Por el Pirineo azul, vascongado
el Rey de la barba Florida ha pasado…
F. Q. S.
Valentín de Zubiaurre |
Hemos pasado
un rato con don Pedro Mourlane. Si señores, los hay con suerte, así son las
cosas. ¡Claro que le conocíamos! ¿Quien no ha oído contar aquello que le dijo a
Jacinto Miquelarena, asomado a la ventanilla del tren?: ¡Que país Miquelarena! Pero
la mayoría de las veces no se pasa de ahí. Y es una pena quedarse en la anécdota,
famosa por la eufonía del apellido del amigo.Ya se quejaba en vida Jacinto
Miquelarena de pasar a la posteridad por la dichosa frase que parece haberles
ocultado a los dos. No pasar de ahí aclara mucho de lo que en estos tiempos
sucede, censuras y cesuras, y lecturas de novelillas traducidas.
Alrededores de Irún. |
Le conocíamos
de oídas, pero realmente nos lo presentó hace unos días Dionisio Ridruejo. Le
dedica unas páginas en la parte final de Casi
unas memorias, denominada Memorias
literarias. Valga un ejemplo: Pocos
hombres han carecido como Mourlane de la pasión burguesa por el lucro y la
competencia, nos dice Ridruejo. Y añade: Para mis ojos medios niños –tendria quizá 19 años cuando me senté por
primera vez a su mesa- Mourlane era un espectáculo fascinante[1].
Así que
aprovechando la ocasión, hemos estado charlando hoy con él. Esperamos que pueda
repetirse la entrevista. Su obra no es mucha, han quedado un par de libros y la
parte periodística, que sepamos, completamente dispersa. Y muchos comentarios alrededor
del personaje, contradictorios, distintos, elogiosos algunos, como el de
Ridruejo, magnífico; otros menos. Y hay también muchas alusiones a don Pedro
como esta que escribimos, que no llega a vago apunte. Y las famosas anécdotas.
Al parecer Mourlane era un espectáculo verbal, al hablar, al declamar, al
narrar, al decir. Una obra escrita dispersa, pero un mundo propio, enteramente
poseído, nada de retales. Y además el personaje. Durante la charla nosotros atentos
y el hablando.
Bidasoa con vista a Hendaya. Obra de Rafel Boti |
Don Pedro era
irunés, que así se nombra a los naturales de Irún, como bien nos recordaba hace
poco nuestro gran amigo Sardanápalo Salmón Lafuente-Bermeja. Insiste en que al
citarle precisemos que su segundo apellido, unido por un guion, es compuesto.
Así lo hacemos.
Pues don Pedro
era irunés y para quien conozca un poco la región, con eso de la Escuela Romana
del Pirineo se abre todo un mundo. Mejor dicho, se nos recuerda su existencia y
que lo cortés no quita lo valiente, como que por ejemplo fue Irún un gran
puerto romano. Claro que estas cosas sencillas y claras incomodan. Son como
chinchetas puestas en la mesa sobre la que se quiere descargar el puñetazo.
Nos decía hoy
don Pedro -no nos atrevemos todavía con lo de “el amigo Mourlane”, tal vez un
día-; nos decía que el disturbio
romántico estremece aún el aire de Europa. Hemos asentido. Rompiendo el
silencio, hemos añadido que tal vez ahora más que nunca. Todo envuelto en otros
aires y sirviendo de caballo de Troya para la siniestra cantinela de mentiras, utopías
y persecuciones que conforman el paisaje oficial. Y don Pedro, irunés, desde
Irún, desde Bilbao y hoy en Madrid, nos recordaba que el bien no está en las cosas, sino en el orden de las cosas, que es su
justificación en cuanto trasunto del orden eterno. ¡El orden! Atardece y
nos entra una como punta de melancolía. ¡El orden, la inteligencia, el saber!
Nunca, que
sepamos, posó a la manera local, ni tuvo que hacer el cansino alarde de
vasquismo con el que tantos creen justificarse no se sabe bien ante quien ni
ante que. No es necesario hacer exhibición de lo que se es auténticamente y nos
conforma con naturalidad. Tampoco su inteligencia despierta y su cultura clásica
lo hubieran permitido.
Don Pedro
tenía una calle en un pueblo de su provincia, Guipúzcoa, pero el orden nuevo le
hacía pintadas en el cartel, llamándole lo de siempre, facha. Así que se cambió
el nombre de la calle y arreglado. Cuando se lo cuento, a don Pedro esto le
importa poco y nos mira de una forma, desde tan alto, desde tan lejos, que nos
sonrojamos un poco. Fue poco amigo de vanidades y actitudes impostadas. Aunque
a el no le importa, al paseante de aquél pueblo, que tampoco se llama ya como
se llamó durante siglos, le quitan el nombre de la vista y con el nombre tal
vez la curiosidad y el preguntarse por la Escuela Romana del Pirineo. Quien
sabe.
Y es que hay a
toda costa que cegar las fuentes y para ello esconder a Mourlane que nos decía:
Osemos remontar las aguas para beber en
los manantiales a que deben su origen. Es lo que hace el amor, que reta al
tiempo y, con sólo recordar, lo vence. Para vencer a nuestra manera al
olvido, a la estrechez de los tiempos y al enemigo malo, dejamos esta nota
sobre nuestra primera charla con don Pedro Mourlane. Hemos quedado para otro
día.
Para el Heraldo de Nava, Genaro García Mingo.
Valentín de Zubiaurre, nuevamente. |
[1] Dionisio Ridruejo, Casi
unas memorias, editorial Península, 2017, pag. 480 y siguientes.
Magistral
ResponderEliminarMuchas de las cosas de este blog Cepo Gordo merecen ser acogidas en otro blog de mucha mayor difusión.
El mundo no va por ahí hombre. Esto es antiguo, ¿Y la sociedad de la información, la digitalización? ¿Cuál es el plan de negocio? ¿Editar a este tío? Por favor!
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