Con la
corrida de Miura de ayer acabó para nosotros la feria de San Isidro. Justo a
tiempo. Con Madrid asfixiado por un calor indescriptible, denso y aplastante.
Más que nunca municipal y espeso hasta el extremo. La plaza hirviendo, los
alrededores nefando, con la gente transformada en masa acalorada, en
gentuza despechugada y corretona; el musleo derretido, desbordado e
incontenible, el ruido ensordecedor, una olla a presión a punto de estallar.
Pero todo llega a su fin, afortunadamente. Ha llegado el momento, justo el
momento, de abandonar la gran ciudad recalentada, para irse cada uno, según le
corresponda, a la quinta de recreo, a la villa cercana a la costa -desde la que
tal vez se vislumbre el mar-, al hotelito provinciano de umbrío y silencioso jardín.
Volveremos en septiembre, a mediados, no es cuestión de tener prisa. En todas
esas casas nos esperan la biblioteca con sus sillones de lectura, el salón de
fumar, el jardín cuajado de rosales que se abren al caer la fresca, los
veladores blancos, los paseos al amparo de blancas sombrillas y amplios
sombreros de dorada paja, las tertulias de sosegada conversación y lánguido
fumar, las horas de atenta y deleitosa lectura, las campanas de la Iglesia que
se harán cargo del ritmo de las cosas. De buena, de excelente factura, dentro
de la casa casi hace frío mientras los madrileños se achicharran como torreznos
en la sartén. Así que los señores visten chaqueta y pantalón largo. Y un zapato
cerrado, que puede ser una alpargata. El monte, la sierra, el campo, el mar…
¡¡Ahhh!! ¿Que
usted se queda en Madrid? ¿Qué sólo sale quince días, a la carrera, pernocta en
catorce lugares distintos, le cuesta una fortuna y vuelve peor de lo que se fue
después de cien discusiones con centenares de hirsutos parientes? ¡Pero bueno!
¿Y usted quien es, quien le ha dejado pasar? A ver, Julián traiga dos mozos y
echen a este señor a la calle, sin contemplaciones, con rudeza, que ruede, que
muerda el polvo. Y si dice algo, le dan además unos bastonazos, tres o cuatro,
no es cuestión de ensañarse. Con el que usted quiera, con el vergajo si
prefiere. Pero acuérdese de moderar el golpe si usa el de cerezo ¡con lo que pesa!
¿Pero cómo se nos habrá colado en el jardín semejante pelagatos?
Hoy
cenamos en casa de Doroteo, en el jardín de la parte de atrás, bajo la pérgola
cubierta de jazmín de olor. Tato ha prometido una tabaco magnifico para la
sobremesa. La condesa recibe también esta semana, en el frescor de su casona
blasonada, cenaremos seguramente en el comedor de las panoplias. Sin que fuera
necesario ponerse de acuerdo, Calvino de Liposthey dará señales de vida más
adelante, para dejar días de soledad y retiro, de largos paseos, de largas
lecturas. Entonces iremos a conocer la casa molinera que se ha arreglado,
también en Nava. El gran corral ha sido ajardinado siguiendo un dibujo
preparado con ayuda del Gran Polígrafo, inspirado al parecer en los jardines de
la casa de Vicencio de Lastanosa, el amigo de Gracián. La cena de la fundación
Tato será a partir de la Virgen de Agosto, cuando haya refrescado del todo si
el tiempo no ha enloquecido completamente para entonces, como estos pobres
madrileños que no teniendo a dónde ir tratarán de viajar sin un duro y medio en
cueros, como un rebaño, sin hacer por tanto caso de las recomendaciones de
Edgar Neville.
Así son las cosas oiga
usted. Mire el otro días visitábamos un palacio madrileño. Y el guía, una
señora trabajadora, soltaba su historieta. Al señalar una como terraza que da
sobre el jardín explicaba que en ese lugar se estaban los marqueses en verano
porque era más fresco. Le faltó decir que se iban allí los dos para estar más frejjquitos y describir a la
marquesa en chancletas enseñando los dedillos, y al marqués en chores negros,
con la canilla al aire y una riñonera llena de barritas energéticas y
clinessss. Aguantándose las ganas de armarla Doroteo, que estaba entre los
visitantes, explicó que era muy dudoso que los marqueses disfrutaran de la
terraza en verano, simplemente porque los marqueses, en verano, no estaban en
Madrid. Y no quiso decir más, ni a dónde iban ni por cuanto tiempo. Pues eso.