Fuimos ayer a los toros. Una novillada de encaste Carlos Nuñez. A
nosotros nos parecieron bien presentados, escasos de fuerza sobre todo dos de
ellos que se desfondaron, aunque sin llegar a naufragar la tarde, que tuvo
interés. Uno de los novilleros fue vapuleado por sus dos toros. El primero de
una derrote se lo subió al lomo, de dónde volvió a caer sin que pasara nada más
grave. El segundo novillo –por hechuras eran realmente toros- le estuvo
avisando toda la tarde hasta que al final le prendió de la misma forma y en el
mismo momento en que lo había hecho el primero. Pero esta vez con más fuerza,
más violencia, de manera tan aparatosa, tan a placer el toro que pensamos que
lo había empitonado de verdad y que estábamos asistiendo a una tragedia. San
Pedro Regalado estuvo al quite toda la tarde, y nuevamente se produjo el
milagro de salir ileso, queremos decir, sin empitonar. Pero realmente lo
interesante del lance es que, según nos parece, los dos toros le cogieron por
la misma razón, y es que los dos iban sin torear, tan a su aire y tan poco
sometidos que se acabaron por enterar de quien era y donde estaba el señor que
a buena distancia se movía como haciéndoles la ola. El toro pasaba y el torero
pasaba, el toro se paraba y el torero también, el toro arreaba y el torero
tenía que arrear cediendo terreno, dando uno o dos pasos atrás, o los que
fueran. No vimos parar, ni mandar. Y templar, templaba el toro. Hasta que harto
y descubierto el engaño, se fue al bulto y no pasó nada más porque Dios no
quiso.
Y a ese novillero que no sabe nada de su oficio, que en rigor realmente
no toreó, el público de ayer le premió con una oreja. ¡Pero qué público! No nos
entretendremos en describirlo porque sería faltar a la caridad. ¿Quién decía
aquello de ¡que publiquito! utilizando el diminutivo para no decir más? Salvo
que alguien del entorno del novillero haga algo por corregirlo, el premio que
equivocadamente le dieron ayer conduce directamente a la cogida grave si no enmienda
su actitud y se pone a torear. Otra cosa es que toreando de verdad, mandando y
obligando al toro de verdad hubiéramos podido ver ayer tantos pases como ahora
se dan. Es posible que mandados y obligados de verdad, por un torero en su
sitio y dominador del arte de Paquiro, al menos dos de los seis animales, si no
cuatro de los seis, se hubieran tumbado al tercer muletazo mandón. Entonces,
porque no se sabe o porque no se puede, por una cosa o por otra, no se torea. Se
corre la mano al son que marca el toro confiando en que su floja condición
permita dar cuatro o cinco series sin problemas mayores, con un animal
repetidor, mecánico y colaboradpr. Pero si el bicho saca un algo, una punta de
genio, o de enterarse, o de lo que sea, que no sea seguir sobre los raíles de
tren que parece que le han puesto, entonces, como va sin torear, ¡torero por los
aires! Y gracias a que ayer sólo fueron magulladuras.
Y el público. ¿Qué entrada habría ayer en Las Ventas? ¿Dos mil, tres
mil personas? Enorme cantidad de extranjeros, representantes de casi todas las
naciones del orbe. El españolito que tenga quejas de sus compatriotas no tiene
más que acercarse a Las Ventas una tarde como la de ayer para ver como son
nuestros vecinos de otros países de Europa o la tropa norteamericana y asiática.
Se le pondrán los pelos de punta. Entiendo que no es un consuelo, pero no deja
de ser toda una experiencia. ¡Y eso que estos son los que van una tarde a los
toros! Es decir que no forman de la masa radical-ecologista-vegana-antitaurina-animalista-animista.
Es posible que pertenezcan a la tribu de tornillo en la nariz, adicta a la
Diosa Salud, al footing, jogging, gimansing y al joputin, no podemos asegurarlo,
pero al menos han tenido la curiosidad de acercarse a la plaza. Si además el
españolito es cepogordista (pero entonces no será quejica, porque el
cepogordismo no es llorón), puede rizar el rizo encendiendo entre ese público
un habano, un habano pequeño, no hace falta que sea una gran trompeta. El
experimento clínico en que consiste la observación de ese raro público alcanza
entonces su paroxismo y surgen de repente todos los comportamientos
característicos del modernillo cargado de derechos que pone caritas, hace
aspavientos y toda clase de gestos. Sobre todo ellas fíjense, ellas, verdadera
encarnación del tiorrismo contemporáneo. A nuestra derecha seis que parecen
italianos. Menores de treinta y cinco. Pinta medianeja, pero no del todo
desastrosa, cierto aseo, ni taladros ni a la vista tatuajes. La que ellas
organizan porque en dos ocasiones se les arrima una volutilla de humo sutil es
una cosa para filmarla. Por su supuesto el ceporgdista impertérrito lamenta no
haber traía la mentada trompeta y una chimenea de cartón para dirigir el humo
contra las tiorras. Ellos callan y no mueven un músculo, como avergonzados por
las demostraciones de ellas que son las que seguramente mandan, como es hoy en
día habitual. Podían haberse cambiado de sitio porque la andanada estaba prácticamente
vacía, pero eso no se les ocurre. La cosa es montar el pollo reivindicando
derechos que en este caso además no tienen. En el cuarto toro las tiorras se
levantan y dan la señal de partida. Ellos,
cabizbajos, las siguen sin rechistar. Nos quedamos con la búlgara de delante
que viene con una señora que parece ser su madre y un señor de grandes bigotes
y potente nariz, de edad indefinida, probablemente su marido, de ella, no de la
madre. A la búlgara le falta un diente. ¿Nos veremos así alguna vez, faltos de
un diente? Va correctamente vestida con un detalle importante que le
agradecemos: bonito zapato cerrado de color rojo. Es decir, no nos enseña los
pies, que es algo tan desagradable y ordinario. Muchas gracias señora búlgara. Encantada
al ver que se largan las tiorras italianas se enciende el segundo pitillo y
hablamos un poco. Ha detectado que somos indígenas y nos pregunta en buen
español alguna cosilla sobre el desarrollo de la lidia que luego traduce a su
madre en búlgaro (asumimos que en un perfecto búlgaro). Cae la tarde y al subir
las escaleras para llegar a la avenida de los Toreros nos damos un momento la
vuelta. La plaza iluminada es un hermoso espectáculo, que transmite hoy una
punta de melancolía.
no faltes al respeto de la gente, no seas faltón.
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