Leo un titular de El Diario Vasco de hoy que reza "Urkullu reclama un nuevo estatus para Euskadi sin divorcio con España" y me pregunto si el PNV está volviendo al autonomismo de antaño, cuestión difícil de contestar ya que los jeltzales no suelen caracterizarse por su claridad y el deducir qué pretenden hacer resulta casi imposible lejos de los muros de Sabin Etxea.
La estrategia de EH Bildu de cara a las inminentes elecciones vascas no deja mucho espacio político al PNV de la "via Ibarretxe".
El PNV lo sabe y se apresta a ofrecer la cara amable del nacionalismo.
Para jugar al independentismo radical ya está la izquierda radical que con gran habilidad esta tratando de vincularse con la herencia política del Lehendakari Aguirre, lo cual visto con la perspectiva del tiempo no deja de tener cierta gracia si no fuera por la siniestra estrategia marxista que se intuye bajo ese manto de cordero.
Así que el PNV de Urkullu parece haber vuelto a la vieja canción de la autonomía plena y del pacto con España, es decir una independencia con otro nombre que permita a los jeltzales quedar bien con su parroquia al tiempo que no espante a los vascos no nacionalistas ni socialistas y que contribuyen al bienestar general con su facundia y sus inversiones. El PP en esta batalla no cuenta demasiado.
La Historia nos enseña que el PNV ha sabido ser un partido pragmático cuyas alianzas han sido múltiples y variadas desde el carlismo de los años treinta hasta el socialismo de los ochenta y noventa por citar dos casos extremos. Esto se explica porque el PNV no es propiamente dicho un partido político sino un "movimiento en marcha" y como tal debe irse adaptando a las formas variadas del paisaje.
Queda por saber si ésta capacidad de adaptación les va a permitir navegar sobre las procelosas aguas del independentismo radical que ahora cree poder conseguir la independencia sin recurrir a una recuperación del terrorismo, algo que en el medio social actual terminaría por completar su liquidación política.
El papel del PSE y en menor medida del PP será el de actuar de comparsas de un pulso esencialmente nacionalista que vuelve a sacar a la luz debates que nos retrotraen a los años sesenta cuando comenzó a configurarse el mapa nacionalista que hoy hemos heredado.
La política seguidista del PSE (Eguiguren y compañía) y la posibilista del PP (interpretada por Basagoiti y Oyarzabal con la bendición de ese mosén laico que es Rajoy) han situado a ambas fuerzas en una posición de espectadores y en su caso colaboradores necesarios del resultado final de un gobierno vasco cuya composición nadie puede imaginar ahora con exactitud pero que en cualquiera de los casos posibles no será la mejor para una desangrada, anestesiada y machacada sociedad vasca que va perdiendo natalidad y creatividad a la misma velocidad que la mentira histórica va ganando terreno entre el aplauso de unos y la indiferencia cómplice de otros.
El panorama es desolador, se continúan las mismas miserias de las últimas décadas que ya van camino del medio siglo.
Sólo nos queda esperar que la tierra vasca de nuestros antepasados, la de Idiaquez, Elcano, Urdaneta, Churruca, Ignacio de Loyola, Zumalacarregui, y tantísimos otros vascos (vasquísimos de verdad) que por eso mismo eran más españoles que nadie, vaya recuperando algo de cordura y vuelva a ser algún día un espacio de verdadera libertad y dónde resurja una cruz que hoy día yace arrumbada y sin la cual nada de nuestra cultura y tradición tiene sentido.