sábado, 20 de febrero de 2016

Trabajos de Calvino de Liposthey. Diarios de Alcides Bergamota.


Calvino de Liposthey publicará pronto su obra sobre el gran y redundante Alcides Bergamota el Grande y ha tenido la gentileza de hacernos llegar un adelanto de los apéndices documentales, que vendrán a ser una suerte de Anales de Alcides Bergamota el Grande o Cuadernos Bergamóticos. Se trata de una jugoso extracto de su diario personal y debe corresponder, sin duda, a la época anterior a la que llamamos de Nava de Goliardos (¿o era Puebla?). De cuando el sin par polígrafo, hundido en los horrores de la mesocracia, trabajaba por cuenta ajena. Veamos.


Parte I



Entrada del lunes -----. Sin duda un lunes dificultoso, de apatía, de anonadamiento, de ojos hinchados, de desvarío, de mirar ausente, de flaccidez mental, de embotamiento, de embrutecimiento, de baba pendiente, de belfo caído, de negra boca, caverna siniestra que no se cierra, de oscuro orificio que emite el estertor de la cretinez. Y sin embargo, la hermosa naturaleza no se detiene. El frío es cortante, viene el aire cargado de hielo recogido en la sierra cubierta de nieve, omnipresente, blanca, azul de frío, dentada, erguida, permanente y quieta. A los pies de la sierra, el hormiguero de catetos se agita sin freno. Oiga todo ese adjetivar está ya un poco visto, la sucesión de palabras a la manera del noventa y ocho, la sierra cárdena y todo eso… Ya.



Hoy en el menú: monstruosas chuletas viejas de cerdo, azules en su crudeza, a la infame manera, con aires de ponzoña y servilleta estropajosa



Trepamos por la cuesta empinada, bajos los robles, siguiendo la senda que serpentea por entre bloques de majestuoso granito, la cantera de un gigante. Al terminar la subida, el camino se vuelve ligero y alegre, como si el frío de la mañana hubiera preparado un rato de silencio y soledad. Jaras, espinos jugando a esconder las cercas de piedra de las dehesas ganaderas. Al rato algún pino y de repente un cedro. Como de visita, ha tomado posesión de un claro dónde le vemos erguido y con cierta majestad. Es claramente un visitante. ¿De dónde habrá salido? ¿La misma mano osada que los introdujo en los Reales Sitios en el siglo XIX? ¿Algún olvidado propietario? ¿El aire?

 

El camino desciende ahora lentamente. Las vistas a nuestra izquierda, de una gran belleza, parecen no tener fin en la claridad del día, en la nitidez de la mañana. Ni rastro por ahora de joputismo ni gentucilla. El único ciclista que nos hemos cruzado ha dado los buenos días, ha desmontado para cedernos el paso, ha besado nuestro anillo episcopal, rodilla en tierra. Le hemos tirado unas monedas al suelo para que se entretenga. Viejas losas romanas, una vaca retinta sale de entre las jaras altas y mira mascando con flemática indiferencia. Saludamos a una familia que contempla el paisaje con aparente paz, sin navajazos. La escena es bonita y la celebramos con un buenos días al que nos contestan casi murmurando. En el pueblo, el bar ha cambiado.













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