En
primer lugar agradecer el esfuerzo del autor por tratar de elevar un poco el
nivel de la reflexión en estas horas de frenesí político. Pero sólo hasta aquí
llega mi coincidencia con él. De la lectura de su artículo surgen infinidad de
objeciones, de distinto orden. No es posible exponerlas todas en este
comentario, pero ahí van algunas de ellas:
Una
de carácter general, aplicable tanto a este artículo como a otros de tono
similar que han ido apareciendo en blogs, medios, tertulias y hasta en prensa
de papel. Todos ellos escritos desde posturas católicas. La impresión general
es que para todos ellos la aparición de XX no sólo no representa algo de luz
al final del túnel, sino que por el contrario les ha disgustado profundamente.
Todos denuncian la situación de la sociedad española, pero cuando surge alguien
que puede representar, aunque sea remotamente, una esperanza, entonces se ponen
exquisitos para rechazarlo en nombre de los grandes principios, pero sobre todo
con el argumento de que XX no es perfecto. Una actitud que nuestro refranero
conoce perfectamente, por desear lo mejor, rechazan lo bueno. Nuestra vida
pública es un lodazal en el que estamos enfangados desde hace años, en el que
el olor a agua estancada sube y sube sin cesar. Cuando por fin algunos de los
que lo sufren, en lugar de quejarse, deciden ponerse manos a la obra y tiran de
pico y pala para tratar de desatascar la situación, entonces los que desde hace
años venían quejándose de la situación empiezan a objetar que el pico no es
adecuado, la pala podría ser mejor, y el uniforme de los poceros tiene un botón
descosido. Es lo que yo llamo la actitud Chateaubriand, no por la pieza de
carne, sino por el escritor católico francés. Le gustaba tanto cantar el fin de
un mundo, lamentarse ante lo que fue y ya no será, que él había conocido y los
demás no, que acababa por necesitar ruinas para inspirarse… y con su actitud
contribuía decisivamente a crearlas, a desarmar a los suyos. Nada de lo que
hicieran los contemporáneos de su cuerda era lo suficientemente puro, lo
suficientemente auténtico.
Pues
bien, parece como si a muchos católicos les molestara que alguien intentara
enderezar lo que ellos denuncian que está torcido. Como si el intento o el
éxito posible fuera a dejarles sin la ruina que es su motivo de inspiración. ¿Y
ahora que denuncio yo? ¿Y ahora contra que clamo? Cuando otros empiezan a
moverse nos damos cuenta de que nos hemos quedado quietos, y eso escuece. Éramos
nosotros los que por nuestros méritos y por nuestra pureza inmaculada merecíamos
estar a la cabeza. Sin duda, pero es que seguimos quietos y otros han dado un
paso al frente. (...)
A. Bergamota Elgrande
Es usted grande, diga que si, pata negra!!!!
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