Esta
actividad un poco extraña que es ir a ver toros, sólo o en compañía de Pototo,
Boliche, Tato, el gran Bergamota, Calvino de Liposthey, toda esta gente que convierte la plaza en un hervidero social. Lo
que también forma parte del asunto. El Amigo Pulardo, un poco hastiado, se
negaba el otro día a saludar.
Hemos
visto el toro automático, Jandilla. Es algo verdaderamente asombroso, el animal
completamente mecanizado, frío, neutro, automático. Le buscábamos con los
prismáticos, ¡con los gemelos hombre!, eso con los gemelos, el resorte con el
que le habían dado cuerda sin duda. Imaginábamos al mayoral en los corrales con
la gran llave de manivela. ¿Cuánta cuerda don Borja? Y esto lo decimos sin
chufla. Hay que ser un ganadero realmente extraordinario para conseguir ese
producto tan acabado, tan pulido, tan mecanizado siendo todavía un animal. Otra
cosa es que nos guste ese toro o no. Y no nos gusta. No es el Toro. Es otra
cosa, una automatización de lo zoológico que sirve para una forma de entender
el toreo que a nosotros nos parece que rompe con lo que torear debería ser, con
lo que ha sido torear durante siglos. Y que francamente, tiende a aburrir. El
toro automático no plantea problemas, no los que plantea el toro bravo con algo
de casta, cuyo comportamiento variará dependiendo de cómo se le hagan las
cosas, o los que plantea el toro manso, no digamos el manso encastado, o el
bravo encastado, codicioso, de poder. El toro automático pasará mil veces, las
mil de la misma forma, sin enterarse, en la misma posición, al mismo ritmo. Nosotros
que no vamos apenas a esas tardes de toros automáticos (de esos que permiten el
lucimiento cuando no se desploman, el famoso toro artista –las memeces que hay
que oír-) nos quedamos verdaderamente asombrados. Y el aburrimiento viene de
eso, de lo previsible que no presenta desafío técnico alguno, que alarga las
faenas, que resulta, al final, frío y carente de verdadera emoción. Y al asunto ese se le echa encima la palabra arte, para taparlo, y todos encantados, grita el Amigo Pulardo congestionado.
Frente al
toro automático, la llamada semana torista. La denominación es ya indicativa de
la crisis que se vive. ¿Es que un espectáculo que se llama “los toros” puede no
ser torista, puede no tener como centro, como eje, el toro? Pues eso es lo que
ocurre. Que el toro es el eje de la fiesta sólo durante los días finales de San
Isidro y durante esos días, con la honrosa excepción de Talavante, a quien hay
que agradecer el gesto –ya decía el Amigo Pulardo que los toros son gesto, como
la vida misma-, las figuras se esfuman. Y se enfrentan al toro toro, otros
toreros. A ellos les agradecemos también el gesto, como no, pero nos dejan con
las ganas de saber qué pasaría si a esos Cuadri, Dolores Aguirre, Rehuelga
(Santa Coloma Buendía) los torearan los que se supone que son los mejores
toreros. ¿Veríamos al rey desnudo? ¿Se confirmaría la crisis de verdaderas de
figuras del toreo? ¿O por el contrario se revitalizaría el espectáculo?
El éxito
de la corrida de Victorino Martín del martes pasado nos da una idea del
resultado. Lleno de no hay billetes, 23.564 entradas vendidas. Vimos a Talavante torear esos toros y sobre todo vimos a Paco Ureña
fajarse con Pastelero, en unos lances de una profundidad, intensidad y belleza
que pusieron a la plaza de pie: la acometividad del toro era impresionante y la
forma en que Ureña colocado en el sitio lograba canalizarla en muletazos profundos
y largos más aún. Y eso a un toro atento, mirón, serio hasta decir basta,
presto a aprovechar cualquier fallo del torero que le diera una pista de por
dónde iban las cosas. La vuelta al ruedo que dió el torero, sin mayores trofeos para fallar con la espada, vale más que la mayoría de orejas de la feria. Al día siguiente, con los impresionantes Santa Colomas de
Rehuelga volvieron bravura y acometividad, con seriedad, sin automatismos. En
las dos tardes vimos toros acudir raudos al caballo tres veces ¡tres! cada vez
desde una distancia mayor, empleándose a fondo con un poder y una bravura que
brillaban por su ausencia hasta entonces. Se planteó la cuestión de si los
Santa Colomas estaban fuera de tipo o pasados de kilos. Pero lo cierto es que
poderío tenían, lo que dio pie a que un aficionado dijera que la casta mueve
los kilos que sean.
Sin duda el toro de la feria debería salir de una de esas
dos tardes. ¿Pastelero o Liebre? Y lo mismo decimos de la mejor faena, la de
Ureña a Pastelero, y de la mejor corrida, la de Rehuelga, aunque el no haberse
lidiado completa (le rechazaron un toro, cosa harta extraña a la vista de los
otros cinco) lo impedirá. Como decía un cartel el otro día, en pleno tendido:
no hay mejor marketing que la casta.
Genaro García Mingo Emperador,
para el Heraldo de Nava.
PASTELERO
(fotografía de la web de Las Ventas)
PASTELERO Y UREÑA
(fotografía de la web de Las Ventas)
El impresionante Liebre, de Rehuelga.
(fotografía de Andrew Moore, publicada en Pureza y emoción)