- Costa, no fumes.
- Pero mujer, que cosas
dices, ya sabes que me debo a la ciencia.
Constantin Arcadievich
Panzarov deposita un beso cariñoso sobre la sonrosada mejilla de su hermosa
mujercita, botecito perfumado, pimpollito reventón, rechoncho y hermoso blinis,
y la envuelve en un cálido abrazo en el que parece que ella desaparece por un
momento, agitando los piececillos por un momento en el aire. Se le cae una
chinela que se calza veloz cuando Costa la deposita de nuevo suavemente en el
suelo. Natacha Vasileva le mira con arrobo mientras Constantin se dirige hacia
su despacho, su guarida, su retiro científico. El calor de la noche es
sofocante, feroz.
Abre la caja de
habanos y elige uno. Todos son grandes.
Se dirige a la magna
obra Historia de la Santa Madre Rusia desde la fundación hasta la edad
contemporánea. Sin titubear retira el tomo quince, que sale ligero de la
estantería. Está hueco. Contiene una magnífica botella de brandy. Vaya, está
más que mediada, con este calor se evapora el alcohol, que calamidad.
Sentado en la butaca el cuello duro le aprieta y siente que cuece como un huevo en agua hirviendo.
En realidad el cigarro
se lo estaba fumando a él, pues Costa se sentía desfallecer a cada nueva calada.
Eran regalo de Tereso Infante Mogroviejo, primer secretario de embajada, con
cara de lobo.
***
No hay comentarios:
Publicar un comentario
SI QUIERE ECHAR SU CUARTO A ESPADAS, YA SABE AQUÍ. CONVIENE QUE MIENTRAS ESCRIBA ESTÉ USTED FUMANDO, CIGARRO O INCLUSO PIPA.