto es que si casi campan por sus respetos e imponen sus gustos es gracias a una tecnocracia para la que el humanismo y la cultura, amén de poco lucrativos, son gérmenes de inquietud política; una tecnocracia que entiende el progreso y el urbanismo como esos curas que entienden el aggiornamento y el Concilio haciendo polvo la liturgia. No nos maraville, pues, si un día se juntan los que Dios crió y vemos el Palacio Arzobispal convertido en complejo hotelero.”
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