Una reducida pero honorable representación del Cepogordismo acudió
ayer a la plaza de Las Ventas, para asistir a la Misa de funeral por Iván
Fandiño. Íbamos rodeando la plaza, con un ánimo tan distinto al de otras
tardes, contemplándola en su silencio y en su misterio. El enorme coso parecía
que nos miraba pasar, como vivo, para darnos la sensación de estar callado, recogido,
sin el bullicio de otras tardes. Tal vez en vela. Sin las riadas de gente de los
días de no hay billetes. Julio caluroso. Iba la gente formando una corriente
débil, ligera, que se movía hacia el patio de arrastre, para llegar hasta el
ruedo. Allí, sobre la arena, un pequeño altar adornado con un capote de paseo,
una imagen de la Virgen de la Paloma a un lado y, al otro, una fotografía del
torero, en el callejón, apoyada la cabeza sobre las manos colocadas sobre las
tablas, meditabundo. Tres sacerdotes, la homilía del padre Goñi a quien pudimos
saludar al terminar, sólida y sentida a un tiempo. Se miraba al cielo, a la inmensa
bóveda azul que servía de altísima techumbre a la plaza convertida en templo. Y
se habló de la vida y de la muerte, y de la redención por Cristo y del torero
que está en los Cielos. Y se cantó “La muerte no es el final”. Las gradas
vacías, y en el ruedo y en el callejón, todos nosotros, con la doble mancha, hoy,
de católicos y aficionados a los toros.
Para la Voz de Nava,
Genaro García Mingo.
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