Nuestro comentario sobre la
película Quemado por el sol no era más que eso. No llegamos a hacer ni siquiera
una crítica como tal, pues sólo evocamos un aspecto de todo aquello sobre lo
que la película se sustenta. No aludimos a la historia rusa ni al personaje
principal, coronel del ejército rojo, héroe de la revolución. Tal vez pudimos transmitir
involuntariamente un juicio sobre todo aquél periodo y esto ha dado lugar a las
críticas recibidas. Desde luego nada había en nuestro texto, pensábamos, que
pudiera dar lugar a ello. No quisimos, al evocar las tardes de verano de esa
familia, idealizar el mundo al que pertenecieron todos ellos, ni su sociedad,
ni su época. No se trataba de eso, sino de hablar de esa familia en concreto,
de ese verano, resumen de tantos otros, nada más.
Si quisiéramos tirar por la vía
de la Historia, con mayúsculas, habría que detenerse en un cierto diálogo. El
que alrededor de la mesa mantienen en un determinado momento Kotov, el héroe
soviético y su familia política. Cuando ellos evocan con nostalgia el pasado,
la sociedad a la que pertenecieron, músicos, críticos, representaciones
musicales, él les reprocha sin amargura no haber sabido defender todo aquello.
Les reprocha de alguna manera su inutilidad de gente acomodada frente al vigor
de la nueva Rusia que él representa. Lo hace con naturalidad y sin amargura,
como quien constata simplemente un hecho. En una escena anterior, durante el
paseo en barca con su hija pequeña –la niña es un personaje clave y extraordinario
de toda la historia- Kotov evocará sin aspavientos ni lamentos su propia
infancia sin zapatos, y comprenderemos que pertenece a esa Rusia campesina, a
esa mayoría de la población rusa cuya vida era de una dureza que nos cuesta
imaginar. ¿Fue el comunismo la solución? Probablemente, mejor dicho,
seguramente no. Pero no es extraño que se dejaran tentar o que pudieran caer
en sus redes. Y no es extraño que tuviera poco éxito, poco agarre entre la
población, el gobierno provisional de carácter liberal. Ni tampoco que pudieran maniobrar
los bolcheviques a sus anchas en un país con unas condiciones de vida cuya
dureza fue multiplicada por la ruina que trajo la guerra, actuando sobre una
caldo de cultivo generado por la incapacidad y la ceguera del régimen tradicional
–la autocracia zarista- para reformar la sociedad rusa y mejorar las
condiciones de vida de la mayoría de sus habitantes.
Se nos ocurre, al hilo de esto, que
los sucesos que ocurren en lugares tan importantes, por su tamaño –Rusia-, o su situación en el mundo –los Estados Unidos-, aunque se deban a cuestiones
en grandísima medida puramente locales, pueden acabar arrastrando al resto de
naciones, a muchas de ellas al menos. Así, el comunismo ruso –que hubiera
podido evitarse pero que pudo prender por el terrible contexto social del país-
y la corrección política –nacida en una sociedad como la norteamericana,
protestante y puritana, para lavar complejos de culpa locales a los que somos
del todo ajenos- han contagiado y arrastrado a millones de personas con las
consecuencias dantescas que ya conocemos, en el primer caso, y que vamos viendo
e intuimos funestas, en el segundo.
Para la Voz de Nava,
Genaro García Mingo Emperador.
Mi gusti micho, micho.
ResponderEliminarI digu ki gusto muchi disto, muchi mucho.
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