Estos
fanáticos no tienen escrúpulos en declarar su opinión de que un Estado puede
subsistir sin religión alguna mejor que con religión y que pueden sustituir
cualquier bien que pueda encontrarse en ella por un proyecto de su propia
invención (…).
La lectura de Las reflexiones sobre la Revolución en
Francia, de Edmund Burke resulta apasionante, como la de la mayoría de
clásicos. En un mundo lastrado por la duda constante, cuyos cimientos se
tambalean, resulta conmovedor leer a alguien con convicciones, con una visión
del mundo sólida y claramente fundada. El contraste con lo que vivimos viene a
ser desolador. Más aun, al ver que el libro contiene la explicación y la
refutación de mucho de lo que hoy acontece, pues es evidente que en campos como
la política o la moral, prácticamente todo había quedado establecido ya en la
época en la que escribe nuestro autor. Se explican a la perfección la
manipulación de las masas, los mecanismos de la tiranía, la demagogia, las
maniobras con la que el tirano, individual o colectivo se abre paso, con el
pretexto de cuidar del que va a ser a la postre pisado y sometido sin piedad. Nos
dice Burke: Si mal no recuerdo,
Aristóteles observa que una democracia tiene en muchos puntos un sorprendente
parecido con una tiranía. La revolución francesa aparece como el primer
gran golpe asestado en la obra de destrucción que entonces se inicia y que
habían ido preparando ciertas corrientes de pensamiento. Pero el edificio es antiguo,
bien construido y muy sólido y todavía se tiene hoy, mal que bien, en pie, no
sabemos por cuanto tiempo. El edificio no es otro, claro está, que la Europa
cristiana. Como ejemplo de la claridad y contundencia de su forma de exponer
las cosas damos esta brevísima muestra: “No
presto mucho crédito a quienes me hablan mal de aquellos a quienes van a
despojar de sus bienes.” Mucho de lo que sucede en la actualidad en España,
y también por supuesto en el resto de Europa o en Hispanoamérica, está
claramente explicado en este libro, cuya continuación evidente son los libros
de Tocqueville. ¿Debe uno desmoralizarse por estar viviendo un fenómeno ya
conocido y explicado hace doscientos años? Evidentemente no, porque sólo puede
flojear el ánimo de quien en su absoluta ingenuidad desconozca la naturaleza de
la condición humana. Oiga, se pone usted muy solemne y olímpico. A lo mejor le
apedreamos a la salida. Lo dudo mucho, porque me esperan mis pretorianos con un
carro blindado contra el que nada podrán sus cantos rodados. Por cierto, que
para los que andan flojos de ánimos, Burke apunta, por supuesto, el camino: ¿Es que estos caballeros no han oído nunca,
en el ámbito total de la teoría y de la práctica, que hay algo entre el
despotismo del monarca y el despotismo de la multitud? Es decir, entre el
despotismo de los partidos y el despotismo de la demagogia y el populismo.
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