- ¡Oiga! ¿Qué lleva usted ahí?
- ¿Yo? ¿Dónde?
- En el abrigo, deténgase por favor, dijo el guardia de seguridad.
- ¿Yo? ¿Dónde?
- En el abrigo, deténgase por favor, dijo el guardia de seguridad.
Se acordó
entonces, sólo entonces, de la compra de por la mañana. Ya no daban bolsas en
las tiendas y como había pagado la cuenta acomodó la compra como pudo,
repartida entre los otros paquetes que ya llevaba consigo. Lo único que no cupo
lo metió en el bolsillo derecho del abrigo, dónde encajó silencioso, como
anillo al dedo. Después de pasar por casa a dejar los paquetes se fue directo
al museo. Hacía días que quería acercarse a ver aquellos cuadros. Tanta
conmemoración y estaban casi todos allí, a tiro de piedra. Y entonces el
guardia le había pedido, con un exceso de vehemencia tal vez, que se detuviera
y vaciara el contenido de sus bolsillos. Recordó entonces la compra. Y mientras
lo hacía sacó del bolsillo derecho una bandeja de chistorra fresca, roja,
reluciente. El guardia le miraba y miraba la chistorra no sabiendo que decir.
- Oiga con eso no se puede pasar, me parece a mi.
- No, si ya lo entiendo.
El corrillo de
curiosos que se había formado alrededor se deshizo comentando la jugada de las
chistorras. Por la tarde un periódico digital titulaba: “Detenido activista cultural cuando preparaba performance protesta con
chistorra cruda.”
¡Genial!.
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