Doroteo y la Condesa tiene cada cierto tiempo una tertulia decimonónica. No porque se trate de una tertulia de maneras antiguas, sino porque versa sobre aquel siglo. Se comentan las novelas de entonces. Doroteo y la Condesa consideran, sin ánimo de despreciar a nadie, que sus impresiones sobre aquella literatura y aquél mundo al que vuelven a través de la obra de los autores de aquél tiempo, no pueden ser ni compartidas ni entendidas por quien no pertenezca a una estirpe de cierta prosapia antigua. Para departir con ellos es necesario tener memorias que por los menos se remonten a entonces. Claro que no serán personales, sino familiares. Para estas tertulias, suelen espontáneamente cambiar el tratamiento, y sin darse cuenta se hablan de usted, para pasmo de quien lo oye sin estar iniciado en estas ceremonias.
- Si querida, es un libro desolador y hermoso a la vez. Gran escritura, gran pintura de aquella sociedad, terrible historia.
- Que retrato de la condición femenina, Doroteo, ¡Que vida!
- Un mundo ciertamente implacable para ellas, para la que se atreviera a vivir fuera de la norma.
- Y que agudísimo análisis de la psicología femenina, del alma de la mujer.
- Cuanto de lo que pinta sigue siendo actual, ¿verdad?
- Sin ninguna duda, en la medida en que los sentimientos, por mucho que pueda modelarlos la sociedad tienen una parte eterna, intemporal, que está ahí, más o menos soterrada, pero que vuelve. Esa permanente inquietud, esas ilusiones, ese soñar despiertos...
- Y si me lo permite, que afán incesante por copular, que desenfreno sexual bajo esas levitas, chisteras, miriñaques, vestidos, faldones, lazos, abanicos y encajes.
- Desde luego, se queda una pasmada. Pero más asombroso es aún ver a los personajes masculinos llorar, lo que se produce en más de una ocasión a lo largo de la novela. Hay brutalidad bajo esas maneras exquisitas y dolor y una aguda sensibilidad bajo esa brutalidad.
- Una sociedad compleja, cargada de códigos que la sujetan pero bajo los cuales la vida fluye, como el agua filtrándose por un muro que no puede apenas contenerla. Una superposición de matices, una capa sobre otra, dónde nada es enteramente lo que parece…
- ¡Como la lasaña! si me permiten ustedes la comparación – dice Tato que ha tomado asiento y emplea el usted de rigor.
- Pero Tato por favor…
- No hay duda, querida Condesa, de que este Federico de Roberto es un gran escritor y merece entrar en la Gran Lista con esta obra, La Ilusión.
- Si Doroteo, pero no es para cualquier paladar, porque el hermoso ritmo de la escritura, la profusión del retrato, los matices, son los propios de aquél tiempo, de un fluir más sereno y lento.
- Sin duda, sin duda, comenta Doroteo.
Tato, encendiendo un cigarro añade:
- Pues lean Los Virreyes, ya verán.
- Tato, es usted una caja de sorpresas.