Terminamos
hoy la lectura de las extraordinarias memorias de Boni de Castellane.
El
Cepogordismo quisiera rendir a este personaje controvertido y polifacético el
homenaje que merece sin duda, pero son conocidas las limitaciones del
Cepogordismo, que no suele pasar de apuntes, bocetos, escorzos, y eso con
suerte y mucho esfuerzo.
El
nombre completo del señor Castellane es Marie Ernest Paul Boniface. Fue conde
de Castellane-Novejean y luego marqués de Castellane, conocido como Boniface de
Castellane y sobre todo por su apodo, Boni, abreviatura de Boniface. En
definitiva, Boni de Castellane.
Una
de sus abuelas era sobrina de Talleyrand con quien convivió a menudo en el
castillo de Rochecotte[1].
Estos datos pueden encontrarse en la red, aunque en este caso, como en muchos
otros, la red contiene numerosos errores, insidias, frases que se le atribuyen
y que nunca dijo (a la manera de lo que ocurre con Agustín de Foxá), chismes
sobre su vida y sobre todo un sinfín de juicios, la mayoría de ellos más bien
desfavorables.
El
personal empeñado en etiquetar y calificar a nuestro Boni. Por las fotos que
más adelante incluimos consideramos esto inevitable. Es natural que en esta
época mesocrática y oficialmente igualitaria, de una grisura sin par, la estela
del personaje despierte sentimientos de animadversión, de rencor social, de
rabia irracional ante sus bigotes en punta, su evidente dandismo, su increíble
pose, su refinamiento, su posición y su conciencia de todo ello. El
contemporáneo no soporta que se le mire desde arriba.
Se
dirá que fue despilfarrador, e incluso algunos se atreverán a reprocharle el
haber sido tal vez mal padre y peor marido. Cuestiones estas sin duda
debatibles, aunque no deja de ser una ironía siniestra que se le imputen hoy en
día, cuando la institución familiar padece una crisis sin precedentes y
realmente el divorcio ha llegado a ser socialmente un plus, una medalla que se
exhibe sin rubor tantas veces y tan pronto como resulte posible, con lo que
esto supone para los hijos que, en general, nunca se han educado peor.
Para
la mayoría, para el masivo cateto contemporáneo, quedará así reducido nuestro
personaje a la estereotipada imagen del frívolo dandy, casado por interés con
una rica americana, Anna Gould, quien al cabo de doce años de matrimonio,
cansada de sus excesos económicos y de sus devaneos con otras señoras, le pone
un día en la calle. ¿Puede haber algo de verdad en esta rápida pintura de trazo
grueso? Sin duda algo hay. Pero hay mucho más. Y ese mucho más son las memorias
de Boni de Castellane.
Se
trata de un libro en dos partes: Como he
descubierto América seguido de El
arte de ser pobre. Título este último de por si extraordinario y provocador
que puede malinterpretarse si no se conocen los orígenes y el medio social al
que pertenecía y en el que se desenvolvió toda su vida Castellane.
A
lo largo de las quinientas páginas del libro aparece, como no podía ser de otra
forma, el hombre de mundo, organizador de infinidad de saraos, conocedor del
todo París, y de toda esa sociedad internacional y transnacional que vive como
pez en el agua entre París, Londres, Nueva York, Roma, Viena, los balnearios
alemanes, los cruceros por el mediterráneo, la costa azul. Esa sociedad que
termina como tal con la primera guerra mundial. Para los que ya estén murmurando
sobre España, diremos que formaban parte de ese mundo numerosos españoles de
los que también habla nuestro autor. Lo que tampoco es ningun timbre de gloria.
Se trata simplemente de un hecho. Es posible que usted no lo sepa, pero eso no
cambia nada. Tampoco hay ningún deshonor en los abuelos aldeanos noblemente
inclinados sobre el arado romano navegando entre los terrones. ¿Qué me dice?
¿Un tendero malvado que hizo fortuna aguando la leche, enarenando el chocolate y
usando un juego de pesos y medidas trucado? ¡Qué le vamos a hacer! No por eso
debe usted verter su bilis sobre las personas egregias. De todo tiene que
haber, no se preocupe y volvamos a Boni.
A medida que avanzamos en el relato, la pura leyenda
del dandy y esteta de la Belle Époque, que teníamos presente cuando lo empezaos,
va quedando atrás, un tanto difuminada, tanto por las otras facetas de la
personalidad de Boni, como por la calidad de su escritura.
Escribe
en efecto de forma amena y muy viva. Se lee como si las cosas que nos cuenta
hubieran pasado ayer y casi pudiéramos hacerle llegar una invitación a cenar,
para pedirle más detalles, más historias. Pero no tenemos frac, ni talento
alguno para los arreglos florales que tanto le gustaban, ni medios para colgar
tapices que armonicen las tonalidades del salón (¿un solo salón?) con la luz de
la hora del convite, ni candelabros para las velas, ni cocinero, ni... ¿Cómo
convidar a Boni? Pues bien, al terminar sus memorias estamos seguros de que
Boni agradecería la invitación y accedería a darnos algún consejo para arreglar
un poco mejor el comedor, el salón, aquella salita, la casa entera (¡hay que
tirar doce tabiques!). Siempre que, siendo las cosas como son, encontrara educación,
curiosidad, ganas de charlar y un intento sincero de hacer mejor las cosas.
En
sus memorias, el sentido del humor está presente un poco por todas partes, como
parte de un estilo y de una forma de ver la vida que le ayudan a sostenerse
cuando las cosas se tuercen. Es decir, no se trata de fatua ironía, ni de
pedantería, ni de la media sonrisa del snob. Tiene sentido del humor verdadero,
refinamiento, capacidad para matizar y valorar, para dar con el comentario
certero, el detalle crucial. Y esto se debe, sin duda, a que lejos de ser un
frívolo (aunque frívolo y despilfarrador ha sido como el miso reconoce) es una
hombre formado, con creencias sólidas, formación religiosa (católico enemigo de
la tercera república ferozmente anticlerical), culto, buen conocedor de la
historia de Francia, de la historia europea, de la cultura clásica, con ideas
políticas bien fundamentadas y claras, y un experto en bellas artes (lo que al
fin y al cabo le permitió rehacer su vida después del cataclismo que supuso el
divorcio). Además su don de gentes y sus habilidades y refinamiento sociales,
capaz de recibir en su casa a un rey sin el menor titubeo y con la mayor y más
refinada naturalidad.
Dónde
resulta verdaderamente estupendo es en la descripción tanto de sus
contemporáneos como de la sociedad en la que viven, de sus códigos y de su
evolución. Con tres o cuatro pinceladas precisas, agudas, va surgiendo a lo
largo de las memorias el fresco variopinto de todos aquellos a los que
frecuentó. Y fueron realmente muchos. Pasamos del ámbito familiar, de su
infancia y juventud que evoca con verdadera belleza y nostalgia, consciente de
que se trata de un mundo que no volverá, al sinfín de escenarios por los que
evoluciona el personaje: dueño de periódicos, político, mecenas, coleccionista
sin par (varios de los cuadros de la Frick Collection de Nueva York le
pertenecieron antes de su divorcio y estaban colgados en su casa –consideraba
los museos un cementerio-), gran conocedor de Francia y restaurador de su
patrimonio, excelente jinete y cazador, exitoso marchante de arte, magnífico
relaciones públicas (expresión que le hubiera horrorizado).
Fue
durante doce años diputado por el departamento de los bajos Alpes
(Basses-Alpes) dónde su familia tenía sus raíces. Sus memorias contienen una
evocación de la política durante la tercera república francesa interesante y un
tanto desmitificadora para quien considere que todo lo de aquí es malo y lo de
fuera bueno. Sabe por supuesto ser crítico, con una ironía ácida que no es
extraño que no le perdonaran en vida. Algunos ejemplos:
Página
211 de nuestra edición: “nuestros
diplomáticos eran pobre gente, salvo los Cambon, quienes en Londres o en
Washington, o en Madrid o en Berlin, ejercieron su talento de manera
aventajada. Nuestro personal estaba dominado por las ideas de la época. Se
abandonaba la tradición y, bajo apariencia de servir al país, se era esclavo de
concepciones ideológicas contrarias a sus intereses. (…)
La fealdad física de los gobernantes era como la
mueca que hacía al mundo el diablo, escondido bajo su corteza, y los apellidos
disonantes que llevaban tenían también un algo demoniaco. Un proyecto de ley “Waldeck-Cocula-Trouillot”[2]
dice mucho de ello. Pelletan, Combes y el pobre André daban la impresión de
gárgoles vomitado veneno. (…). Es
imposible tomarse en serio a hombres tan enanos. (…). El “pequeño” Delcassé se bajaba de la butaca y parecía más alto
sentado que de pie. Cual un viejo santurrón al que Lucifer hubiera mordido el
corazón y sufriendo de su propia infamia, se presentaba el ministro Combes.
Pelletant tenía algo de humanidad; pero su
sectarismo, su increíble y demasiado aparente desorden, no le dejaban más que
las marca del orangután. (…). Yo hacía esfuerzos sobre humanos contra su
política; eso me valió su odio y más tarde el encarnizamiento de sus amigos
para la destrucción de mi hogar.”
También sabe elogiar con generosidad:
Página
208: “Léon Daudet era el más maravilloso
de los invitados de esa casa. Ingenioso, profundo, fino, ya era considerando
como el enfant terrible de la República. No hubo nunca alegría más franca que
la suya, ironía más sabrosa, talento más peligroso para sus adversarios. Sus
sueños son sinceros, lo que es raro. No tiene el alma del condotiero, sino el
instinto del toro que embiste y empuja. Su fisionomía es atrayente.”
Más
adelante, refiriéndose nuevamente a la política encontramos una de las muchas
confesiones que salpican las memorias y dan al documento un tono de tanta
autenticidad:
Página
212: “Yo sufría por ese ambiente, ya que
no me sentía hecho para la fealdad y la hipocresía que estaban a la orden del
día. Todo el “mi mismo” de mi infancia se revolvía. Entonces quise crear cosas
magníficas en el dominio del arte. Demasiado confiado en mi estrella, pensaba,
como suele ocurrir la víspera de una catástrofe, que nada se me resistiría. Me
dejaba ir a un lujo inmoderado, útil al menos al comercio de París. Como me
gustaban los objetos artísticos y la decoración, hice numerosas colecciones y
gasté considerables sumas en los muros de nuestra casa.”
Se
podrían multiplicar las citas, pero no tiene sentido glosar el libro entero. Resulta
extraordinaria, por ejemplo, su visión de los Estados Unidos, la comparación
con la vieja Europa a la que él pertenece; la pintura de su familia política y
de su medio social de financieros multimillonarios, la forma de vivir y de
pensar. ¡Cuántas cosas nos resultan familiares! Y es que las formas de allí – que
Castellane analiza con tanta agudeza- hace mucho que han cruzado el atlántico y
son ya las de aquí. En Europa ya no se pasea apenas. Se corre por la calle recubierto
de plástico con cascos en la cabeza, dando rienda a una obsesión por el
ejercicio bastante ridícula que ya era propia de los norteamericanos de
entonces, presumiendo de músculos ante un pasmado Boni que suponemos se atusaba
el bigote ante semejantes confidencias.
“Las aspiraciones de la Sociedad americana,
restos de civilización del antiguo mundo, exasperados por una libertad que va
hasta la licencia, no se detienen ni ante la religión, ni ante la jerarquía, ni
ante el culto de los antepasados, ni ante la familia, ni ante la historia ni ante
el respeto humano. Existe en los Estados Unidos algo violento, que para
nosotros, pobres europeos, parece enervante como el chirrido de la sierra sobre
la piedra, que contradice nuestras ideas, desarregla nuestro entendimiento, nos
hace perder la noción del ritmo, de la mesura y del orden.” (página 114).
No
nos resistimos a incluir una cita más en la que se unen en una sola frase sus
impresiones sobre los Estados Unidos, la política francesa y la sociedad
contemporánea, con cierta gracia un tanto hiriente que podría aplicarse, tal
cual, a mucho de lo que vemos hoy en día:
Página
117: “Asistí a una reunión de “hembras en
pelos” [se entiende que se refiere a mujeres sin sombrero], cuya vulgaridad supera todo lo que he visto,
incluso en el Congreso de diputados de Francia. Si estas son las costumbre que
nos prometen con la emancipación total, el infierno se habrá instalado sobre la
tierra”.
Pero quien quiera encontrar
en Boni de Castellane a un misógino antiamericano se llevará un chasco si se
toma la molestia de leer sus memorias. Ya decimos que no es posible glosar el
libro completo que merece ser leído con tranquilidad, sobre una butaca que esté
a la altura, con un atuendo correcto y un habano que no desmerezca. No hemos
hablado del Palacio Rosa, cuyo descubrimiento dejamos a la curiosidad del
lector. Sólo diremos que se lo llevó por delante la especulación inmobiliaria
de los años setenta. Si señores, en todo un París y con Malraux en el
ministerio. Con lo cual, la obra más emblemática y concreta de nuestro personaje
se perdió para siempre. Como se había perdido antes la Belle Époque y se
perderán todas las cosas que no son, al fin y al cabo, sino verdura de las eras. Ya lo dejó escrito
el poeta clásico.
A continuación las fotografías, no se asusten ni ofendan.
Retrato familiar con dos de los tres hijos del matrionio con Anna Gould
RETRATO DE BONI DE CASTELLANE POR EL PINTOR PAUL EMILO BLANCHE. Observen a la derecho un distinguido bulldog francés.
BONI EN SU DESPACHO. A su espalda el retrato que le pintó Paul Emile Blanche.
BONI HA CUMPLIDO AÑOS, EL ABRIGO PARECE EL DEL RETRATO DE BLANCHE.
Y para terminar Boni con Anna Gould, algo hay en la foto que nos dice que no podía salir bien...
[1] Este castillo es hoy un hotel.
Puede encontrarlo en la red, hacer una reserva y alojarse allí si quieren.
[2] Es difícil dar en español lo mal
que suenan esos apellidos en francés.
la exaltación de un dandy, el colmo de la frivolidad. Lo que faltaba. Además metiéndose en jardines complicados con esos comentarios hirientes para ciertos colectivos como los divorciados, lo pagarás chabal.
ResponderEliminar¿Sería tan amable de facilitarme el nombre del libro, la editorial y el precio?
ResponderEliminarEn español, claro.
Amable lector, lamentamos informarle de que no hemos logrado dar con una versión del libro en español. Lo hemos leído en francés (libro de bolsillo de la editorial Tempus) y sabemos que está traducido al inglés. Así son las cosas. Tampoco existe traducción, que sepamos, ni al catalán ni a la parla aranesa, ni en vasco-batua, ni al batusi. Esto sin lugar a dudas es discriminatorio, una vejación y deberá dar lugar a la correspondiento indemnización que Cepo Gordo se ofrece a cobrar y a gastar en grandes cigarros puros habanos.
Eliminar