- Así que el nene se pone exigente.
- ¡Oiga a mi marido no le llame nene!
- Lo digo por lo de querer birlarnos la mantequilla, a su edad.
En la sala saturada de enfermos, la distribución de la merienda había provocado tensiones inevitables.
- Yo si insiste le doy mi mantequilla, pero si es diabético no debería.
- ¡Pero si no es diabético! ¡Traiga!
- Como le veo tan grueso.
- Encima faltando.
- ¿Cómo que encima? Si el que le he dado la mantequilla he sido yo. Pero que cara. ¿No sé la irá a comer usted?
- Pues claro que sí, el bocata es para mí que soy la sufrida acompañante. Si este no come ni alpiste.
- Pero bueno, un poco de respeto.
- Usted a callar.
La llegada una enfermera pone orden. La luz es chillona, el movimiento de celadores, camillas, sillas de rueda, médicos y enfermeras es constante. A veces marea.
- Corazón, tomate la agüita – le dicen a Julián, todo un señor, quien, por la edad y la pinta, incluso en pijama, es más de los tiempos del usted.
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