El cepogordista ha terminado Pabellón de reposo. Es un hermoso y melancólico libro de don Camilo, el gran parlador, que el cepogordista tomó prestado de casa de sus padres y ha prometido devolver. Uno tiene gran simpatía por don Camilo, una simpatía retrospectiva por ese gran escritor y por ese hombre excesivo que no escapó a las debilidades, miserias y flaquezas de la condición humana. Pero que por otra parte supo ver, supo escribir, supo sacarle a la vida mucho de lo que la vida puede dar, para verterlo en una obra que nos regaló esencias extraordinarias. El cepogordista terminó hace poco, ayer quizá, otra novela de Baroja, al que ha frecuentado mucho ultimamente. Se trata de Las noches del Buen Retiro. Es una gran novela y Baroja sigue siendo el gran escritor, el gran narrador con un estilo propio, tan personal y peculiar, descubierto hace unos años. Hay en esta novela, como en otras de Baroja, una fascinante galería de tipos del Madrid finisecular (¡que fineza lo de utilizar la palabreja!) y una hermosa recreación de la ciudad, con el Guadarrama en su sitio, siempre ahí, como eterno. Hubo un Madrid en el que los habitantes de la glorieta de Quevedo, por ejemplo, podían tener vistas sobre el Guadarrama nevado. Hoy disfrutan de esas vistas los que conducen por la M-40 en dirección oeste-sur. Pero no es exactamente lo mismo, aunque al Guadarrama le importa poco el asunto de las perspectivas. Esas vistas que comentábamos envidiosos y casi espumeantes las tiene Jaime Thierry, protagonista de la historia. El lenguaje es el de Baroja, rico, variado, preciso, como secos puñetazos o capones precisos cuando es hiriente. El ritmo es rápido y vivo, en capítulos cortos. En ese ritmo sincopado, en esa aparente falta de estilo, en la forma que tiene de narrar, como si sólo fueran hechos sin apenas interpretaciones del autor, en esas apariencias engañosas está la belleza de la escritura de don Pío, don Pío el gruñón. El ciclo de la Selva oscura es interesante y sugestivo en su desorden y en la, a veces, brutal subjetividad de sus personajes. Con él paseamos por la España de los años veinte y treinta del siglo XX. Las Noches del Buen Retiro que forma parte de otra trilogía, la de la Juventud perdida, nos traslada un poco más atrás en el tiempo. Madrid estaba hoy espléndido al atardecer. No tenemos palabras: La sierra azul, cárdena, realzada por la orla de nieve, la helada transparencia del aire, el fulgor del último sol, un cielo inmenso multiplicado por la perspectiva sin fin de infinitas nubes gruesas y ventrudas como el cepogordista que esto escribe y que no hablará del Papa Francisco más que para dar gracias a Dios, pedir por él y rezar con él.
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