Desde hace días el que esto escribe sigue con admiración los trabajos de Sanglier sobre la situación española. ¿Cómo es posible seguir nada en Cepogordo, lugar ignoto y poco frecuentado? Muy sencillo, un servidor conoce a Sanglier y alguna vez hemos compartido cigarro puro al atardecer, y al frescor de húmeda charca.
Ayer un servidor deslizó en Cepogordo este comentario al último artículo del gran Sanglier sobre Cataluña:
“Sangli, con el tema Catalán se desgañita Ustezz. Se lo agradecemos, pero ¿se ha fijado en lo buenas que estaban las tías hoy en este Madrid del veranillo de San Serenín? Terrazas llenas, luz dorada, corpachos al aire, culazos prietos, todavía verano, frivolidad, y dulzura de vivir, los que van tirando claro. Al atardecer no se podía rodear un arbusto de Recoletos sin toparse con una lánguida cópula todavía veraniega, lasciva y tatuada, pero con un dejo de urgencia, que el otoño acabará por venir y se nos caerán los palos del sombrajo y se le encogerá al personal el chisme, el pistolete, el pepinamen. A que velocidad pasa esto, somos el ratón corriendo en la noria sinfín.”
Quería haber añadido que era nuestra latinidad eréctil la que ganaba el pulso… o algo así.
Cómo no está bien dejar las cosas a medias, completo hoy el comentario de manera un poco más extensa y concretando respecto a la política, ¡¡la omnipresente política!! Añadiendo primero que no hay nada que no tenga remedio (y muy fácilmente en nuestro caso), sin que mal alguno nos aqueje que lo impida. La cosa sigue a continuación:
¡Cómo estaba Madrid ayer! Como decíamos en el comentario, suave y dorado, como protegido por un aire tibio, por un sol acariciador, sin demasiado gentío pero con movimiento, alegre, calmado, todavía con algún cuerpo al sol, absorbiendo tibieza. Por todos lados la más serena, consciente y tranquila pereza, como si se hubiera descubierto el secreto de vivir flotando. Tal vez fuera uno mismo quien proyectara esa impresión, escapado, por una vez en meses, del helado valle de cristal y acero. Por contraste, Madrid parecía ayer lleno de vida, y muchas cosas a la vez: una ciudad antigua y sabia dormida y atenta a un tiempo, un lugar cargado de belleza y sofisticación, un pueblo imitando a los Estados Unidos, que ayer conseguía por fin mimetizarse del todo con la patinadora que por Recoletos, pasando veloz por delante de la Biblioteca Nacional, se exhibía sin pudor, desafiante, como una venus que en lugar de salir de una concha marina emergiera de la velocidad sobre patines, enfundada en mallas negras que no dejaban escapar un detalle. Las terrazas llenas y en el Café Gijón, dónde comimos un excelente menú, un público variado, más bien mayor y de buena pinta, como si hubiéramos retrocedido unos años atrás, cuando España no era todavía un país mentalmente inerme, el paraíso progre. Enfermo, carcomido mentalmente por una ideología que viene a ser el completo desarme, la nada: victimismo, irracionalidad, sentimentalidad, irresponsabilidad y el permanente deambular entre falacias lógicas, que plantean problemas falsos para llegar a soluciones falsas. Espíritu progre que desde las ideas va extiendo su mal a todo el cuerpo social, hasta dejarlo rendido, exhausto, sin uno sólo de los mimbres que son necesarios para conseguir y defender una sociedad libre. Sigue quedando cierta alegría de vivir, en la luz velada y calidad de este verano del mes de octubre.
Ambrose Rose Polidori
Corresponsal