Cuando afectar cierto cinismo parece de buen tono; cuando dejar caer
que nada importa demasiado, que todo es relativo y que cada uno se las arregle
como pueda es bastante frecuente; cuando se renuncia a ser con el pretexto de
no ofender y gestos como bendecir la mesa, ceder el sitio en un autobús o el
paso ante el umbral de una puerta a una señora pueden constituir una
provocación, resulta muy conveniente volver a ver, un año más, ¡Qué bello es vivir!, la obra maestra de
Frank Capra. Es una película del año
1946 cuyo título original en inglés es It
is a wonderful life!
Es habitual su reposición en televisión, año tras año, por Navidad. Y
es más frecuente de lo que parece la fidelidad con la que Navidad tras Navidad
muchos telespectadores vuelven a verla, solos o acompañados como parte de un
rito familiar.
La película transcurre durante la Navidad. Desde el día de Nochebuena,
un largo flashback nos conducirá por la vida de George Bailey que una voz del
cielo repasa para que el ángel Clarence la conozca y pueda intervenir a favor
de George, ganándose así las alas que aún no tiene. El Angel Clarence, de una
bondad seráfica claro, es un ángel novato que aún no ha hecho méritos para
llevar alas. La intervención del Cielo con el envío del ángel Clarence a la
tierra es el fruto de las oración por George Bailey que se elevan desde varios
hogares de Bedford Falls, el pueblecito americano dónde ha nacido el
protagonista y dónde –muy a pesar suyo- transcurre su vida. Tal vez esta
cuestión del ángel, por lo dicho arriba, desanime a muchos y les prevenga
contra la película, repelidos por algo como uno olor a moralina y buenismo.
Sería un error reaccionar de manera tan burda, porque si hay algo que la
película no nos ahorra es todo aquello que la vida contiene de dureza, sinsabores
y frustraciones.
La famosa escena del baile. |
¿Por qué es ¡Qué bello es vivir!
una obra maestra, un verdadero clásico que resiste incólume el paso del tiempo
con la misma frescura con que se estrenó? Son varias las razones sin duda, pero
tal vez de entre todas destaque una: es el acierto extraordinario con que se
cuenta la vida de un hombre corriente de nuestro tiempo, la forma en que
llegamos a conocerle y como se nos aparece, ante la montaña de obstáculos que
representa la vida cotidiana, como un auténtico coloso. Un coloso sostenido por
su bondad, por ser un hombre íntegramente bueno. Seguramente lo más parecido al
antiguo ideal del caballero cristiano. El poeta Charles Péguy decía que el
padre de familia es el héroe de nuestro tiempo. Eso es lo que cuenta la
película, ese es su extraordinario acierto. A Péguy estamos seguros de que le
hubiera gustado de haber podido verla. Y cuando nos referimos al padre de
familia, quede claro que incluimos a la madre de familia también, por favor. No
se entiende a George Bailey sin Mary Hatch, interpretada por Donna Reed, cuya
voz oímos al empezar la película, pues es la de la primera plegaria.
Ese primer acierto esencial está rodeado e impulsado por mucho otros que contribuyen a dar fundamento, solidez y belleza a la película. El diálogo en el cielo, entre San Pedro y Dios, con la participación del ángel Clarence, muy breve y en tono humorístico, tiene más importancia de la que parece, no sólo porque explica el papel del ángel cuya intervención es la clave de la película, sino porque la sitúa toda entera en una perspectiva y tradición cristianas. Es Navidad y la Navidad no es más que una cosa y no otra: la Encarnación, Dios haciéndose presente entre los hombres con la humildad del niño en pañales adorado por los pastores. Aunque la película no entra en detalles trascendentes, y tiene el acierto de no cargar las tintas, sin esa perspectiva de hombre creyente, de la bondad no simplona sino dotada de fundamento y sentido, la historia que nos cuenta Capra no se entendería. De ahí que sea tan significativo que comience la historia con los rezos que se elevan al cielo por George Bailey. No hace falta insistir mucho más y como decimos la película no lo hace.
De lo dicho se deduce que el guion es realmente muy bueno, de gran sutileza, mezclando comedia, drama, un humor socarrón y cuanta belleza. Si belleza y poesía, así como suena, y viniendo a cuento, bien engarzadas en la trama, sin efectismos, como un elemento más de la vida misma. Primeros planos de los protagonistas espléndidos, la famosa escena del baile cuando se abre la piscina bajo los bailarines, la cena entre padre e hijo, la noche de bodas en la casa destartalada, la ciudad bajo la nieve, el paseo por la infancia, el esplendor de la juventud… Habría que narrar la película entera pues toda ella lo merece ya que no hay un momento de decaimiento y su final –el paseo por un mundo en el que no hubiera existido George Bailey- es fantástico, un repaso por la influencia de todos nuestros pequeños actos en los que nos rodean y de la indestructible unidad y solidaridad que puede existir entre los hombres, la fuerza de la bondad en una vida en comunidad.
DONNA REED |
Lionel Barrymore |
Además del excelente guion y de la música de uno de los grandes,
Dimitri Tiomkin, está la maestría de Capra en la narración, servida por un
elenco de actores espléndidos. No sólo un joven James Stewart que hace
plenamente creíble al personaje, sino también los extraordinarios Donna Reed -que
da vida a Mary Hatch, mujer de George Bailey-, Thomas Mitchell –tío Billy- y
Lionel Barrymore que hace de malvado señor Potter, quintaesencia del mal, una
especie de Ebeneezer Scrooge antes de la visita de los tres espíritus de la
Navidad. Recordemos que Thomas Mitchell era un habitual de directores como
Ford, protagonista de Huracán sobre la
isla y de La diligencia y que
Reed actuó también a las órdenes de Ford en They
were expendable, de protagonista femenino junto a John Wayne.
¡Preciosa y magnífica película!. Entrañable todos sus personajes, la historia, los grandes guiones y el verdadero arte.
ResponderEliminarUna de las películas clásicas que es un gran tesoro es "El Retrato de Jennie".
ResponderEliminarTambién es una maravilla la película que se titula "La tartaleta de Jeremías Poch". No te fastidia.
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