Determinar el carácter nacional mediante una medición, francamente, me parece difícil. ¿Una estadística del cinismo o de la caballerosidad? Me parece más fácil sumar sardinas que sumar tipos de carácter. ¿Vamos a decir que en España hay tantos kilos de cínico, tantos de idealista, tantos de hipócrita? ¿Y las combinaciones entre sí? ¿Cómo las medimos? La verdad es que sería divertido. Pero no pasa de ser un juego y un desahogo, insisto que muy divertido y, a veces, orientativo. Pero pierde todo valor cuando se pretende convertir el juego en una certeza, o cuando se usa como en España normalmente para ponernos verdes a nosotros mismos con las más categóricas afirmaciones sobre nuestra forma de ser, siempre negativas. En general, en nuestro caso, la apreciación negativa de nuestro supuesto carácter suele ir acompañada, normalmente, de una enmienda a la totalidad al resto (educación, cultura, sociedad, historia, etc.). El otro día en las memorias de un señor respetable pude leer que “En España no hemos tenido administración”. Y se queda tan ancho. A bote pronto y para refutar la enormidad se me ocurría pensar en las leyes de Indias y en la organización de todo el territorio americano tras el descubrimiento, que digo yo que no es mal ejemplo de administración, tal vez sólo superado por la Roma antigua. En conclusión, el carácter nacional es un mito, simpático, interesante, muy a menudo útil como indicación o aproximación a una realidad, pero nada más.
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