Al hilo de
un excelente artículo de A. Delgado Gal para Revista de Libros. La diferencia entre medir
el mérito de la obra por la excelencia de la ejecución o por las intenciones
del artista. Esto último, el arte moderno, es lo que da pie a todos los
fraudes, sobre todo al fraude que consiste en atracar el presupuesto público en
forma de vindicación de la cultura e instalación en su pesebre de dinero
público –ese que según una ministra socialista no es de nadie- sustraído a los
menesterosos ciudadanos. El arte moderno, más que creador, destructor, a la
búsqueda de vestigios culturales tergiversables. Es decir, de los que reírse,
mofarse, a los que denigrar y parasitar. Todo ello mediante un ultraje de
formas aparatosas. Denigración del estilo. De lo que no vale nada, el urinario fabricado
en serie, por arte de magia, mediante encantamiento gnóstico, que sólo dicen
entender unos pocos, se saca la piedra filosofal, es decir, la pasta gansa.
Siguiendo
a Duchamp, el gran jeta que todavía se debe estar riendo, la obra es lo que el
espectador quiera, y a la vez, es arte lo que el creador decida, aquello a lo
que bautice con esa palabra mágica. Los profesionales del arte, los que deciden
que es arte porque poseen el lenguaje secreto –los tejedores del cuento- crean
el sistema del arte, manantial de dinero público, que proviene de las
instituciones. Y hoy ya es la institución pública, en definitiva, el
funcionario, quien decide lo que es arte. El público ha desaparecido, ya no es
necesario. Si se queja, se le contestará que es ignorante, anticuado, cateto,
deplorable… Finalmente se produce la desaparición del autor, puesto que logra
financiación no con la obra hecha, sino con un proyecto de obra cuyo contenido
le dictará realmente el administrador cultural. El viento mece los árboles,
despacio, como si cargado de calor les costara girar, cae la tarde, con una luz
todavía dorada y densa, que no da tregua.
Genaro García Mingo
(en exclusiva para el Heraldo de Nava y para
Cepogordo.)
Reaccionario infecto.
ResponderEliminarGenaro García Mingo es de lo mejorcito de Nava. Serio, ponderado, en una palabra respetable, a cien años de las excentricidades pueblerinas y reaccionarias de muchos de los de su círculo de compadres.
ResponderEliminarLa mención a Alvaro Delgado Gal me lleva a recomendar a los cepogordistas a un señor llamado Johanes von Horrach. Siganle la pista.
ResponderEliminarLos hay que a estas alturas no han conseguido asimilar el arte rupestre.
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